SECCIONES

viernes, 1 de mayo de 2020

Alrededor de mi terraza (1)

La terraza de mi casa —vivo en un ático— es grande, muy grande si se compara con la mayoría de las terrazas. Y, aunque sé que es mejor no pensar mucho en ello, desde hace ya bastantes años, sabiendo lo que puede venir en un futuro más o menos lejano —espero que más lejano— y más o menos duro —espero que menos duro—, me ronda por la cabeza de vez en cuando la idea de que una vez llegado ese delicado momento en que se me ponga muy cuesta arriba el salir a realizar mi necesario ejercicio de andar por la calle, por la huerta, por el campo…, si puedo y mientras sea capaz de ello, lo haré, aun en lentos paseos de viejo senil, por la terraza de mi vivienda, que es lo suficientemente espaciosa y adecuada en su distribución como para caminar por ella con garantías de tranquilidad, de seguridad... de salud.
Viernes, 20 de marzo de 2020.
Pero ha sido ahora, tras los primeros días de este confinamiento debido al coronavirus, cuando he pensado comenzar con esa andadura, cuando he decidido salir a la terraza diariamente para hacer ejercicio (dispongo de una cinta andadora, pero no me atrae esta opción).
Para vencer la pereza y acostumbrarme poco a poco a la novedad, se me ha ocurrido comenzar muy suave e ir aumentando paulatinamente en días sucesivos las dosis o su duración; y así, al principio me propongo andar tres o cuatro veces cada día, repartidas entre la mañana y la tarde, y pienso en hacerlo unos pocos minutos cada vez, hasta totalizar un recorrido mínimo de tres o cuatro mil pasos, que vienen a completar una media hora, y que no está nada mal para empezar.
Primera sesión. Son las nueve y media. Me asomo por la ventana que de la cocina da a la terraza y miro lo que marca el termómetro que hay en su alféizar: catorce grados, buena temperatura ya para la hora que es. Me lo pienso un poco y… me decido. Y nada de zapatillas de andar por casa; me pongo las de ráner —«deportivas» se les llamaba antes— y salgo. ¡Ah!, también he decidido andar con el móvil en el bolsillo, pues me sirve de estímulo el poder consultar de vez en cuando los pasos caminados, los minutos transcurridos, los kilómetros conseguidos…: tecnología punta.
Comienzo el recorrido siguiendo el perímetro de la terraza. Lo primero que hago es contar los pasos que hay en una vuelta completa: ciento veinte; «no está mal: un buen trayecto», me digo, y continúo andando. Mi zancada es más o menos la normal de mi andar callejero cotidiano, pero mi paso es algo más tranquilo. Aprieto un poco el ritmo y me doy cuenta de que puedo llevarlo parecido al de mi anterior ejercicio diario por las calles y alrededores del pueblo: un ritmo más adecuado a mis pretensiones de salud cardiovascular.
Al comienzo de mi andadura veo a un vecino, cuya casa da a la misma plaza que la mía, que ha salido a su balcón y se pone a realizar flexiones y otros movimientos casi gimnásticos sin apenas desplazamiento, y entonces, al ver la pinta que ofrece, se me ocurre pensar en la que posiblemente ofrezca yo a cualquier mirada ajena; pienso en lo que les pasará por la cabeza a las pocas personas que puedan ver (desde sus casas, desde la casi desierta calle) cómo ando por la terraza a este ritmo tan marchoso. «Que supongan lo que quieran», concluyo; «¿qué pueden pensar, que estoy haciendo ejercicio mientras permanezco encerrado?: “lógico —se dirán—, si no puede salir a la calle y dispone de una terraza amplia...”».
Sobre la marcha me voy animando; pasan los diez primeros minutos, pasan los diez siguientes, y... termino completando, ya en esta primera salida, la media hora que me había propuesto para el total del día (tres mil quinientos pasos, casi tres kilómetros). Así que decido que por hoy ya está bien y, muy contento, pienso que en lo sucesivo quizás sea suficiente con una sola sesión, una como esta o, mejor aún, un poco más larga (o un mucho, ya se verá). También pienso en la conveniencia de salir a andar provisto de unos buenos auriculares —como hacía antes por las calles del pueblo— para poder escuchar alguna emisora de radio o la música que, seleccionada por mí —autor, obra, intérprete…—, llevo almacenada en el móvil.
Ya veremos. Iré contando.

2 comentarios:

  1. PEPE, no, de viejo senil, nada. Mira he borrado de mi diccionario particular dos palabras: 1 - Viejo: acepción despectiva hacia la edad de una persona o cosa. Siempre está mal el humano y rota la cosa; 2 - Anciano: Acepción despectiva hacia una persona de bastante edad que siempre se encuentra enfermo, camina mal, le duelen las piernAS, etc. Así, que desde hace bastante tiempo yo me autodenomino: JOVEN LONGEVO. Es lo que somos, jóvenes longevos que poseemos lo que a muchos les falta, tiempo vivido. Por ello, PEPITO, eres, como yo, un joven longevo, sin determinar quien está más o menos chungo. Tus caminatas por la terraza justifican este nombre. No todos pueden tener la voluntad de hacerse tres o cuatro Kms. al día dando vueltas.¡Basta de nombres despectivos! ¡JÓVENES LONGEVOS AL PODER! UN ABRAZO.

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