Como es lógico, en las
sobremesas de las comidas que de vez en cuando disfrutamos un grupo de
matrimonios amigos, surgen conversaciones en torno a temas próximos a los
intereses de nuestra edad; y entre ellos aparecen el de la vejez, el de la vida de
jubilado, el de las pensiones, el que
engloba enfermedades, achaques y deterioro, y, ¡cómo no!, el de la muerte. Y,
referente sobre todo a este último, hubo un tiempo hace unos pocos años en el
que P, uno de los amigos del grupo, a la más
mínima, exhibía una didáctica prueba que
permite saber los años que —palmo arriba, palmo abajo— le quedan por vivir a
cualquier persona interesada en la cuestión, y ello con solo echar mano de un
metro que siempre llevaba consigo, un flexómetro pequeñito, de esos de llavero.
Sí, ante cualquier asomo de conversación sobre la vejez, o sobre los años que
vivimos, o sobre cómo hay que vivirlos, o… P sacaba su metro, hacía un par de preguntas,
y, con un par de mediciones, acababa diciendo a quien correspondiera los años
que más o menos le quedaban por vivir.
—¿Alguien sabe en cuántos años
está actualmente la esperanza de vida en nuestro país? —preguntaba P en primer
lugar, una vez extendido el metro a la vista de todos los presentes en la
prueba.
—Aproximadamente… está en
ochenta años para los hombres y en ochenta y seis para las mujeres —contestaba
yo, conchabado con él.
Entonces, tranquilamente, P
indicaba con los índices de sus manos la distancia que en el metro separa el
cero del ochenta.
—Estos son los años que por término medio
vivimos: ochenta —decía, mirando alternadamente la cinta y al sujeto a quien le
estaba haciendo la demostración— fíjate bien en esta distancia: ochenta
—repetía.
—¿Y cuántos años tienes tú? —preguntaba a continuación al mismo tipo.
—Setenta —podía contestar este.
Entonces P indicaba con sus
índices en la cinta métrica setenta centímetros, dejando clara su amplitud, una
distancia que, de inmediato, comparaba con la mucho menos amplia de los diez
que faltaban para llegar a los ochenta de la medición de antes, los de la
esperanza de vida.
—Pues… estos son los años que
más o menos te quedan de vida: diez —concluía P mientras acotaba entre sus
dedos la estrechez de esos pocos centímetros.
¿Pedagógico, no?
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