SECCIONES

viernes, 6 de marzo de 2020

El metro

Como es lógico, en las sobremesas de las comidas que de vez en cuando disfrutamos un grupo de matrimonios amigos, surgen conversaciones en torno a temas próximos a los intereses de nuestra edad; y entre ellos aparecen el de la vejez, el de la vida de jubilado, el de las pensiones, el que engloba enfermedades, achaques y deterioro, y, ¡cómo no!, el de la muerte. Y, referente sobre todo a este último, hubo un tiempo hace unos pocos años en el que P, uno de los amigos del grupo, a la más mínima, exhibía una didáctica prueba que permite saber los años que —palmo arriba, palmo abajo— le quedan por vivir a cualquier persona interesada en la cuestión, y ello con solo echar mano de un metro que siempre llevaba consigo, un flexómetro pequeñito, de esos de llavero. Sí, ante cualquier asomo de conversación sobre la vejez, o sobre los años que vivimos, o sobre cómo hay que vivirlos, o… P sacaba su metro, hacía un par de preguntas, y, con un par de mediciones, acababa diciendo a quien correspondiera los años que más o menos le quedaban por vivir.
—¿Alguien sabe en cuántos años está actualmente la esperanza de vida en nuestro país? —preguntaba P en primer lugar, una vez extendido el metro a la vista de todos los presentes en la prueba.
—Aproximadamente… está en ochenta años para los hombres y en ochenta y seis para las mujeres —contestaba yo, conchabado con él.
Entonces, tranquilamente, P indicaba con los índices de sus manos la distancia que en el metro separa el cero del ochenta.
—Estos son los años que por término medio vivimos: ochenta —decía, mirando alternadamente la cinta y al sujeto a quien le estaba haciendo la demostración— fíjate bien en esta distancia: ochenta —repetía.
—¿Y cuántos años tienes tú? —preguntaba a continuación al mismo tipo.
—Setenta —podía contestar este.
Entonces P indicaba con sus índices en la cinta métrica setenta centímetros, dejando clara su amplitud, una distancia que, de inmediato, comparaba con la mucho menos amplia de los diez que faltaban para llegar a los ochenta de la medición de antes, los de la esperanza de vida. 
—Pues… estos son los años que más o menos te quedan de vida: diez —concluía P mientras acotaba entre sus dedos la estrechez de esos pocos centímetros.
¿Pedagógico, no? 


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