Sufro
de una preocupante falta de espacio para los libros en mi casa, un problema que me agobia desde hace ya muchos años y que he tratado
de solucionar con parches que en absoluto me contentan, pues he ido añadiendo,
poco a poco según necesidades inaplazables en cada momento, estanterías en
todas las habitaciones de la vivienda (en el aseo no, por temor a la humedad,
al vapor del agua caliente en invierno; aunque me ronda la cabeza ya mucho
tiempo una «práctica» idea que no me he atrevido a llevar a cabo: la de una
pequeña estantería en el cuarto de baño, bien cerrada con puertas de cristal,
donde colocaría libros de lectura muy fraccionada y rápida: aforismos, cuentos
breves, diarios, artículos…).
A
pesar de estar distribuidos por todas las habitaciones de la casa, tengo los
libros más o menos suficientemente ordenados, muchos de ellos por materias y,
dentro de ellas, aunque no la mayoría, por orden alfabético de autores y/o
según algún otro criterio. De modo que no suele suponer un gran problema la
localización de un título determinado. Aun así, daría cualquier cosa por tenerlos
todos juntos en una sola habitación, en un estudio grande donde poder
organizarlos a mi gusto, todos al alcance de la mirada y casi de la mano, por
materias, en un buen orden —temático, alfabético, por autores, por títulos...—,
más cercanos los que más me interesan, más lejanos los de poco uso... Pero no
he dado ese paso hasta ahora, me da pereza, y... para lo que me queda...
El uso de toda la vivienda como biblioteca tampoco soluciona
mi problema; así que la falta de espacio continúa y es, día a día, cada vez
mayor: paredes llenas de estanterías, estanterías llenas de volúmenes, libros
encima de sillas, sobre algunas mesas, por el suelo, bajo el piano, metidos en
cajas en el trastero, en la leñera... He leído, a gente que se enfrenta a este
mismo problema, algunas propuestas de solución que, por ahora, no me convencen,
como la que dice que por cada libro que entra en la casa tiene que salir otro,
o la que aconseja hacer donaciones a bibliotecas, o venderlos a algún librero
de viejo, o...: NO.
«De vez en cuando he de hacer una saca forzosa de libros.» (García Martín, José Luis: Nadie lo diría,
Sevilla, Editorial Renacimiento, 2018, pág. 78).
Muchas
veces me han preguntado —amigos, alumnos, conocidos…— que cuántos libros tengo.
También, cuando algunas personas que me conocen menos entran en mi casa y ven
las estanterías tan cargadas, preguntan extrañadas si los he leído todos.
Incluso hay quien, como David, agorero, me pronostica que, entre los libros y
el piano, con el excesivo peso, el suelo de mi estudio —el lugar de la casa
donde más libros se acumulan— terminará por ceder y se hundirá, y añade a
continuación que él por nada del mundo viviría en el piso que hay debajo del
mío. Espero que sean solo exageraciones.
La
verdad es que no sé la cantidad de libros que tengo, ni quiero saberla por ahora: me decepcionaría; tengo, créase, muchísimos menos
de los que me gustaría. Y no, no me los he leído todos, ni creo que los vaya a
leer: me parece imposible, entre otras cosas, aparte de que compro más
ejemplares de los que leo, porque muchos son de estudio, o de consulta. Ya hace
muchos años que, animado por un amigo, se me ocurrió ficharlos para, sobre
todo, controlar mejor su ubicación y los préstamos; pero, tras el largo y
costoso esfuerzo, una vez catalogados todos, pronto abandoné la idea: «un
calentamiento menos de cabeza», pensé. Así que, ante la pregunta de cuántos
libros tengo, suelo contestar que unos cuantos miles: ocho mil, diez mil, doce
mil...: tomo una amplia horquilla.
Continuará.
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