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viernes, 4 de octubre de 2019

Halagos

Desde que, hace unos pocos años, La Calle, una revista local, comenzó a publicar algunos de mis artículos, no es infrecuente que, cuando voy paseando por el pueblo o estoy sentado en la terraza de cualquier bar o cafetería, algún amigo, o conocido, o alguien menos cercano, incluso totalmente desconocido, se dirija a mí en tono elogioso sobre algo de lo publicado, a veces haciéndome un guiño con alguna expresión, con alguna frase o idea de algún artículo aparecido en la publicación.
Entonces, la verdad, se me ocurre que es agradable que piensen y hablen bien de uno. «No me gustan los halagos [breve pausa]: siempre se quedan cortos», me dijo hace un tiempo Mariano Sanz al respecto, bromeando y parodiando a no sé qué personaje, en una ocasión en que alabé en su presencia algo de lo por él escrito. Y a mí, ¡qué voy a decir!, me agrada el halago, pero ante cada caso —ante bastantes de ellos— no puedo dejar de pensar en algo que le leí a Iñaki Uriarte, autor de unos Diarios de mucho éxito literario, que me gustaron bastante hace unos años y he releído hace poco:
Me despido de él. Estoy contento porque me ha halagado. Es una persona importante. Al cabo de unos pasos pienso: ¿pero por qué estoy tan contento si es alguien que apenas me merece respeto intelectual? La relación con las personas importantes tiene siempre algo de penoso. (Uriarte, Iñaki: Diarios, 3er volumen: 2008-2010, Pepitas de calabaza, 2015, pág. 121).
En mi caso, muchos de estos halagos no suelen venir de personas especiales, destacables por su cultura; se trata con frecuencia de gente normal, sencilla, buena gente que simplemente me comenta que le gusta cómo escribo o que me dice lo que le ha parecido tal artículo o que me agradece que haya escrito sobre tal personaje local... Pero —lo que dice Uriarte— ¿por qué nos agrada que elogien nuestra escritura personas que intelectualmente tenemos en poca consideración, a menudo en ninguna? En algunos casos debería ser suficiente el enfático halago de alguna de estas personas para que te plantearas con seriedad: «si a esta le entusiasma..., mal asunto».
¿No será que nos gusta que nos elogien debido al deseo, afanoso incluso, de ser considerados y admirados por unos méritos que creemos más que suficientes, por unos valores que consideramos altos? Se me ocurren unos cuantos términos que apuntan en esta dirección, entre los que se puede elegir a voluntad e incluso añadir alguno más: ¿vanidad?, ¿orgullo?, ¿inmodestia?, ¿presunción?, ¿altivez?, ¿fatuidad?, ¿arrogancia?, ¿engreimiento?...

4 comentarios:

  1. Estoy muy de acuerdo contigo en lo último que escribes sobre los halagos. Opino que el hombre -haciendo un gran resumen del tema- lo que busca en esta vida es la supervivencia en este mundo, y todo lo que le aporta vida a él. le gusta, los halagos por ejemplo.
    Saludos

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    1. Me alegra que estés de acuerdo conmigo, Toni; la verdad es que no conozco a nadie que le disgusten los halagos.
      Un saludo.

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    2. Ja, ja, Pepe, siempre se quedan cortos!

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    3. Tenías razón, Mariano, cuando decías que «siempre se quedan cortos».
      Un saludo.

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