Tras
publicar en Abonico
el
artículo «El Caleles», hace ya unos años, recibí
un correo de Mariano Sanz en el que me mandaba, en un archivo anexo,
un escrito que había elaborado sobre mi padre; en el correo me decía
que ponía dicho escrito en mis manos para que hiciera con él lo que
mejor me pareciese. Pues bien, lo que mejor me pareció desde el
principio, y eso hago ahora, fue publicarlo tal y como lo recibí de
Mariano, a quien agradezco sus palabras de entonces sobre mi
magisterio, así como el artículo sobre mi padre.
EL
TÍO ROSENDO (por
Mariano Sanz)
Cualquiera
que, como yo, tenga ya unos años, seguro que recuerda alguno de los
muchos personajes célebres que el pueblo ha acogido cuando los bares
eran tabernas, los teléfonos, de centralita con clavijas, y solo
había un guardia municipal que se bastaba para mantener el orden en
lo que parecía una plácida Arcadia. El único expendedor de
gasolina estaba frente a la iglesia y se hacía funcionar a mano.
Uno
de esos personajes se llamaba Rosendo y tenía un enorme almacén en
la calle principal, donde ahora hay unas modernas tiendas que sigue
regentando su familia.
Era
yo un mozalbete inexperto cuando aterricé por el pueblo con ansias
de cambiar mi vida ciudadana por lo que consideraba la plácida
quietud campesina. Adquirí un roalico
de tierra y una casa medio derruida con la sana intención de
convertirme en campusino
injerto de ecologista.
En
el pueblo había por entonces las tiendas justas —los tiempos no
daban para gollerías—, y en el almacén de Rosendo se podía
encontrar prácticamente de todo. De todo menos Romanones o Charlots,
que para eso había que ir a Carlos el de los caramelos.
Rosendo
era, por la época que digo, un hombre ya mayor al que
acontecimientos familiares habían castigado duramente. Sin embargo,
por encima de su evidente tristeza, conservaba muchos restos de buen
humor y un alto grado de socarronería.
Imagine
el amable lector lo que debió pensar el día que vio entrar en su
establecimiento a un churubito que creía saberlo todo. Mi intención
era adquirir un pico, como me había recomendado mi recordado maestro
de obras, Antonio. Cuando comuniqué a Rosendo mi necesidad, hizo un
gesto para que lo siguiera y nos adentramos en las profundidades
medio oscuras de aquel local que parecía la cueva de Alí Babá.
Allí, amontonados sin orden ni concierto, había materiales de todo
tipo: botijos, cántaros, macetas, herramientas de labranza,
corvillas, sacos de azufre para los tomates, abono, patatas y un
largo etcétera difícil de recordar, por no hablar de la sección de
cintas e hilos, lamentablemente abandonada unos años antes que
permanecía en su lugar cubriéndose de polvo. Rosendo, con su
flotante Baby
gris desabrochado, me precedía sorteando aquella multitud de
enredos. Cuando llegamos al montón de los picos, me dijo:
—Coge
el que quieras.
Los
había de todos los tamaños en una montonera informe, y yo pensé
que tendrían diferentes precios.
—¿A
cómo valen?, le pregunté.
—Pues
mira, por ser tú, te los voy a dejar todos a lo mismo.
Tate,
me dije. Ya lo he pillado, por el mismo precio, el más grande
—Me
llevo este, le dije cogiendo uno que casi no podía levantar.
El
hombre me miró con sorna.
—Vaya,
tú sí que sabes, has escogido el mejor.
Cuando,
una vez enmangado me dispuse a utilizarlo, por poco me caigo de
espalda. Entonces supe la razón de la sonrisa de Rosendo cuando me
lo estaba cobrando.
Bien traído, Pepito. Gracias y un afectuoso recuerdo para el tío Rosendo.
ResponderEliminarLa verdad es que no había escuchado ni leído antes referirse a mi padre como «el tío Rosendo», pero entiendo que lo de «tío» estaba muy extendido.
EliminarGracias a ti, Mariano.
¡Eso por avaricioso, Mariano! ¡Cómo conocía el tío Rosendo a las personas y los géneros que vendía! ¿Te deslomarías, no? Creo que esta anécdota, del sinfín que podríamos contar del Rosendo, Mariano, te pone entre los primeros que han conocido, en su salsa, toda una institución: la tienda del Rosendo. Los tiempos modernos no saben de compras a fiao, multitiendas de buenos géneros y tenderos que, casi sin decir lo que querías, ya te estaba sacando lo que pedirías. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarTodavía queda bastante gente en el pueblo que me recuerda cómo era la tienda de mi padre, personas que se refieren a ella como una súper tienda en la que había de todo lo que se pudiera buscar entonces.
EliminarGracias, Antonio. Un abrazo.