Publicado en LA
CALLE,
REVISTA DE SANTOMERA, N.º 182 / DICIEMBRE 2018
El significado de la palabra
«aguilando», tan escuchada en los años de mi infancia cuando
llegaban las navidades, es, según la Real Academia Española,
«aguinaldo, regalo navideño»; aunque aquí el término también se
extendía a las coplas que se cantaban para pedir ese regalo; se
decía cantar coplas de aguilando o, más a menudo, directamente,
cantar el aguilando, y equivalía a lo que ahora llamamos
villancicos.
En mi memoria, la
primera acepción, la de
regalo, aludía sobre todo al dinero en metálico que de chiquillo recibía o —menos, pero
también—, ya más mayorcico, a una convidá con bebidas alcohólicas (coñá, anís, vino viejo…) y dulces típicos navideños (almendraos, mantecaos, pastelillos, tortas de pascua…).
Y respecto a la
segunda acepción, escuché llamar coplas de aguilando a unos villancicos que
aludían con frecuencia a la Virgen, al Niño, a San José, a los pastores..., y
también a otros cantos navideños llenos de picardías, alusiones personales e
ironías, que, a menudo improvisados, se utilizaban para pedir la convidá
antes mencionada. En el ámbito literario, una copla es una
estrofa de cuatro versos octosílabos, con rima asonante en los pares, y esa
precisamente es la forma de las coplas de aguilando.
Apenas escuché emplear en
aquellos años el término «aguinaldo»; entonces, como he dicho, se solía utilizar el de
«aguilando»; así que lo que se cantaba era el aguilando, y por ello, por
cantarlo por las casas de familiares y vecinos, algunos de ellos, los menos agarraos,
te daban el aguilando, y podías recoger algunas pesetas. La palabra «aguinaldo»
era, para algunos y sin una sólida razón que lo justificase, la versión más
«fina», más educada y culta de la muchísimo más popular y extendida
«aguilando».
Entre los estudiosos de la
filología, el cambio de lugar de algún sonido dentro de una palabra es
calificado como metátesis (Muy extendido últimamente es el caso de la palabra cocreta,
que, por cierto, no aparece en el diccionario de la Real Academia Española,
como tanto se ha dicho por ahí), y en el caso que nos ocupa, el fenómeno de
metátesis se da con la transformación de la sílaba «nal» de a-gui-nal-do, en la sílaba «lan» de
a-gui-lan-do (o lo contrario, porque
no sabemos, ni nosotros ni los especialistas consultados, cuál de los dos
términos fue anterior; precisamente, la Real Academia Española dice que aguinaldo viene de aguilando).
Y yo me pregunto, como en
tantas ocasiones de metátesis y otros cambios lingüísticos, ¿por qué ese trueque?, ¿por
la dificultad en la pronunciación?: no creo, pero si así fuera, ¿qué es más fácil de
pronunciar, «lan» o «nal»? ¿Por qué caprichosos caminos y vericuetos se mueve
la evolución de ese fenómeno comunicativo que es el habla? ¿Se debe solamente
al predominio de la tradición oral, a una cultura ágrafa, y/o también a otros
aspectos que se me escapan?
Me acuerdo perfectamente de la
melodía del aguilando de mi pueblo y también de que mi padre decía todos los
años por Navidad que la del de Murcia
capital era distinta, y más bonita; y a continuación le escuchábamos cantar
cada nochebuena este segundo aguilando, el capitalino, con su voz aguda, una
voz de tenor que no le gustaba en los cantantes profesionales, y no le gustaba,
precisamente, por aguda; él prefería una voz de barítono, como la de su
admirado Marcos Redondo.
Así pues, en
aquellos tiempos y en aquella sociedad con tan pocas influencias foráneas, se repetían al
principio, año tras año, las mismas coplas y villancicos debidos a la tradición folclórica, que
cambiaban algo más por localidades, según zonas. Pronto empezaron a
generalizarse unos cuantos, entonces más modernos (Los
peces en el río, Tan tan, van por el desierto, el Chiquirritín, Gatatumba...),
mezclados con los ya extendidos típicos cantos populares propios del folclore
de la huerta de Murcia. Hoy en día el abanico es mucho más amplio, con unos
medios de información y comunicación que desempeñan su papel divulgativo de
manera sobrada, potenciado todo ello por las nuevas tecnologías, y con Internet
al fondo desde hace ya años.
Entre las coplas
tradicionales de aguilando que atrajeron la mente de aquel chiquillo y de aquel
adolescente que fui, y que quedaron en su memoria para siempre, tienen un
puesto destacado, por un lado —siendo aún muy niño— las de tinte escatológico,
sí, aquellas que contenían guarrerías y que tanto divertían a los chiquillos de
entonces—, y por otro lado —ya más mayorcico—, las nombradas antes,
aquellas que, con bromas, alusiones personales e ironías, se utilizaban para
pedir por las casas una convidá:
bebidas y dulces.
Entre las primeras,
sobresaliendo especialmente en el grupo de las pertenecientes a la categoría de
caca–culo–pedo-pis, ha conservado siempre un lugar especial en mi cabeza la del
tío cachirulo, el de las uñas negras, significara lo que significase la palabra
«cachirulo», pues lo demás todo se entendía:
En el portal
de Belén
hay un tío
cachirulo,
que tiene la
uñas negras
de tanto
rascarse el culo.
También ha destacado, a la par
que la anterior o quizá más, la del tío que estaba haciendo botas en el portal
de Belén:
En el portal
de Belén
hay un tío
haciendo botas,
se le escapó
la cuchilla
y se cortó las
pelotas.
Después vino, un poco en la
misma línea (también tenía su atractivo, aunque menos escatológico), la de los
calzones de San José —asociados aquí a calzoncillos—, y ello quizás porque
hasta entonces ni te habías parado a pensar que San José pudiera llevarlos:
En el portal
de Belén
han entrado
los ratones,
y al bueno de
San José
le han roído
los calzones.
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