Me lo he encontrado hace poco:
todo un hombre. Han pasado veintitantos años. Le he contado la anécdota y no la
recuerda: era muy niño entonces.
Iba yo hace esos
veintitantos años paseando por la Calle
de la Gloria (¡Qué buen nombre para una
calle que te conduce al cementerio!: es la ruta en el pueblo para llevar los
cadáveres a enterrar) y pasaba junto a la plaza del Ayuntamiento cuando llegó a mis oídos, como de lejos, una
aguda voz de timbre infantil:
«¡Hola, pichas!»
Dos palabras pronunciadas
con bastante entonación, yo diría que cantando un poco separadas las dos
sílabas de cada palabra, entonándolas con un intervalo musical de una tercera
menor descendente entre ellas —entre cada pareja de sílabas—, un intervalo muy
sencillo de cantar, muy infantil, propio de los comienzos del aprendizaje en
entonación vocal en música.
Bueno… a lo
que vamos. No recuerdo si es que me di por aludido y, en ese caso, por qué, o
simplemente lo hice por curiosidad; lo cierto es que giré la cabeza y miré en
la dirección de la que creía venía el sonido. ¿Que qué vi?: un niño de unos
siete años, alumno mío entonces en el colegio, que, desde lo alto de una de las
ventanas de la que supuse era su vivienda, dirigiéndose a mí, volvía a elevar
una voz de timbre y tono inequívocamente
infantiles para, por si no me había enterado la primera vez, decirme de nuevo:
«¡Hola, pichas!»
Sorprendido, descolocado —no
sabía qué hacer—, sonreí, quizás un poco fríamente pero lo hice, lo saludé con
un leve gesto de la mano y seguí mi camino.
Posteriormente, en el colegio,
lo llamé al orden; sin acritud, pero se lo dije: «¿¡tú crees que está bien que,
en plena calle y a grito en boca, llames “pichas” a tu maestro!?». Me escuchó
con cara extrañada, que denotaba no saber por qué no estaba bien saludar con
aprecio, con cariño, a su maestro de música diciéndole «¡hola, pichas!» de la manera más tierna
que sabía hacerlo. Sí, con cariño, porque eso es lo que hizo, saludarme
cariñosamente.
La palabra «picha» es un sustantivo
que significa pene, miembro viril, pero aquí en el pueblo, y desconozco la zona
por la que se extiende, tanto en singular como, sobre todo, en plural —pichas—, es un cariñoso apelativo (también lo
son los diminutivos pichica, pichiquia, y sus
plurales: pichicas y pichiquias), como lo fue en su
momento cuñao o puede serlo, ahora, tío. «¿Puede haber sido —me
pregunto— un contagio del extendido pisha
andaluz?».
Supongo que ese «¡hola, pichas!» que
afectuosamente me dedicó con tanto desparpajo mi joven alumno, incluso en el
caso de que pueda ser considerado irrespetuoso por algunos, es parte del precio
a pagar por esa buena relación, ese trato lúdico que he procurado mantener en
mis clases a lo largo de mi carrera docente, trato del que siempre me he
sentido orgulloso y del que otros docentes, lo he podido comprobar, huyen como
de la lumbre, no sea que los pequeños les pierdan el respeto y se les suban a
la chepa.
Pues, sí, Pepe, creo que este apelativo cariñoso, como dices, se ha utilizado desde hace mucho tiempo. Lo curioso es que en la época en la que dices que sucedió el evento, creo que era mucho más habitual que actualmente. Hacía no sé cuanto tiempo que no escuchaba, leía, esta palabra. Su raíz debe ser bastante antigua pero su pérdida por falta de comunicación y comprensión creo que es, lamentablemente, fruto de la potente aparición de vocablos cada día más reducidos en su pronunciación pero de significado más variopinto. Un abrazo.
ResponderEliminarPor aquí todavía se escucha de vez en cuando ese “pichas” amigable.
EliminarGracias, Antonio. Un abrazo.
Efectivamente Pepe, yo crecí con ese "pichas" y también "cuñao" que todavía utilizo cuando vuelvo a reencontrarme con algunos amigos de infancia.Y una cosa curiosa es que aquí donde vivo actualmente que para nada se utilizan esos vocablos mi circulo más allegado me conoce como "cuñao"(porque yo se lo llamo a ellos).Quizás de una manera inconsciente salga ese lado cariñoso del vocablo al utilizarlo yo con ellos sobre todo con los más allegados.
ResponderEliminarPor otro lado y referente a la filosofía en cuanto al trato que tú has llevado con tus alumnos sólo te puedo decir que yo como alumno he tenido por suerte alguno de elllos y precisamente ha sido al que más he apreciado y respetado.
Un abrazo .
Parecido a lo te ocurre a ti, en mis tiempos universitarios, al grupo que formábamos los del pueblo, los compañeros que compartían piso con nosotros nos llamaban los cuñaos de Santomera. También ocurrió alguna vez que donde nos escuchaban sin conocernos bien creyeron que éramos cuñados de verdad.
ResponderEliminarGracias, y un abrazo, Paco.