Hace
ahora un año que, todavía recuperándome de una entonces reciente operación quirúrgica,
asistí a la presentación de la primera —espero que no la última— novela de
Mariano Sanz (El Comisario Soto, Raspabook
Editorial, 2016), una obra que casi inmediatamente, a las pocas horas de la
presentación, esa misma noche, me lancé a leer y en pocos días acabé.
Quizás
sea demasiado atrevimiento por mi parte entrar a comentar públicamente la
novela de Mariano, pero así como él dijo en la presentación que no es un
escritor profesional y se había atrevido con la obra, yo, que no soy crítico
profesional, entro en el comentario de la misma. Vaya por delante que si no me
hubiera gustado la ópera prima novelística de nuestro juez de paz no habría escrito
este artículo, y, también, aunque no es el caso, que si me viera en la tesitura
de tener que comentar «obligadamente» una obra escrita por un amigo, creo que
me inclinaría primero por las bondades del amigo y después por las del autor, como
leí hace un tiempo que decía hacer Sergio del Molino.
Para
mí, un libro bueno —sigo en el criterio a Vicente Verdú— es aquel que te hace
levantar de vez en cuando la cabeza, que te hace pensar, sea porque te descubre
algo importante o porque te confirma en lo que ya conoces, o te lo matiza, «tocándote»
las neuronas; así que cuando lo terminas no eres exactamente el mismo que lo
empezó: algo ha cambiado en ti. ¿Consigue eso El Comisario Soto? Sí, desde luego, pues Mariano retrata muy bien a
sus personajes y también, y esto es algo que me interesa mucho, el país en el
que se mueven esos personajes. Así pues: paisaje y paisanaje conseguidos.
En
El Comisario Soto encontramos interesantes
reflexiones «marianas», algunos fragmentos de las cuales he escaneado para ofrecerlos
(ad pedem litterae) en Abonico. Se trata de sabrosas cavilaciones
dedicadas...
Al panem et circenses
El cine y el fútbol, eran
los pasatiempos del domingo para una población temerosa, trabajadora y
aletargada que se contentaba con migajas de diversión inocente. El panem et circenses llevaba funcionando
con éxito desde la época de Julio César, según contaba Juvenal; eran tiempos de
miseria ideológica, de silencio, temores y conformismo. [...]
A las iglesias
Las iglesias —pensó
el Comisario— no se construyen para honrar a los dioses, sino para impresionar
a los hombres haciéndoles ver la magnitud del inquilino a través de lo excelso
de la morada. Desde los tiempos más antiguos, los chamanes necesitaron rodearse
de pompa para impresionar a sus congéneres. Lo verdaderamente importante era el
fasto, la envoltura mayestática que rodeaba lo imaginado; un Papa o un jefe de
estado en paños menores o en bañador no impresionan, en cambio un Papa tocado
de Camaurgo de armiño y botines rojos de cabritilla, con mitra y sobre la silla
que llevan los acólitos, como los esclavos paseaban a los faraones egipcios, ya
es otra cosa. Desde esa posición cualquier cosa que diga se acepta como directamente
del poder divino. [...]
A los ricos y pobres: al
capital
En cada época de la
historia los gobiernos decían luchar por la igualdad social, por la solidaridad
entre los hombres, por el logro de los mismos derechos elementales para todos,
pero lo cierto es que los ricos eran los poderosos de cada momento, tenían
acceso al bienestar y decidían el destino de los pobres, cuya única aspiración
era la de dar el salto a la clase de los poderosos, seguramente para
comportarse de la misma forma que ellos y reproducir así el círculo inacabable
al que la humanidad llevaba atada desde sus inicios. Los verdaderos gobernantes
no eran los políticos, ni siquiera los generales golpistas que encabezaban
dictaduras, sino las oligarquías manejadas por el capital que siempre
permanecía emboscado, pero eficaz.
A la posguerra
No
era cierto, el triste periodo no estaba olvidado, quizás no lo estaría nunca,
las heridas que se cierran en falso continúan sangrando durante mucho tiempo.
En la desdichada guerra a la que nos habían abocado los salvadores de la patria
había perdido todo el mundo. No había familia que no tuviera uno o más muertos
en alguno de los bandos, muchas de ellas en los dos. Algunos, más instruidos o
más osados, se atrevían a hablar de los crímenes franquistas, de los poetas,
escritores y gente de la cultura sacrificados por el Régimen; de los que habían
muerto asesinados como García Lorca, o en una cárcel lóbrega, como Miguel
Hernández, y de los que habían padecido persecución y destierro, Alberti, Emilio
Prados, Gómez de la Serna, Cernuda o Machado que, viejo y fatigado no pudo
pasar de Colliure donde su tumba se convirtió pronto en lugar de secreto
peregrinaje para disidentes. “Estos días azules y este sol de la infancia”,
decía un papelajo arrugado que encontraron en sus bolsillos, quizás su último
verso, que muchos repetían en voz baja.
Al
Opus Dei
[...]
Camino había sido un librito de tintes elitistas con la insoportable carga de exclusivismo
religioso y burgués de una religión para ricos. Era guía de cabecera de los
Cursillistas de Cristiandad, un movimiento de religiosos seglares
pretendidamente moderno, inspirado en las premisas del Opus Dei, basado en catarsis
colectivas donde los cursillistas abjuraban en público de sus pecados. El
multitudinario espectáculo de clausura congregaba a los actores de cada
cursillo, y a muchos asistentes de los eventos anteriores, que se sumaban al acto
para acompañar y fortalecer a los hermanos recién incorporados al redil, en el
que debían hacer almoneda pública de sus pecados. La Ultreya acababa entre
lágrimas histéricas y votos de eterno arrepentimiento que los antiguos pecadores
iban manifestando por turno. Cuanto más pecados, más arrepentimiento, más
lágrimas y más histeria, como en la parábola del hijo pródigo. Cuanto peor
había sido la vida del réprobo, con más cariño lo recibía el padre a la vuelta.
Al
hablar en catalán
En
el Liceo estaba mal visto, o por lo menos poco elegante, hablar en catalán,
considerado como una lengua de payeses. La censura oficial de la “una grande y
libre” se
empeñaba en erradicar la lengua catalana de las escuelas y la vida pública. El
castellano de los vencedores había inundado todo el país, en un intento de
uniformar España que no tardaría en manifestarse inútil y contraproducente. De
esos polvos se arrastrarían lodos durante muchos años, quizás para siempre.
El
idioma catalán se refugió en el entorno familiar, en los pueblos y en las
masías donde con frecuencia el que no accedía era el castellano. Algunos chicos
campesinos, cuando les llegaba el momento de “servir a la patria”, pasaban
grandes dificultades y encajaban más de una bofetada por no adaptarse con la rapidez
exigida a “la lengua del imperio”, que chapurreaban con dificultad. En los
cuarteles, hablar catalán estaba penado con el calabozo, más o menos dilatado
según el talante del mando que hubiera sorprendido al imprudente. Editoriales,
como Cavall Fort, utilizaron los libros infantiles, los comics y otros
subterfugios para seguir publicando en catalán. Hasta los más conspicuos
catalanistas entre los amigos de los Soto, utilizaban el castellano en público,
a menudo con unos catalanismos más que cómicos y un acento que traicionaba su
origen. Sus hijos se educaban en castellano, única lengua oficial y autorizada
en los colegios.
Y podría seguir con algunas referencias
más, por ejemplo, a la lectura (págs. 189-190), a
la música
(págs. 193-195)... pero
ya está bien, ¡que estoy contando la peli entera! Mejor que lean ustedes el
libro, quienes no lo hayan hecho ya, y comprueben lo que les cuento y más, como
el uso de expresiones y palabras añejas hoy en desuso (un ejemplo: la evocadora
—para mí— «zocata», referida a un artilugio que se vendía en la tienda de mi
padre), además, todo de primera mano, la del propio autor.
A
estas alturas del comentario intuyo lo que pasa por la cabeza de algunos de
ustedes; casi seguro que estarán pensando con cierta suspicacia: «¿Entonces…
todo bien, nada en contra, ningún pero? ¿Por eso has dicho lo del amigo primero
y el autor después? ¡Menudo listillo!».
Bueno...
ya que me aprietan... En los contras resaltaría que quizás haya faltado un poco
de paciencia para pulir más el texto, algo que veo como misión del autor, sí,
pero también de un corrector/sugeridor. Creo que, en los tiempos que corren, con
el abaratamiento de la publicación de libros, se han perdido muchos de esos profesionales
que buscaban errores y mejoras en las futuras publicaciones, porque se han
perdido también esos competentes editores que ayudaban a los autores con sus
consejos e indicaciones para conseguir una obra más consensuada, si no
impecable, sí más pulida, mejor acabada.
Pepe, sin poder ni deber analizar y, mucho menos, criticar la obra de nuestro común amigo Mariano, no soy ni analista ni crítico, como tú dices de ti mismo, sí puedo aportar un mínimo granito de arena a esta novela: su actualidad. Sí. Algunos pensarán que “…como es una novela que se desarrolla en una etapa concreta, es en esta donde debemos encontrarnos…” Pues mire usted, NO. La actualidad de la novela de Mariano reside en la perpetuación de todas y cada una de las actitudes que han ido persistiendo en el tiempo, se han introducido en nuestra sociedad y “a la chita callando” las tenemos más puras, fuertes y perturbadoras que nunca. Esta es para mí la gran virtud de las peripecias de Soto/Mariano. Ahora, con calma, como dice Pepe, léanla y analicen someramente equivalencias pasadas y actuales, se sorprenderán. Gracias Mariano, por tu novela y gracias Pepe, por detallar alguno de los aspectos que la definen como de una inmediatez y actualidad sorprendentes.
ResponderEliminarGracias a ti, Antonio, por tu comentario.
EliminarEstoy de acuerdo en lo de la «actualidad» de los planteamientos de Mariano; creo que es una de las características de la buena literatura.
Un abrazo.
Pepe, ahora me doy cuenta de que le he colocado la respuesta a tu 'Comisario Mariano' a otro post. Te lo replico aquí con mis excusas: Avatares parecidos a los que mencionas al principio de tu comentario me han mantenido un poco apartado de este medio, que suelo seguir con dedicación, especialmente tu blog. Muchas gracias, Pepito, por tu ponderado comentario que agradezco en lo que vale, y de cuya parte final tomo buena nota, pues de las recomendaciones leales es de las que mas se aprende en el espinoso camino de la escritura. Y perdona que haya dejado transcurrir tanto tiempo desde su publicación, otros VAMPIROS y un hábil cirujano que me tuvo que reparar de urgencia algunas maltrechas partes de la anatomía, han sido los culpables. Con mis excusas, vayan mi felicitación y agradecimiento. Añado el abrazo que espero darte en persona la próxima vez que el destino nos reúna.
ResponderEliminarGracias a ti, Mariano, por el comentario. Espero que estés bien de esas partes que dices tenías maltrechas y te han reparado. Habrá que echarle una convidá a la recuperación.
EliminarUn abrazo.