Aquí, para los chiquillos de entonces, un
pedo silencioso era una follá
(variantes: follón y follonazo). Si,
de pronto, en el grupo en que estabas jugando, se olía mal y alguien pensaba que
el perfume procedía del culo de alguno de los participantes en el juego, todos,
poniendo cara de inocentes (observando con atención, en las distintas caras se
podía ver un buen abanico de expresiones de disimulo), todos, digo, nos apresurábamos
a negar habernos follado, haber dejado caer la bomba fétida.
Y si de buenas a primeras no estaba
claro quién había sido el atrevido (propia confesión, delator rubor de cara,
algún chivatazo cercano...), la cosa se solucionaba por unos medios que, aunque
no muy científicos, por aquellos entonces se nos ofrecían con claras garantías justicieras.
Entre estos medios destacaban dos.
El primero en ser aplicado (siempre se
le ocurría a alguien dispuesto a esto y a mucho más) consistía en oler el culo
a todos y cada uno de los componentes del grupo; insisto, siempre había quien por
su cuenta comenzaba a oler cada uno de los culos para ver si detectaba quién
había sido el infractor, el insolente retador. También es cierto que, como él
no podía oler su propio culo, de esta forma podía ocultar su culpabilidad caso
de que así fuera.
Si este método no funcionaba convincentemente
(«has sido tú»; «yo no he sido»; «aquí está, aquí se huele»...) y el infractor
no aparecía, se optaba por un sorteo a «ritmo de marcha» que —entonces así nos
parecía— descubría inequívocamente al culpable, al individuo que inmediatamente
aparecía ante el grupo como merecedor de una lluvia de pescozones que sus
compañeros de juego le dejaban caer. En el sorteo, el director de la rifa iba
señalando con el dedo índice —marcando el «pulso» musical— a cada uno de los candidatos
a «culpable», mientras recitaba rítmicamente el
siguiente texto:
«Pan
torrao, huevo asao,
quién
ha sío el tio cochino
que
se ha follao»
Para aprovechamiento de quienes puedan
leerla musicalmente, a continuación les pongo la versión rítmica más conocida
de este texto, la que, según mi recuerdo, y algún otro cosultado, fue más
utilizada:
Me he referido a la versión más usual
porque este recitado rítmico tenía su intríngulis, su truco, pues quien lo llevaba
a cabo —el espabilao de turno— tenía
la opción —con el consentimiento implícito de los demás— de distribuir algunas
de las sílabas de la prosodia según sus conveniencias, con lo cual
prácticamente casi podía elegir quién era el perdedor o, por lo menos, esquivar
él el marrón evitando que en el sorteo le tocara la última sílaba.
He aquí algunos ejemplos de
distribución silábica en el enunciado rítmico:
Que se / ha / fo / llao
Que se / ha / fo / lla / o
Que / se / ha / fo / lla / o
Al final siempre pagaba alguien poco apreciao.
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