La muerte de su primera mujer,
Maria Barbara,
dejó en una situación muy difícil a Johann Sebastian Bach (ya
habían muerto
anteriormente tres hijos del matrimonio).
Para él debieron ser tiempos muy amargos, pues vivía, aunque
ayudado por una criada, con cuatro hijos en una casa que acababa de
quedar dramáticamente vacía sin la mano rectora que había llevado
el hogar hasta entonces. Ahora todo recaía en él, y debió resultar
muy duro, además de la casa, cuidar de cuatro niños de edades
comprendidas entre los doce y los cinco años.
A pesar de los pesares, la
vida en el hogar de Bach seguía adelante, con muchas bocas que
alimentar y unas condiciones en nada parecidas a nuestras actuales
comodidades: había que dar instrucciones a la criada sobre el día a
día, tener leña lista, aprovisionarse para el invierno, ocuparse de
la ropa —casa y vestidos— y el calzado, amén de otras múltiples
cosas ahora impensables. Eidam Klaus, en La
verdadera vida de Johann Sebastian Bach,
Siglo xxi
Editores, dice:
«Los
quehaceres de una casa no eran ninguna pequeñez en el siglo xviii.
Muchas de las cosas que hoy damos por algo natural no existían. El
agua se traía en cubos del pozo y había que cuidar en invierno de
que no se helase. Había que llevar, sobre todo en invierno, una
economía privada de provisiones bien pensada: para la carne se
necesitaba un saladero y chimenea, las provisiones duraderas se
compraban en tiempo de cosecha; pero la harina para la sopa de la
mañana no se podía comprar en gran cantidad, porque se molía
húmeda y se ponía rancia en cuatro semanas, como mucho. No se podía
simplemente poner una olla al fuego sobre una placa, pues ésta
apareció un siglo después, todo se cocinaba sobre el fuego abierto,
la olla se colgaba sobre las llamas. La leña no venía engavillada
sino en piezas que había primero que cortar. Por las noches se
encendía la lámpara de aceite, que no daba una luz intensa —el
cilindro de la lámpara no se había inventado todavía—. Las velas
eran un lujo, en las casas de los burgueses se quemaba una astilla de
pino fijada a una anilla en la pared. Tampoco había plumas de acero:
Johann Sebastian Bach escribió toda su vida con plumas de ganso».
Como no había una
escolarización generalizada, la enseñanza de los hijos también
corría a cargo de los padres: matemáticas, lectura, escritura... Y
todo esto que había atendido la mujer de Bach —llevar el hogar,
los hijos y mucho más—, ahora recaía en él, que tenía treinta y
cinco años, una buena posición, una buena orquesta, un buen señor,
pero... ¡menuda papeleta en casa!
Y en estas aparece Anna
Magdalena Wülcken, una cantante profesional, contratada como soprano
en Cöthen, ciudad del pequeño principado de Anhalt-Cöthen, que,
con apenas veinte años, dieciséis menos que Bach, pertenecía, como
él, a una familia de músicos (el padre, trompetista en la corte de
Zeitz, y el abuelo por parte de madre, organista). Así pues, su
cercanía a los círculos musicales nos invita a pensar lo fácil que
le pudo resultar conocer a Johann Sebastian Bach.
Los estudiosos de la figura y
la obra de Bach se preguntan por qué Anna Magdalena aceptó
convertirse en su segunda mujer, por qué, con apenas veinte años,
se casó con un viudo, padre de cuatro hijos, que, con treinta y seis
años, era dieciséis mayor que ella. Algunos consideran que
cualquier mujer joven en la situación de Anna Magdalena se hubiera
sentido halagada al ser elegida por el maestro de capilla de la corte
como compañera y madre de sus hijos. Pero quizás no fuera así;
veámoslo desde otro ángulo. Mirémoslo con los ojos de una joven de
veinte años que quizás no viera un chollo el casarse con un viudo
mucho mayor que ella y con cuatro hijos a su cargo. Tengamos en
cuenta, sobre todo, que Anna Magdalena
no estaba abocada
necesariamente a un matrimonio temprano, pues podía mantenerse, y
muy bien, sola, ya que era una mujer independiente y con éxito,
debido a su buena paga de cantante en la corte del príncipe; y esto
en una época en que apenas existían las jóvenes independientes,
puesto que la mayoría solo esperaba desempeñar los papeles de
esposa y madre.
Por otro lado, buena parte de
la crítica presenta a Bach como si únicamente hubiera tenido que
escoger, entre una amplia y apetecible oferta, a la más apropiada de
entre las jóvenes del país. Sin embargo, no parece una elección
muy sensata que el viudo Bach se buscara una mujer tan joven e
independiente, además de inexperta en el manejo del hogar y en la
educación de los niños.
Así pues, la unión de Johann
Sebastian y Anna Magdalena contradecía todo sensato razonamiento y
convencionalismo, tanto del lado de la cantante como del lado del
compositor. La conclusión, dice Eidam Klaus, es que fue un
matrimonio por amor, un gran amor por ambas partes, que se mantuvo en
el tiempo y del que son elocuente testimonio los trece hijos de la
pareja y, más todavía, los manuscritos que demuestran la devoción
de Anna Magdalena por el trabajo de su marido. Así que no fue un
matrimonio de conveniencia ni de sensata y fría razón; fue,
realmente, un matrimonio por amor.
Continuará
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