Estuviéramos
haciendo lo que estuviéramos haciendo, de pronto decía Ramón, como si se le
hubiera ocurrido la idea más maravillosa del mundo:
—¿¡Vamos
a verle los muslos a la Carmina!?
A
lo que, normalmente, muy bien podía contestar otro cualquiera del grupo:
—¿Ahora?
—¡No,
si te parece nos esperamos a mañana! —contestaba con desdén el primero,
añadiendo con frecuencia la palabra «tontucio», una de sus favoritas en estos
casos— ¿es que no os acordáis de que es hoy cuando friega el suelo?
Carmina era la criada que servía en casa de uno de los
chavales de la pandilla y por ello sabíamos qué día fregaba el suelo; y resulta
que entonces, antes del invento de la fregona, esta faena se efectuaba a mano. La
moza que lo hacía —en nuestro caso, Carmina— se arrodillaba sobre una
almohadilla, se ponía a cuatro patas e iba pasando por el piso —de losa en las
casas que podían permitírselo— una bayeta empapada de agua; después, de
rodillas, escurría el trapo para quitarle el agua sucia acumulada, lo
enjuagaba, lo escurría otra vez y, de nuevo a cuatro patas, lo volvía a pasar
por el suelo para recoger la humedad dejada antes, quedando la losa limpia y
casi seca hasta donde ella alcanzaba extendiendo los brazos; luego reculaba un
poco y repetía lo mismo en otro pequeño espacio, hasta que completaba todo el
piso.
El mundo en que nací era muy
diferente del de hoy. No existía la fregona, por ejemplo, y las señoras
limpiaban el suelo de rodillas, a cuatro patas. (Andreu Martín, 2016: Por
ahora, todo va bien, Barcelona, RBA, pág. 27).
La
posición de la moza, vista desde atrás, avanzando el cuerpo a veces
excesivamente para llegar a las zonas más alejadas, nos llevaba de calle a los
niños —algunos no tan niños— de la época. ¿Que qué se veía? Pues no crean que
mucho: en el «mejor» de los casos, y a veces casi había que adivinar, poco más
de algunos centímetros de muslo por encima de las corvas, y eso solo en los
momentos de máxima tensión, cuando el cuerpo de la fregona se adelantaba y se estiraba
hasta los recovecos más apartados.
Pero
para quienes andábamos al acecho era suficiente. ¡Qué digo suficiente! ¡Era la releche!;
allí nadie pestañeaba mientras duraba el espectáculo, y duraba hasta que
Carmina se daba cuenta del asunto y nos echaba de allí con cajas destempladas.
Pero te ibas alimentao para unos cuantos días, con los ojos brillantes y
una imagen, que realmente no habías visto bien, fija en tu cabeza: los muslos
de Carmina.
Lo bonito Pepe es dejar algo a la imaginación,ahí reside el encanto....
ResponderEliminarSaludos.
Lo descrito en el artículo debe mucho a la imaginación: ventajas de la ficción.
EliminarGracias, Francisco.
Saludos.