Aunque la temática de mis intereses literarios es muy
variada, demasiado, ¡mal asunto!, me digo, cuando uno de sus focos comienza a
girar sobre la vejez o sobre cómo se enfrenta a un ictus el escritor de turno.
Escribo esto porque entre los libros adquiridos este último año —navidad,
cumpleaños, santo…: me los autorregalo— algunos tratan de estos temas.
Ahora se impone el whatsappeo pero hasta no hace mucho
—y todavía, aunque menos— el medio de difusión preferido era el correo
electrónico. ¿No han recibido y/o reciben ustedes, sobre todo los ya
mayorcitos, con alguna frecuencia, correos, con un powerpoint añadido, elaborado con una supuesta “buena música” de
fondo y unas empalagosas “maravillosas imágenes”, elogiando la tercera edad —no
la vejez, ¡faltaría más!—, y resaltando, con un texto manifiestamente mejorable
—nunca de quien te lo manda, por cierto—, resaltando, digo, lo bien que se vive
de jubilado, de pensionista, lo buenísima que es la vida en esa “maravillosa”
tercera edad?
No hace mucho me decía un familiar, jubilado ya hace años,
que la mejor etapa de su vida era la actual, que nunca había estado tan bien
como ahora (ese “ahora” era de entonces, pues en el ahora de ahora está algo
más jodido). Y un amigo, y compañero de andaduras
—anda-duras—, justifica esta tesis argumentando que para la mayoría de la gente
la vida ha sido dura o muy dura y al llegar a la jubilación se liberan de
ataduras y son más felices.
Bueno… pues… muy bien. No voy a hacer una lista de los
achaques, mermas y problemas que tengo desde hace años, o de los que veo y
escucho a mi alrededor, con frecuencia en mayor cantidad y peores que los míos;
me limitaré a exponer lo que dice LA CIENCIA —observen las mayúsculas—
respecto de la vejez:
El envejecimiento
El envejecimiento cursa con una serie de cambios físicos y mentales que son la
expresión del declive de las funciones del organismo. Disminuye el peso a
expensas de la masa muscular, el hueso y los tejidos nobles, aunque la cantidad
de grasa y tejidos de relleno puede aumentar. Merma la fuerza muscular, las
articulaciones se deterioran y los movimientos se hacen torpes e inseguros. Se
pierde capacidad visual y auditiva. Se pierde memoria, rapidez de reacción,
confianza en sí mismo y capacidad prospectiva (de planificar el futuro). Hay un
declive de la función sexual y se agota la capacidad reproductora. Las paredes
de los vasos se endurecen y se llenan de depósitos y el corazón pierde gran
parte de su capacidad funcional. Las funciones respiratoria, digestiva y renal
se hacen también problemáticas. Disminuye la secreción de casi todas las
hormonas y el control metabólico sucede con cierta dificultad. La regeneración
de los tejidos se hace más lenta y las heridas tardan en cicatrizar. La
inmunidad funciona perezosamente y la capacidad defensiva del organismo frente
a las infecciones disminuye. La incidencia de enfermedades aumenta
dramáticamente. No solo enfermedades infecciosas, sino degenerativas y
tumorales. A partir de los cuarenta años la incidencia de cáncer se dobla cada
nueve años. Un 30 por 100 de las personas de más de ochenta y cinco tienen o han
tenido algún tipo de cáncer, un 75 por 100 sufre entre tres y nueve
enfermedades crónicas y un 50 por 100 no pueden valerse por sí mismas. La causa
de la muerte en estas personas es, con frecuencia, desconocida.
Ciertamente, envejecer no es divertido y la eterna juventud ha sido un anhelo,
también eterno, de la humanidad. […] (Javier
García Sancho —Catedrático de Fisiología. Instituto de Biología y Genética
Molecular Facultad de Medicina, Universidad de Valladolid – CSIC.—, en La
Ciencia en tus Manos, Pedro García Barreno (director), Espasa Calpe,
pág. 401).
¡¿Qué?!, ¡¿la mejor etapa de la vida?! ¿Es que no tenemos
espejos en nuestras casas? ¿no nos miramos? ¿Es que no reflexionamos? ¿Acaso
pertenezco al, por lo visto, escaso número de quienes sí se dan cuenta, de
aquellos que notan el deterioro, las limitaciones, las barreras…? ¿o… es que
todo esto a “los otros” les afecta menos? ¿Les afecta menos porque no tienen
esas limitaciones o las tienen más atenuadas? ¿porque son menos sensibles?
¿menos exigentes?... ¿Les faltan neuronas? ¿tienen deterioradas las que poseen?
Bueno… parece que al final se me ha ido un poco la mano, lo
siento. Y como no quiero que esto quede así de bronco, como un berrinche, lo
voy a suavizar un poco; les prometo, para la próxima entrada, continuar con la
vejez, pero, haciendo honor al nombre del blog, lo haré más dulcemente, más
poéticamente: musicalmente.
Permanezcan atentos a sus pantallas.
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