En
el medio pagano
de la Antigüedad, durante los tres primeros siglos de nuestra era,
los cristianos pertenecían a sectas prohibidas, pero ya en el s. IV
(Constantino,
Edicto
de Milán,
año 313)
el cristianismo pasó de ser perseguido a convertirse en la religión
oficial del Imperio Romano, y los hasta entonces clandestinos
cristianos, que ya valoraban la música y cantaban en las catacumbas,
salieron a la calle y se manifestaron públicamente, algunos
excesivamente (vean Ágora,
de Alejandro Amenábar).
Al
principio no crearon nuevo repertorio musical, simplemente
utilizaron, adaptándolo, lo que había a su alrededor, lo que el
pueblo cantaba. Según los especialistas, se aprecian en estas
músicas dos claras influencias: De un lado, la de la cultura
grecorromana, de la
que heredaron la teoría musical con su sistema modal y la valoración
ética de la música, muy adecuada para elevar el alma. Y de otro
lado recibieron la influencia del pueblo
hebreo, de los judíos,
de quienes heredan la importancia del canto en el culto religioso y
la utilización de largos melismas en dicho canto.
Esta primera música cristiana es esencialmente vocálica y
religiosa (para el culto), y sus cantos adoptan dos formas
principales: la responsorial (alternancia entre un solista y
un grupo) y la antifonal (alternancia de dos grupos). Las
formas litúrgicas más significativas fueron:
-
La salmodia.- El modo de cantar los salmos —textos poéticos del Antiguo Testamento, atribuidos al rey David— en el oficio.
-
La himnodia.- Composiciones versificadas —canciones— de alabanza a Dios.
-
Los aleluyas.- Expresiones de júbilo y alabanza. Aclamaciones heredadas de la sinagoga; solían estar adornadas con largos melismas.
Como los cristianos se habían extendido por distintas zonas de
Europa, norte de África y costas de Asia Menor, con el tiempo se
formaron distintas escuelas regionales, cada una con su propio
repertorio musical. De ellas fueron notables: en Bizancio, la
Bizantina; en Francia, la Galicana; en la península
itálica, la Romana (en Roma) y la Ambrosiana (en
Milán); y en la península ibérica, la Visigótica —más
tarde llamada Mozárabe—, en Toledo.
Esta dispersión y variedad chocaba con el centralismo del papado
romano, que terminó por “unificar” el rito imponiendo (no sin
dificultades, y en unos sitios más que en otros), el canto romano,
lo que supuso el origen de lo que hoy conocemos con el nombre de
canto gregoriano, debido al papa que puso su empeño en la
unificación: Gregorio I, conocido también como Gregorio
Magno y como San Gregorio.
Bien..., aclarado que no todo el canto llano perteneció al
Gregoriano, Abonico quiere ofrecer una obra perteneciente a
uno de esos repertorios pregregorianos, a una de esas escuelas
regionales anteriores a la unificación gregoriana; se trata de un
paternóster de “nuestro” repertorio, del visigótico,
mozárabe o hispánico.
El Pater
noster (Padre nuestro,
traducido del latín) es un canto perteneciente al ordinario de la
misa (la parte que era siempre igual y no variaba según la fiesta
del día). Se canta en forma responsorial: el sacerdote desgrana las
peticiones del padrenuestro y el coro responde a cada una con la
aclamación Amén —así sea—, que cambia en el versículo 5º y
en el final. La melodía, totalmente silábica —sin melismas—, es
parecida a otras de los ritos ambrosiano y romano antiguo, por lo que
pudiera proceder de un repertorio común anterior.
Aquí tienen la letra:
Pater
noster qui es in cælis. Amen.
Sanctificetur
nomen tuum. Amen.
Adveniat
regnum tuum. Amen.
Fiat
voluntas tua sicut in cælo et in terra. Amen.
Panem
nostrum quotidianum da nobis hodie. Quia Deus es.
Et
dimite nobis debita nostra sicut et nos dimitimus debitoribus
nostris. Amen.
Et
ne nos inducas in tentationem. Sed
libera nos a malo.
Aquí, la traducción:
Padre
nuestro que estás en los cielos. Amén.
Santificado sea tu nombre.
Amén.
Venga a nosotros tu reino.
Amen.
Hágase tu voluntad, así en
la tierra como en el cielo. Amén.
El pan nuestro de cada día
dánosle hoy. Porque eres Dios.
Y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén.
Y no nos dejes caer en la
tentación. Mas líbranos de mal.
Y aquí, la audición, a cargo
del Coro de Monjes de
la Abadía de Santo Domingo de Silos,
dirigido por Ismael
Fernández de la Cuesta.
Uniendo sus dos entradas, el análisis de la vejez y Pater Noster,y, sobre todo al oír el canto gregoriano, pienso que un monasterio debe ser el sitio ideal para retirarse cuando las fuerzas físicas fallan y el espíritu necesita sobre todo paz. Pero vamos, yo creo que a pesar de los "problemillas" que usted apunta la mayoría queremos seguir inmersos en la vida. Un saludo
ResponderEliminarGracias por el comentario, Tía Conchi:
EliminarEstoy de acuerdo con usted: “queremos seguir inmersos en la vida”. El problema es cuando esos “problemillas” pasan a ser problemazos, que no es mi caso, por cierto.
Un saludo.