Ya saben... cualquier parecido
con la realidad… se debe a mi buena memoria.
Personajes
PEDRO: Un padre de familia, ya mayor, muy conservador
políticamente hablando —franquista—, muy religioso (más
todavía: en el pueblo le llaman El Papa, o el nombre de un
papa, no recuerdo bien, o sí recuerdo pero no quiero decirlo) y con
fama de muy de su casa, muy de su familia y muy, pero que muy, de la
Iglesia.
MARI PILI: Una niña, la hija menor de Pedro, de unos tres o
cuatro años de edad, de pelo rubio y con unas cortas soguillas que,
curvadas tras caer, se elevan levemente y terminan en un bonito y
colorido lazo azul, el color que le gusta políticamente a su padre.
PAQUI, Una mujer joven, pero no mucho, atractiva, que llama
mucho la atención —sobre todo la masculina— por donde quiera que
va: entre otros (sobre)salientes de su cuerpo, en su parte pectoral
superior apuntan casi amenazantes dos protuberancias muy llamativas.
Cuando pasea por el pueblo, arreglada, los hombres se quedan
mirándola y piensan cosas que no se pueden decir. Incluso hay quien
pone en boca de algún maduro paterfamilias que, estando en un corro
de varones, la vio pasar: “Eso sí que es una mujer y no lo que
tenemos nosotros en nuestras casas”.
Escena callejera
Pedro camina por una calle del pueblo —daremos pistas: la Calle
del Rosendo—, en ese momento poco concurrida, con su hija
Mari Pili de la mano. Paqui, que va de compras, camina por la misma
calle pero en dirección contraria. Conforme se van acercando los
protagonistas entre sí, vemos la mirada alegre de Paqui puesta en
Mari Pili, mientras que la de Pedro lo hace, brillante, recorriendo, no muy católicamente, más bien lascivamente, ciertas partes
—(sobre)salientes, ya lo hemos dicho— de la anatomía de Paqui.
Las tres personas terminan encontrándose en un lugar donde nadie más
puede escuchar lo que dicen los dos adultos: solo la niña pequeñita.
—Hola, Mari Pili, ¡qué guapa te veo —dice Paqui, dirigiéndose
a la hija de Pedro, y añade con bastante entonación—, ¡pero…
qué trenzas más tiesas llevas!
—Buenos días —contesta Pedro, y añade, en voz baja, serio y un
poco desencajado—, pues más tiesa se me pone a mí cada vez que te
veo.
Esto lo cuenta Paqui unos minutos después en la tienda d’El
Rosendo, a la que se dirige, y en donde la escuchó este humilde
servidor, entonces muy joven, que ahora se limita a transcribir lo
que su memoria retiene de lo que oyó directamente de labios de la
mujer protagonista de la historia. Recuerdo, como si hubiera ocurrido
ayer, que la narración de Paqui terminó con un “¡¿Qué te
parece el santurrón este?! ¡Menudo Papa!”.
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