SECCIONES

sábado, 14 de mayo de 2016

Las trenzas de Mari Pili

Ya saben... cualquier parecido con la realidad… se debe a mi buena memoria.
Personajes
PEDRO: Un padre de familia, ya mayor, muy conservador políticamente hablando —franquista—, muy religioso (más todavía: en el pueblo le llaman El Papa, o el nombre de un papa, no recuerdo bien, o sí recuerdo pero no quiero decirlo) y con fama de muy de su casa, muy de su familia y muy, pero que muy, de la Iglesia.
MARI PILI: Una niña, la hija menor de Pedro, de unos tres o cuatro años de edad, de pelo rubio y con unas cortas soguillas que, curvadas tras caer, se elevan levemente y terminan en un bonito y colorido lazo azul, el color que le gusta políticamente a su padre.
PAQUI, Una mujer joven, pero no mucho, atractiva, que llama mucho la atención —sobre todo la masculina— por donde quiera que va: entre otros (sobre)salientes de su cuerpo, en su parte pectoral superior apuntan casi amenazantes dos protuberancias muy llamativas. Cuando pasea por el pueblo, arreglada, los hombres se quedan mirándola y piensan cosas que no se pueden decir. Incluso hay quien pone en boca de algún maduro paterfamilias que, estando en un corro de varones, la vio pasar: “Eso sí que es una mujer y no lo que tenemos nosotros en nuestras casas”.
Escena callejera
Pedro camina por una calle del pueblo —daremos pistas: la Calle del Rosendo—, en ese momento poco concurrida, con su hija Mari Pili de la mano. Paqui, que va de compras, camina por la misma calle pero en dirección contraria. Conforme se van acercando los protagonistas entre sí, vemos la mirada alegre de Paqui puesta en Mari Pili, mientras que la de Pedro lo hace, brillante, recorriendo, no muy católicamente, más bien lascivamente, ciertas partes —(sobre)salientes, ya lo hemos dicho— de la anatomía de Paqui. Las tres personas terminan encontrándose en un lugar donde nadie más puede escuchar lo que dicen los dos adultos: solo la niña pequeñita.
—Hola, Mari Pili, ¡qué guapa te veo —dice Paqui, dirigiéndose a la hija de Pedro, y añade con bastante entonación—, ¡pero… qué trenzas más tiesas llevas!
—Buenos días —contesta Pedro, y añade, en voz baja, serio y un poco desencajado—, pues más tiesa se me pone a mí cada vez que te veo.
Esto lo cuenta Paqui unos minutos después en la tienda d’El Rosendo, a la que se dirige, y en donde la escuchó este humilde servidor, entonces muy joven, que ahora se limita a transcribir lo que su memoria retiene de lo que oyó directamente de labios de la mujer protagonista de la historia. Recuerdo, como si hubiera ocurrido ayer, que la narración de Paqui terminó con un “¡¿Qué te parece el santurrón este?! ¡Menudo Papa!”.

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