EL
GORILA DELICADO
Desde
tiempo inmemorial los Gorilas han ejercido un irrefrenable dominio
sobre los Antílopes. Pero, naturalmente, hay Gorilas y Gorilas. La
mayoría de ellos son brutales, apabullan a las especies más débiles
y más pequeñas, con una convicción colonizadora descomunal, y son
los principales culpables de que los Antílopes lo pasen en la
realidad mucho peor que en las gráciles películas de Walt Disney.
No
obstante, hubo una vez un Gorila delicado, fino, sutil, un verdadero
antropoide de cultura, que moraba en el más inaccesible rincón de
la selva, donde era normalmente atendido por todo un harén de
gorilas hembras (medidas promedios: 219-160-207) que lo abanicaban
puntualmente con hojas de palma y le dedicaban arrullos que por
supuesto eran monocordes.
A
diferencia de los Gorilas bestiales, este Gorila delicado se
pronunciaba siempre contra todas las formas de la violencia
selvática, propugnaba la unidad de todos los antropoides y proponía
la reforma de la constitución zoológica.
Cierta
tarde, mientras los rayos del sol se afinaban pudorosamente al
atravesar las altas ramas, y las Gorilas hembras cepillaban la
abundante pelambre del Gorila delicado, acariciaban la piel negra del
espléndido rostro, y le masajeaban los potentes bíceps, se escuchó
el tan frecuente alarido de los otros Gorilas, los brutales, cuando
cazaban o despedazaban un Antílope.
Entonces
el Gorila delicado pestañeó suavemente, y le dijo con desgano a la
Gorila hembra más cercana: “¡Cuándo entenderán que odio la
violencia! Por favor, Betty darling, dile a esos brutos que terminen
de una vez esa inmunda tarea y me preparen cuanto antes un rico
helado de
sangre de bambi.”
Mario
Benedetti:
Letras
de emergencia,
Editorial
Nueva imagen, 1980,
Págs.
108-109.
Pepe, es una alegoría de lo que soportamos un elevado número de humanos ante los gorilas orondos y perezosamente tranquilos que, con su habitual y aconsejada voz, ordenan que sean otros quienes se manchen en la despreciable caza a la que someten a su aplicadas e incluso, a veces, sumisas víctimas. ¡Siempre Mario Benedetti!
ResponderEliminarUn abrazo, Pepe.