A
mi amigo Ambrosio le gusta pedirme, en reuniones de maestros
compañeros de colegio —acontecimientos festivos colectivos, casi
siempre comidas—, sobre todo cuando ya llevamos unas cuantas copas
de vino en el cuerpo, que “recite” el argumento según el cual
San Anselmo
pretende —y supongo que para muchos consigue— demostrar la
existencia de Dios.
La
verdad es que no me acuerdo cuándo y dónde lo aprendí; tampoco sé
si mi recuerdo es totalmente fiel al original estudiado; creo que sí.
Así
lo recuerdo:
Aquello
mayor que lo cual nada puede pensarse, debe existir en la realidad y
no solo en el entendimiento; es así que Dios es aquello mayor que lo
cual nada puede pensarse, luego Dios debe existir en la realidad.
¡Toma
ya!
Dice
la Wikipedia
que
El
argumento
ontológico para
la existencia de Dios es un razonamiento apriorístico que pretende
probar la existencia de Dios empleando únicamente la razón; esto
es, que se basa únicamente —siguiendo la terminología kantiana—
en premisas analíticas, a priori y necesarias para concluir que Dios
existe. Dentro del contexto de las religiones abrahámicas, el
argumento ontológico fue propuesto por primera vez por el filósofo
medieval Avicena en El
libro de la curación,
aunque el planteamiento más famoso es el de Anselmo de Canterbury
[…]
—¿Este
Anselmo de Canterbury es San Anselmo?
—Sí.
—¿¡”Empleando
únicamente la razón”!?
—Eso
dice.
—¿¡Qué
razón!?
A
muchos les parece una suerte de juego de manos teológico, como sacar
a Dios de una chistera. (John
Allen Paulos, Elogio
de la irreligión,
Tusquets).
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