SECCIONES

viernes, 10 de junio de 2022

Mala suerte

—¿Qué es el viento? —preguntaba alguien en el grupo de estudiantes de la academia que había en el pueblo en aquellos primeros años de mi adolescencia.

—Las orejas del Andresín en movimiento —contestábamos a coro los demás, simplemente por diversión, pues ciertamente las tenía muy grandes, de un tamaño que, al profesor que nos preparaba para los exámenes de bachillerato como alumnos libres, le venía muy bien para retorcérselas y para tirar de las mismas, con violencia, ante cualquier fallo del chiquillo —esperado, por habitual— en matemáticas.

***

Me despierta de la siesta «el coche de los muertos», como alguna vez he oído llamar por ahí al que a menudo recorre lentamente las calles de la localidad comunicando por megafonía el fallecimiento de alguien, el lugar del velatorio, el del sepelio, la hora... Hoy, concretamente, anuncia que ha fallecido Andrés, de mi edad, que coincidió conmigo en algún curso de aquel bachillerato denominado elemental.

Me lo temía y me lo esperaba desde hace ya unos meses, concretamente desde una de las últimas veces que lo vi por el pueblo (verano u otoño pasados, en una silla de ruedas que empujaba un amigo suyo) y me dijo que no podía andar y que estaba tratándolo, por algo que tenía en la cabeza —algún tumor, supuse—, un oncólogo muy bueno del Hospital Morales Meseguer.

Lo recuerdo de adolescente como buen chaval, aunque torpe para los estudios, por lo que, con frecuencia, recibía malos tratos —maltrato— de manos de nuestro profesor en la academia a la que íbamos en el pueblo (desde entonces, quedaron para siempre en mi memoria, sobre todo, los tirones de orejas), así como de su madre, una mujer amargada, bruta, malhablada… que le decía de todo, auténticas barbaridades.

Después se colocó (fue colocado, supongo, pues entonces su padre tenía posibles, bastantes y poderosos posibles) en la oficina de un banco, de la que pasado un tiempo lo largaron por un trapicheo, no sé si poco limpio o muy sucio, en el que se vio envuelto.

Y después de esto… nada: a vivir de lo que producía una tienda que su mujer abrió en el pueblo, en cuyas calles lo he visto unas cuantas veces en los últimos años, a menudo sentado en la terraza de algún bar, con su tabaco, su café manchao o su quinto de cerveza… pegando la hebra y dando la paliza a quien, como yo en alguna ocasión, pasara por allí y se le pusiera a tiro.

Poca y mala cabeza, malos y desavenidos progenitores, escasa y mala educación, mal trato y maltrato…; en definitiva: mala suerte.

¿Qué se puede esperar?

 

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