SECCIONES

viernes, 20 de mayo de 2022

Auriculares

Suelo recomendar, y suelo añadir el «encarecidamente» de rigor, que la escucha de música en el móvil debe de llevarse a cabo con auriculares, a no ser que se prefiera su audición como emitida por una lata de sardinas; y no se debe de hacer con unos auriculares cualesquiera, elegidos a la ligera, al azar; no, es importante que la música —y si es buena, con mayor razón aún— se escuche con unos auriculares decentes, con unos de buena calidad, lo que no quiere decir que necesariamente tengan que ser caros: el precio de los que suelo recomendar está entre los diez y los veinte euros.

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Escribo esto once días después de un casual encuentro mañanero en la capital murciana con Antonio, un excompañero de trabajo con el que hice buenas migas cuando coincidí con él durante bastantes años en el último colegio en el que ambos trabajamos, en el que nos jubilamos los dos.

Tras el encuentro, el saludo, el cómo estás y el cómo te va, buscamos una terraza de bar (por estas fechas, en Murcia, con esta delicia de tiempo, están llenas de gente) y nos sentamos a una mesa para disfrutar de un café y de un rato de charla. Ya ante el café, me cuenta Antonio que, encerrado con su nonagenario y muy cascado padre, lo pasa mal, que la situación es insoportable, y que la orquesta de Mantovani, un descubrimiento reciente, y su preferida desde entonces, le salvó la vida en los días más duros del obligado encierro por la pandemia.

Le pregunto que cómo escucha su música favorita, que cómo disfruta de la orquesta de Mantovani, y me contesta que lo hace directamente del móvil. Entonces le comento que es una pena, y le digo que, puesto que le gusta tanto escuchar música, debería de hacerme caso y hacerlo con unos buenos auriculares, que de esta manera la disfrutaría mucho más, y aprovecho para recomendarle la marca, el modelo y dónde comprarlos (en un guásap que le mando posteriormente, esa misma tarde, le incluyo hasta una foto de la caja de los mismos); me asegura que los comprará y quedamos en que ya me dirá qué le parece la diferencia.

La respuesta no tarda en llegarme, pues al día siguiente Antonio me guasapea diciéndome:

Me he comprado los auriculares. Te explico mi sensación. Mantovani me gusta más sin auriculares. Beethoven me gusta más con auriculares.

Le pregunto si los que se ha comprado son los que le recomendé, y me contesta que sí; entonces aprovecho para decirle que la audición con ellos lo orientará bien sobre la diferencia de las músicas que me nombra en su guásap, y luego le digo que espero que aprecie notablemente la diferencia.

Diez días después, ayer mismo, recibo otro mensaje de Antonio; en él me dice:

Muy contento por descubrir la música con auriculares, parece que estoy en los conciertos. Nunca es tarde... 😄

Y esto, que me confiesa mi excompañero a sus sesenta y siete años, es lo que me hace pensar en la moraleja de lo que quiero decir: en lo que mucha gente —de mi edad, más joven, mayor que yo…— se pierde por no tener acceso, por no saber desenvolverse mínimamente con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pienso que si hace unos días Antonio no se hubiera encontrado azarosamente conmigo, probablemente habría llegado al final de su vida sin probar y saborear algo que, según él mismo me confiesa, le gusta mucho, algo que tiene fácilmente al alcance, y que no es otra cosa que escuchar música de manera decente.

El paso siguiente —sé que no es fácil para mucha gente— debería ser el guardar en su móvil una buena cantidad de archivos —periódicamente revisables y ampliables— de sus músicas preferidas, para que pueda escucharlos y disfrutarlos a placer cuando quiera: como si estuviera en los conciertos, como él mismo, muy contento, me ha dicho que se siente.

 

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