Érase una vez, allá por los ya lejanos años en que, monótona, transcurría mi infancia, una pareja de novios de las muchas que había entonces en aquel pueblo del que, ahora y aquí, prefiero no recordar ni el nombre ni el lugar. Ella era una mujer físicamente recia, fuerte, contundente, a la que apodaban la Martina; y él, con un físico en absoluto tan fornido como el de ella, más bien todo lo contrario, fue apodado —terminó siéndolo— el Trespasaol, ahora veremos por qué.
Se cuenta de la pareja, con guasa, que, durante el periodo prenupcial, en sus pláticas diarias, a menudo el novio le decía a la novia, mirándola de arriba abajo con mucha intención: «Martina, te voy a trespasal»; a continuación hacía una pausa muy breve y completaba el anuncio de sus pretensiones futuras añadiendo: «cuando nos casemos, te voy a trespasal».
trespasal → trespasar → traspasar = atravesar
Eso que una y otra vez escuchaba la chica le produjo como efecto un estado de ánimo realmente ambiguo; iba por días, y no se sabe qué tipo de pensamiento predominaba en su mente al respecto durante el largo período anterior a la llegada de la boda, y, sobre todo, ante la cercanía de su fecha: ¿alegría?, ¿ilusión?, ¿anhelo?, ¿recelo?, ¿desasosiego?, ¿temor?... Bueno... siguiendo las coloreadas versiones de la tradición oral, parece que, conociendo a su novio, el estado en que se encontraba Martina era menos de inseguridad y amenaza que de esperanzada y optimista expectación.
Y por fin llegó el día del acontecimiento nupcial y, tras él, la noche de bodas, tan deseada por él y, ya digo, algo menos temida que deseada, por ella. Convengamos en que fue una noche de bodas por ambos esperada y por ambos deseada, y que no sabemos con seguridad por quién de los dos más.
¿Y?
Pues... eso... que de trespasal, nada; que, al final de la faena, la mujer —recuérdese: sólida, fortachona...— le dijo con mucha retranca a su reciente marido —recuérdese también: casi esmirriao—: «¡Ay, trespasaol!», y se lo repitió al tiempo que movía la cabeza en una mezcla a un tiempo horizontal y vertical, de asentimiento y negación: «¡Ay, trespasaol!».
Y algo de lo ocurrido debió de trascender fuera de aquel entorno porque así quedó la cosa, apodado en el pueblo y para siempre el Trespasaol.
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