Pocos días después de la
muerte de Gabriel García Márquez, estando disfrutando de un
relajante baño en una piscina de aguas termales, me encontré con
uno de mis paisanos más adinerados. (Lo de adinerado va de pasada
pero viene a cuento.)
Recuerdo, aunque no sé cómo
surgió el tema, que le comenté:
—Ha muerto García Márquez.
—Yo no tengo tiempo para leer
—contestó en tono de disgusto, como lamentando la falta de tan
preciado tesoro (¿tiempo, lectura...?).
***
Cada vez que me argumentan lo
de la falta de tiempo para leer, cada vez que me ponen esa excusa, no
puedo evitarlo, me altero un poco y tiendo a sacar las uñas, unas
veces con más prudencia que otras. Y después suelo arrepentirme.
A lo largo de los años he oído
a mucha gente utilizar argumentos de diversos tipos que realmente son
pretextos para justificar que no lee, para tratar de explicar el
porqué
de la ausencia de
la lectura
en su vida. Entre los argumentos utilizados pretendiendo dicha
justificación creo que los más usados son tres, que voy a colocar
en orden de mayor a menor importancia debida a su uso, siempre según
mis nulas recopilaciones estadísticas y mis pobres pero arteramente
sagaces observaciones:
«No leo porque no tengo
tiempo»
«No leo porque los libros son
caros»
«No leo porque no me gusta»
El primer pretexto, «no leo
porque no tengo tiempo», es quizás la razón argumentada más
escuchada por la que mucha gente dice que no lee; también, desde mi
punto de vista, es la más falsa, pues esa gente, toda la gente,
tiene tiempo, algún tiempo, para lo que de verdad quiere, para
aquello que considera importante en su vida, como, por ejemplo —y
pienso en mi paisano rico—, ganar [mucho] dinero. Muy al contrario,
conozco a alguien que dice no tener tiempo como para perderlo ganando
dinero.
El segundo pretexto esgrimido,
«no leo porque los libros son caros», puede tener algo de cierto,
sobre todo para algunas estrechas economías, pero también son
caros, y algunos bastante más que los libros, otros productos,
muchos de ellos no necesarios (o menos importantes, incluso
perjudiciales, como el alcohol y el tabaco) y sin embargo se compran
hasta por muchas de esas economías más apretadas.
Hubo
en otro tiempo un paisano —ya no vive— que me pedía bastantes libros prestados,
novelas policiacas sobre todo; recuerdo haberle dejado unas cuantas de Georges
Simenon, de las del comisario Maigret, que estaban entre sus preferidas. Sin
embargo, me decía aquel individuo que él no podía gastarse el dinero en «papel»
—refiriéndose a los libros—, que era algo superior a él, que le dolía la
barriga si lo hacía; precisamente —pensaba yo— en ese papel que con cierto
encarecimiento me pedía a mí en préstamo.
Y el tercer pretexto, «no leo
porque no me gusta», es el que más se ajusta a la verdad; y a esta argumentación, si veo
que mi interlocutor se presta a ello, suelo contestar —y recibir
por ello una mirada extraña—: «no te gusta
leer porque no tienes las herramientas suficientes para disfrutar de
la lectura», una respuesta que significa lo mismo pero más suave
—pienso aunque no lo diga— que decir: «no te gusta leer porque
no sabes».
En mis clases, he leído a
menudo para mis alumnos; lo he considerado una buena forma de «sembrar». A
ellos también les ha gustado mucho que les lea; tanto, que a menudo he tenido
que hacer con ellos un pacto de periodicidad lectora: una lectura cada equis
tiempo, aunque ellos me lo han continuado solicitando más a menudo, sin
respetar los plazos. Pues bien... esas mismas historias que con pasión seguían
cuando yo les leía, no las disfrutaban si eran leídas por ellos.
Hoy quiero traer aquí otro
pretexto que en una ocasión vi utilizar como excusa para no comprar
libros, uno muy peculiar que escuché no hace mucho y que nunca antes
había visto esgrimir. Andaba yo husmeando en las estanterías de una
librería del pueblo cuando vi entrar en el local a una joven mamá
empujando un carricoche en el que llevaba un niño pequeño ma
non tanto; al poco,
escuché esta brevísima conversación entre ambos:
—Mama, cómprame un libro
—pidió el niño.
—¡Sí, pa
que lo rompas! —contestó con muy mala sombra la madre, dejando
zanjada la cuestión.
Pero no crean que me sorprendió
tanto. No. Resulta que conozco a la chica de cuando era niña; fue
alumna mía y les puedo asegurar que, por ello, no me extrañaron su
negativa a comprarle el libro al niño y su tono desabrido (esaborío
dicen todavía algunos de mis paisanos), su mala
folla,
o mala follá.
Todo lo contrario, su actuación me pareció congruente
con lo que yo conocía de ella. Lo que sí me sorprendió, por
original, fue la respuesta: «¡Sí, pa
que lo rompas!»
Por cierto, después, en más
de una ocasión, la he visto «disfrazada» de nazarena en la
procesión del domingo de resurrección, con una buena sená
de caramelos y otras chucherías para repartir entre el público,
unos dulces cuyo importe se me antoja mucho más costoso que un libro
para su hijo.
Compadezco a los que no leen; sólo tenemos una vida y la literatura te
ayuda a entenderla antes de irte para siempre. (Cees Nooteboom, citado por Julio Llamazares en El
País, 18-11-2017).
La verdad del evangelio, Pepe.
ResponderEliminarGracias, Mariano, me alegra que coincidas conmigo.
EliminarTenemos poco tiempo, como para malgastarlo. Por eso no se me ocurre, música mediante, mejor cosa que gastarlo leyendo.
ResponderEliminarGracias, Pedro, y bien por lo de “música mediante”.
EliminarUn abrazo.
Las peculiaridades que existen alrededor de la lectura de un libro son tan variopintas, Pepe, que no tengo por menos que expresar, cuando conozco alguna de ellas, mi estupor. Las bibliotecas públicas prestan libros totalmente gratis. No, no es necesario comprarlos ni coleccionarlos ni perder espacio en la casa para tenerlos, basta con acercarse a una biblioteca y escoger el que te gusta, llevarlo a casa, leerlo y, en el tiempo acordado, devolverlo para que otra persona pueda hacer lo mismo: leer aquello que le gusta.
ResponderEliminarHubo un tiempo en el que, ante la falta de bibliotecas, algunas entidades que poseían el mecenazgo en diversas partes de su acción social, llevaban un autobús lleno de libros de pueblo en pueblo para poder prestarlos a cualquiera que se los solicitase, leerlos y tras un mes, volvía a pasar a recogerlos. En el momento actual es innecesaria esta ayuda a la lectura, las bibliotecas son muy extensas y de ellas se obtienen libros estupendos. Existe sólo la excusa de no saber leer comprensivamente y por ello se cansa el lector y se duerm. Un libro de no más de doscientas páginas se lee en no menos de un mes… etc., etc., etc.
Un abrazo, Pepe.
Igual que para nosotros, Antonio, la lectura es algo imprescindible, para muchos otros es algo impensable, insoportable, y sobran las excusas.
EliminarUn gran abrazo.