SECCIONES

viernes, 20 de julio de 2018

El Guti (y 2)

Los laterales de nuestras casas estaban enfrentados: corrían en paralelo, con una calle de poca anchura entre ambos (la ahora mal llamada Calle San Rosendo, pues siempre ha sido la Calle del Rosendo), de tal modo que la ventana de la cocina de mi casa daba a la puerta trasera de la suya, que, a su vez, estaba enfrente, con un pequeño patio por medio, de su retrete (no váter, no, entonces de eso no había en el pueblo). Así que una mañana cualquiera te podías encontrar el espectáculo mientras desayunabas: el Guti subido a la losa de su retrete, de cara a ti, mostrando desinhibido… sus gitanales, pues tanto la puerta del escusado como la de la calle estaban abiertas, y él haciendo sus necesidades, lo que tuviera que hacer; ya digo, un espectáculo.
He dicho antes que desde joven tuvo que enfrentarse a trabajos duros, a labores de personas mayores curtidas, y ello, unido a su falta de miedo, dio lugar a algunas anécdotas que con el tiempo se hicieron bastante populares. Entre ellas es muy conocida la que cuenta que una noche estaba nuestro personaje regando en su huerto (unas pocas tahúllas que, sin camino por medio siquiera, lindaban directamente con la pared del cementerio), que andaba en un momento de descanso, sentado en el costón que quedaba pegado a la pared del camposanto, apoyando la espalda en ella, cuando alguien, que había decidido darle un buen susto, apareció justo encima de donde él estaba, gritando cual zombi metemiedos desde lo alto del muro cementeril. La respuesta de nuestro protagonista fue inmediata: en un rápido giro torácico, con las dos manos lanzó la azada que tenía entre ellas (me lo imagino como un lanzamiento olímpico de martillo) y a punto estuvo de alcanzar al individuo, que de asustador pasó a asustado en cuestión de nada.
También me viene a la cabeza ahora —quizás por afinidad temática— un reto planteado por un valiente que, en un corro de mozalbetes de entonces, de pronto va y dice, a las tantas de una noche muy oscura (es importante tener en cuenta que todavía no había iluminación en las calles del pueblo): «¿¡a que no hay güevos a saltar la tapia y entrar ahora en el cementerio!?» ¿Quién se atrevió?: el Guti, con veinte duros de apuesta según me ha dicho él mismo no hace mucho. En esta ocasión fue el propio retador quien quiso asustarlo, pero, de nuevo, Juan se olió la jugada y, una vez dentro del cementerio, esperó escondido tras un nicho al individuo, le introdujo por la cabeza una corona funeraria tomada de una tumba cercana, y logró, como en el caso anterior, que quien quería asustarlo acabara asustado.
Por si faltaba algo, era un buen jugador de fútbol (ámbito en el que mucha gente le llamaba, como más «respetuosamente», por su apellido: Prior), uno de los mejores futbolistas del pueblo, que llegó a jugar profesionalmente en distintos equipos de fuera, y que —me consta— pudo haber llegado más lejos (téngase en cuenta el lastre que le supuso el haberse quedado sin padre y tener que desempeñar las funciones del mismo). El Guti era —así lo recuerdo— un rocoso extremo zurdo al que, ¡cómo no!, yo admiraba por encima del resto del equipo. Me acuerdo de que, como tiene el punto de gravedad bastante bajo —recuerden: piernas cortas y arqueadas—, pocas veces caía derribado, pues solía arreglárselas para, siempre con mucho empeño, salir trastabillando, a cuatro patas, de los apuros más desequilibrantes.
Con todo lo que había significado él para mí, por fin, con el tiempo (además de hacerle compañía cuando segaba hierba y de ayudarle durante muchos años mientras «arreglaba» los cochinos y en las matanzas de los mismos), pude hacer algo más serio por él. Ya lo he dicho, son tres años largos los que separan nuestras edades, pero en tercero de Bachillerato me presenté por él al examen de la asignatura de Francés. No es de extrañar que entonces pudiera hacerse eso, pues éramos alumnos libres e íbamos a examinarnos a Murcia llegado el final de curso, y por lo tanto los profesores no nos conocían, y tampoco teníamos que llevar a la prueba documentos para acreditar nuestra identidad; a pesar de ello —lo recuerdo perfectamente— pasé un mal rato, ya que la prueba era oral y temí ser descubierto.
¿Nombre?
Juan Prior Álvarez.
¿Edad?
Diecisiete años —yo tenía catorce.
Los días de la semana.
Lundi, mardi, mercredi...
[...]
Resultado: la nota que obtuve para él, un siete, fue superior a la que había obtenido días antes para mí mismo, un seis. A menudo nos reímos cuando se lo recuerdo.
Tras tantos años de convivencia en el mismo pueblo, es obvio que se me quedan muchísimas historias en el tintero, tanto de la remota infancia como posteriores (anécdotas futboleras, aventuras en el instituto, caza exitosa de ratas, la del cochino enfurecido, algunas noches locas siendo ya más mayores...), pero nada más lejos en mi intención que la realización de una reseña biográfica; realmente solo he pretendido elaborar un recordatorio afectuoso consistente en unas cuantas pinceladas sobre los años jóvenes de una de las personas más importantes para mí en aquellos tiempos: el Juanito, el Guti.

4 comentarios:

  1. Entrañable Pepe.Recuerdo ir con el Grillo allá por el año 80-81 al bar que había puesto donde la tienda y comernos una tapa que él había inventado "Un Torpedo" que consistía en una rebanada de pan untada con ali-oli(en Santomera Ajo)y encima le ponía una anchoa.
    Como dice Antonio Campillo en su comentario, colores ,olores y sabores invaden mi mente, en este caso sobre todo lo último.
    Un abrazo Pepe.

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    1. Qué verdades dices, Paco. Me viene a la mente ahora mismo una de mis tapas favoritas en aquel bar que puso el Guti, que consistía en medio bocadillo al que se le había quitado la molla, se le había metido en el hueco abierto un relleno de fritura de tomate con huevo y después se había frito en aceite de oliva; resultando una ricura muy sabrosona, que, por cierto, que yo sepa, también tenía un nombre dado por los dueños del bar: cada bocadillo era un «pitufo».
      Gracias y un abrazo.

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  2. Como distinguías dos capítulos, Pepe, supuse que en el segundo harías alusión a las anécdotas, reales, que describes y conocidas por todos los amigos, que éramos, prácticamente, la totalidad de los niños y adolescentes del pueblo, años arriba o abajo. Sin embargo, tu estrecho lazo con Juanito y las duras circunstancias que para todos tenía la vida en aquella etapa y especialmente a él, te hacen distinguido conocedor de pormenores que sólo se consiguen con el lazo de las vivencias cotidianas y comunes. Ninguno de aquellos adolescentes jamás podremos nombrar al “Guti” sin referirnos a su buen regate y valentía en fútbol juvenil y posteriormente profesional, a su duro y eficaz trabajo a lo largo de toda una vida, a la amistad que siempre demostraba con todos, todos los amigos de la época, mantenida a lo largo del tiempo, a su bravío y espontáneo carácter. Como dices, Pepe, no es una biografía, es una pincelada en la larga vida de un hombre leal de nuestro pueblo, Juanito, “El Guti”.
    Un abrazo.

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    1. Gracias, Antonio. Realmente me he limitado al Guti que mejor conocí, el de mis años de infancia y adolescencia; poco más, aunque, como digo y dices, solo unas pinceladas que tratan de reflejar lo importante que fue para mí.
      Un abrazo.

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