Como estoy jubilado, le propongo a un amigo,
todavía maestro en activo, que salgamos a la calle con su grupo de alumnos
libreta en mano para preguntar, a modo de encuesta, a las personas que nos
vayamos encontrando a nuestro paso, si les suena el nombre de Marcelo,
si saben quién es. Lo hacemos y… ¿sorpresas?: pocas, no crean.
Como esto no es un tratado académico no nos vamos a detener en
estadísticas, pero sí podemos ofrecer un resumen:
¿Qué otro u otros marcelos deberían ser conocidos?, se preguntará más de uno;
pregunta que yo aprovecho —me lo ponen fácil— para mi aporte marcelero, musical como es lógico.
· Algunas, personas, pocas, bastante mayores, de
ambos géneros, se acuerdan del galán cinematográfico Marcello Mastroianni.
· Una gran mayoría de gente perteneciente al
género femenino no tiene ni idea de quién puede ser o haber sido ese tal
Marcelo por el que preguntamos; a alguna chica le suena a futbolista,
baloncestista... deportista como mínimo, y cree eso porque algún familiar suyo
—marido, padre, hermano, novio...— es aficionado a “esas cosas”, sí, ya saben,
al fútbol y todo eso.
· Algún individuo, que aparenta más formación,
bromea diciendo que el ángel de la guarda del anterior ministro de interior se
llama Marcelo.
· Sin embargo, casi todos los individuos
pertenecientes al género masculino, independientemente de su edad, lo tienen
claro y contestan rotundamente, con seguridad, que ¡cómo no lo van a conocer!,
que se trata del defensa lateral izquierdo del Real Madrid, a lo que muchos suelen añadir algo por el estilo de ¡menudo
jugador!
· Nadie conoce —lógicamente— a más marcelos.
Se trata de dos compositores, quizás solo famosos
para un reducido grupo de gente. Para no meter la pata, busco en mis libros por
si hay más de dos, pero no, solo encuentro dos músicos, italianos, con el
apellido Marcello (ahora con dos
“eles”, pero se pronuncia una sola como alargada, aunque es cierto que la sílaba
“ce” tampoco se pronuncia como la nuestra: es italiano).
Recuerden cómo en La dolce
vita la despampanante Anita
Ekberg, metida en el agua
de la Fontana de Trevi, llama a Marcello Mastroianni, alargando la “ele” o, parecido,
pronunciando las dos “eles” por separado: ¡Marchel·lo!.
Los compositores a los que me refiero son los
venecianos Alessandro Marcello (1669-1747)
y Benedetto Marcello (1686-1739), hermanos, y conocidos, quiero
suponer, por los amantes de la música barroca.
El mayor, Alessandro, fue contemporáneo casi
exacto de Bach. Como sus hermanos, aprendió violín con su padre; también se
interesó por las matemáticas y la astronomía.
Alessandro Marcello
(Wikipedia)
Su obra más famosa, y
razón por la que lo creo el más conocido de los dos hermanos, es un admirable Concierto
en re menor para oboe y cuerda (oboe, 2 violines, viola y continuo), que
transcribió para clave Johann Sebastian Bach (BWV 974); se trata de un
concierto que fue erróneamente atribuido a su hermano Benedetto, y, con anterioridad, a Vivaldi; una obra que en el último tercio del siglo pasado se popularizó gracias a la
utilización de su cautivador segundo movimiento en la película Anónimo
veneciano (1970), ópera prima del director italiano —también actor y guionista— Enrico Maria Salerno. (Me dice mi hijo
Antonio que una amiga suya, profesora de oboe, se decidió por dicho instrumento tras
ver esta película.)
Ese cautivador segundo movimiento es el extraordinario
Adagio que les pongo a continuación para concluir esta
primera cita marcelera. La
versión —mi favorita— es la de la Camerata Köln, y el oboista que
interpreta tan maravillosamente esta genial melodía con un oboe barroco —escuchen
con mucha atención y ajústense los cinturones— es Hans-Peter Westermann.
Hans-Peter
Westermann
Audición:
En la próxima entrada, Benedetto.
Para mi tambien es la mejor version. Un toque muy limpio, en el que cada nota musical es muy definida.
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