En los años de mi infancia no se ponía árbol de Navidad en las
casas de nuestros padres; se ponía, en las que se ponía, belén, y
los Reyes Magos monopolizaban el magro reparto de regalos, y eso en
las viviendas en que los había, ¡regalos, claro!
Sin embargo, en mi casa, cuando mis hijos eran pequeños, poníamos y
disfrutábamos por Navidad de un árbol mágico. Era mágico de
verdad, no el típico árbol en el que te encontrabas los regalos
únicamente el día después de Nochebuena; en nuestro árbol había
regalos constantemente, casi diariamente. Cierto que eran, muchas
veces, “regalitos” —golosinas, pequeños juguetes...—, pero
el árbol “los ponía” muy a menudo, incluso más de una vez en
el mismo día.
Jose Alberto y Antonio se asomaban expectantes de vez en
cuando al salón donde estaba el árbol, esperando con ilusión que
este se hubiese espolsao y les hubiera dejado algo
por los alrededores. Y cuando de vuelta de alguna salida cualquiera
entrábamos en la casa, yo me adelantaba y así podía anticipar a
los niños que había escuchado algo, algún sonido, en la habitación
del árbol, lo que podía significar que este se había desperezado;
antes de terminar de decirlo, los pequeños —primos y amigos incluidos
cuando estaban con ellos— salían disparados para comprobar cómo
el árbol mágico acababa de obsequiarlos a todos con regalos que
ellos disfrutaban y celebraban mucho.
Todavía recuerda Antonio, además de los frecuentes juguetitos y golosinas, cómo una
vez, al acercarnos para ver si se había espolsao el árbol, tropezó el que esto cuenta y, al mirar la causa del traspié, encontramos unos atriles en el suelo.
Todavía, ahora con dos nietas en la familia, conservamos el mismo
árbol; y el año pasado, tras un enorme intervalo de tiempo, quiso
mostrar sus cualidades, pero no pudo, por lo menos con la frecuencia
y eficacia que mostraba antaño; es posible que ello se debiera a los
muchos años de inactividad regalística, o a las muy
espaciadas visitas de las niñas, o a la corta edad de las mismas,
o... ¡vaya usted a saber!
Espero que esta Navidad el árbol mágico vuelva por sus fueros y
retome con fuerza su costumbre, para que Paula y Ángela —la
primera ya con tres años— comiencen a ilusionarse de verdad con su
magia.
Aunque, pensándolo con detenimiento, la magia del árbol quizás
tenga sus mayores efectos en los adultos, que, embobados, disfrutamos
viendo cómo reaccionan los pequeños. Miren qué bien lo refleja
esta viñeta de Erlich:
Erlich 25/12/2014 (El País)
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