Esto que ven ustedes a continuación de este párrafo es una fotografía —¿podríamos llamarla
cenital?— del centro de la mesa del comedor donde suele manducar
la familia de este humilde servidor; y lo que se ve, en el mismísimo
centro de la imagen, es una sartená de migas, rodeada, sin
intención ornamental, de los pertinentes tropezones, que la autora
—artista es más correcto— sirve por separado.
Resulta que siempre me acuerdo de la foto cuando estamos terminando y
solo quedan los restos, pero esta vez me di cuenta antes; aunque alguien se me adelantó e inmortalizó mejor, con más tino, el momento. Bueno..., de cualquier manera, quede para la posteridad —que se sepa en todo el mundo, para... estudios académicos venideros— lo que comimos ayer.
¿Artista o genio?: Toñi, la madre de familia; ¿invitadas de
honor?: dos Ángeles, madre e hija —consuegra y nuera de la
autora de la preparación de la minchá, así como del que esto escribe—; ¿resto de manducantes?: los dos hijos de la
familia, Jose y Antonio, y yo, el plumilla que, para darles envidia, les cuenta la comida. Las dos nietas todavía andan con sus comidas
infantiles: potitos y esas cosas.
Vayamos con la descripción: En el centro, ya lo he dicho antes, la
sartén con las migas, y rodeándola apretadamente —empezaremos por
arriba como si fueran las horas de un reloj y seguiremos, ya con el
símil, en dirección horaria—, los tropezones, a saber:
-
Ajos tiernos fritos, a las doce.
-
Entre la una y las dos: longaniza y salchicha, fritas también, en trocitos pequeños.
-
Entre las cuatro y las cinco: habas tiernas fritas.
-
Entre las siete y las ocho: magra de cerdo, costillejas de ídem y tocino, todo bien frito en pedacitos de un solo bocado.
-
Pasadas las nueve: pimientos fritos, muy carnosos y bien hechos; ya solo el color, te camela.
Añadamos que para el caso “bien valdrá, como creo, un vaso de
bon vino” (Berceo), intercalado a intervalos regulares
entre los distintos bocados; en nuestro caso, vasos de una botella de
Juan Gil, cuya imagen asoma parcialmente por la esquina
inferior derecha la fotografía.
¡Ah!, se me olvidaba, para el final dejamos unas pocas migas
destinadas a acompañar el último postre —tras la fruta—: un
cuenco con delicioso chocolate calentito: se introducen las migas —que no llevan la grasa de los tropezones,
informo— en
el recipiente con chocolate, se bañan bien y con una cuchara se van
sacando en sabia proporción (otra vez a piacere)... ya saben.
Gracias, Toñi.