"Pasé por el Instituto y
la Universidad, pero de estos centros no conservo más
huella que una gran aversión a todo lo académico" (Antonio Machado).
Algo parecido puedo
decir yo de mi paso, como alumno, por la escuela.
La escuela no me gustaba. Tanto el colegio de monjas al que fui hasta los diez años (después solo las niñas podían continuar allí), como las escuelas graduadas, las de arriba, a las que fui después, fueron centros de los que apenas tengo un buen recuerdo. Sor Fulana, Sor Mengana, Sor Zutana, Don Fulano, Don Mengano, Don Merengano... Todos, o casi, verdaderos energúmenos de la pedagogía.
Yo personalmente no recuerdo
haber sido maltratado; quizás mi buena
memoria me proteja de esas desagradables escenas. Lo que sí recuerdo es que el ambiente, el
ver y escuchar los tortazos (eufemismo) volar a mi alrededor, la crispación,
los gritos e insultos, las ridiculizaciones (paseos por otras clases, carteles
colgados del cuello, orejas de burro…), etc. me afectaban de tal manera que me
resistía todo lo que podía a ser desasnado por semejantes individuos e
individuas. Además… apenas recuerdo haber aprendido en la
escuela algo de verdadero valor. Hacíamos caligrafía, dibujábamos, hacíamos
copiados y ¿qué más?
El lema era “la letra
con sangre entra” y… ¡vaya si entraba!
UNA
ESCENA
(Ambiente
de Colegio de Religiosas de la Santísima Orden del Amor Misericordioso de
Nuestro Padre Jesús Nazareno. Antes de alzarse el telón, se oye el Ave María de
Tomás Luis de Victoria, muy suavemente. El telón se levanta y se ve el aula de
un colegio de mediados los años cincuenta del siglo pasado. Los niños —solo
niños— están haciendo sus deberes y la
monja paseando por la clase rezando, bisbiseando con eses excesivamente silbantes. Uno de los alumnos, ANTOÑITO, se levanta de su sitio y se acerca a la monja).
ANTOÑITO.—Hermana, por
el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—No, aguántate
que ya eres mayorcito. Además, falta muy poco para el recreo.
(Un rato después, ANTOÑITO vuelve a dirigirse a la monja)
ANTOÑITO.— (Agarrándose, por fuera del pantalón, la
pilila, porque se está meando) Hermana, por el amor de Dios ¿puedo ir al
servicio?
HERMANA.—(Con mala folla) ¡No! ¿¡No te he dicho
que no!?
(Al rato)
ANTOÑITO.—(Agarrándose, por fuera del pantalón, la
pilila y juntando nerviosamente las rodillas. Ya no puede aguantar más) Hermana,
por el amor de Dios ¿puedo ir al servicio?
HERMANA.—(Harta ya del niño) ¿Es que
eres tonto y no entiendes lo que se te dice? (y recalcando intencionadamente cada una de las sílabas) ¿No te he
di-cho que no pue-des ir al ser-vi-cio?
(ANTOÑITO se
marcha cabizbajo, va a un rincón de la clase y mea allí mismo).
OTRA
ESCENA
(Antes de alzarse el telón se oye
el Cara al sol, himno patriótico donde los haya. El telón se levanta y se ve el
aula de un colegio público de los últimos años cincuenta. Los niños (solo niños), en sus deberes
aunque algunos chinchándose por lo bajines. El maestro, sentado, bien repantigado en su
silla, con las piernas sobre la mesa y roncando. Junto a él un bote muy grande,
de los de tomate en conserva —de tres o de cinco kilos—, donde lanza, sin
apenas moverse, sus gargajos. Don Fulano despierta porque el bullicio de la
clase ha aumentado considerablemente al bajar la vigilancia. Se levanta de la
silla y comienza a pasear por la clase, con una palmeta de madera en la mano,
inspeccionando los trabajos de los distintos alumnos por encima de los hombros
de estos. Se para delante de ANTOÑITO).
MAESTRO.—(Pretendiendo mucha autoridad. Con voz
aguardentosa, del tabaco y los carajillos) A ver, Antoñito, ¿cuántas son
seis por siete?
ANTOÑITO.—(En voz baja, cagado de miedo y dudando) ¿Seis…
poor siete…? ¡Ah, sí!, ¿cuarenta y
ocho?
MAESTRO.—(Levantando la voz) ¡Buuurro! ¡Ponte de
rodillas!
ANTOÑITO.—(Rápido, probando otra vez) ¿Cincuenta y
cuatro?
MAESTRO.—(Ahora gritando) ¡Zopeenco! ¡Y con
los brazos en cruz!
(Don Fulano sigue paseando, de
pronto se da la vuelta para sorprender a otro alumno)
MAESTRO.—(Con
rapidez) A ver, ¡Fulanico, los límites de España!
FULANICO.—(Pillado por sorpresa, aunque se lo temía) Pues…
estooo… (mirando al techo) España
limita al norteee… con…
MAESTRO.—¡Pon la mano!
(FULANICO extiende la mano mientras dice los límites.
Lo hace tembloroso, aunque se los sabe, porque si se equivoca, la palmeta caerá
implacable y cumplirá su cometido).
MAESTRO.—¡Más alta,
súbela!
(FULANICO levanta la mano y la adelanta, la pone
cómoda, para la palmeta)
Dramático, trágico, lamentable, y por esto no sé si milagroso, o lógico, que de esos polvos no hayan surgido ponzoñosos lodos, sino extraordinarios enseñantes.
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