SECCIONES

viernes, 13 de noviembre de 2020

Don Bestia (1)

Llamo ahora don Bestia al cura que marcó parte de mi infancia, el que, de los varios que hubo en el pueblo durante aquellos años, de alguna manera más influyó en mí, y lo hizo, desde luego, de forma negativa, muy negativa.

Fue con él con quien tuve que hacer la primera comunión y con quien durante años, periódicamente, hube de confesar mis pecados: primero, a menudo, y después, de vez en cuando, distanciando poco a poco cada vez más mis visitas al confesionario, hasta eternizar sus intervalos; en fin… él fue el cura al que tanto miedo tuve, pues siempre me pareció muy brusco... violento… un animal.

No recuerdo haber oído nunca a don Bestia hablar con dulzura; sí, sin embargo, me acuerdo de que te arreaba algún pescozón o tirón de orejas cuando, arrodillado frente a él en el confesionario, compungido, le decías que te habías tocado, tu pecado habitual. Y a él había que dirigirse prontamente para besarle la mano cuando te lo encontrabas por la calle, incluso aunque estuviera a decenas de metros de distancia. Y también era él quien, para que prestases más atención, te golpeaba varias veces, rítmicamente, en lo alto de la cabeza, con un largo palo muy aristado, si creía haberte pillado distraído mientras explicaba su doctrina. 

Y creo que sus mañanas y tardes consistían en el deleite vicario e inconfesable de asistir una tras otra, como en una larga sesión de pornografía oral, a las minuciosas confesiones de nuestra irreprimible sed de sexo. El padre Mario quería siempre detalles, más detalles, con quién y cuántas veces y con cuál de las manos y a qué horas y en dónde, y uno le notaba que esas revelaciones, aunque las condenara de palabra, le atraían de una manera enfermiza, tenaz, y que su insistencia en el interrogatorio lo único que revelaba era su ansia por explorarlas. (Abad Faciolince, Héctor, 2006: El olvido que seremos, Barcelona, Seix Barral, pág. 84).

Ya su físico imponía: Un cuerpo grande, recio y redondeado aunque no muy gordo, ensombrecido por la vestimenta curil, coronado por una cabeza mussoliniana que se conectaba al tronco por un cuello que recuerdo corto y ancho, con un pescuezo molludo que tenía dos pliegues horizontales a unos tres centímetros de distancia uno del otro, por encima y por debajo de la molla sobresaliente, y vestido con una sotana parecida a la del dómine Cabra que de forma tan extraordinaria retrató Quevedo en El Buscón.

Continuará. 

 

viernes, 6 de noviembre de 2020

Disfrutes

Llevas ya un buen rato sentado en tu estudio: escribiendo, leyendo, escuchando música…, lo normal de todos los días, de cada día, por la mañana, por la tarde, los lunes, los martes, los miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos.

Piensas entonces en hacer un descanso y sales a la terraza a estirar las piernas, a moverte un poco; ya en ella, te detienes en algunos rincones de la misma para contemplar con tranquilidad distintos lugares del pueblo, distintas vistas de un precioso anochecer. De pronto reparas en lo agradable que te resulta que el aire ya un poco fresco de este recién comenzado otoño te acaricie suavemente la cara, y con esa placentera sensación te llegan unos minutos de reflexión, que concluyes pensando que deberías ser menos exigente, por no decir puñetero.

Sí, y menos pesimista. Crees que habrías de poner un mayor empeño en tratar de aprovechar más los pequeños placeres cotidianos, las cosas sencillas y agradables que te brinda la vida, tu vida, algo que no tiene por qué excluir el seguir disfrutando de tus quehaceres preferidos, los relacionados con la música y la literatura sobre todo, y que desde luego incluye el aprecio de esta tan agradable brisa tonificadora de hoy en la terraza, y el reconocimiento diario del todavía aceptable estado de tu salud, así como el de la tranquilidad que proporciona tu también aceptable situación económica, y el placer, ahora más difícil, de pasar un buen rato con los amigos, y el aún más importante de disfrutar de una buena armonía familiar, y el de…

En fin, que tienes que valorar más todo aquello que puedes disfrutar de forma fácil y sencilla, y pararte menos a pensar en lo que podría ser si… Y, claro, así llegas a la conclusión de que, para lo que te queda de camino, debes replantearte a conciencia el aprovechamiento de tus disfrutes.

Hago colección de muchas cosas, como es bien sabido, pero mi colección favorita sigue siendo la de instantes felices. Y no pasa día sin que añada una nueva pieza, aunque sea solo una deliciosa miniatura. Antes de dormirme, repaso las últimas adquisiciones. (García Martín, José Luis: Instantes felices. Café Arcadia, 17-10-2020).