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viernes, 4 de julio de 2025

Las oscuras golondrinas

Para Paula y Ángela, mis nietas. 

Cuando cada año los rayos solares comienzan su periodo más peligroso para nuestras pieles, cuando el calor empieza a dejarse sentir notablemente en las mismas, incluso antes, busco afanosamente, en mis paseos diarios, la sombra de los edificios del pueblo y evito el deambular por las afueras. Y, así, un día tras otro, con pocas variaciones, hago el mismo recorrido o uno parecido. Si se quiere, llámese a esto miedo exagerado a un probable tumor cancerígeno de piel, o llámese prudencia, o llámese sensatez…: llámese lo que se prefiera.

Y en mi itinerario callejero, con cierta frecuencia, me paro a observar un trozo de acera (siempre el mismo, correspondiente a una vivienda que parece abandonada), un trecho de baldosa de unos pocos metros de longitud bien cargado de excrementos, de mierdas alineadas (el fenómeno se da también en otros lugares de la localidad, pero es esta acera, la más enmierdada, la que atrae mi atención, y, por ello, la que más visito).

He aprovechado para utilizar el término «baldosa» porque me ha venido al recuerdo que, tradicionalmente, aquí, en la huerta de Murcia, dicho vocablo —también «bal×losa»—, se utiliza como sinónimo de acera; para corroborarlo, busco en el diccionario de Diego Ruiz Marín (Vocabulario de las Hablas Murcianas. Murcia: Diego Marín, 2007), donde aparece: «baldosa. f. 2 «Acera, orilla pavimentada de la calle, para peatones».

 
El lugar de los hechos

Ya en la primera ocasión, pronto identifiqué a las causantes del esturreo excrementicio: solo tuve que mirar para arriba, divisar en lo alto el alero del tejado de la casa que acota el fragmento de acera, y comprobar que aparecía plagado de nidos de golondrinas; fue entonces cuando se me ocurrió escribir sobre el asunto.

Este fenómeno (el mismo todos los años, por las mimas fechas, en el mismo sitio) lo vengo observando desde hace mucho tiempo, fotografiándolo y grabando sobre la marcha —verbalmente, en la grabadora del móvil— algunas de mis ocurrencias jocoso-poéticas sobre él; incluso, hace unos años, llegué a desplazarme hasta allí con mis nietas para que pudieran disfrutar del panorama (ya se sabe lo que a la chiquillería le gustan estos temas escatológicos). Y digo «ocurrencias jocoso-poéticas» refiriéndome a que, ya desde la primera ocasión en que vi las mierdas de golondrina invadiendo el trozo de acera junto a la casa de marras, una y otra vez me ha ido viniendo a la cabeza la archiconocida rima de Bécquer que dice:

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Bécquer, Gustavo Adolfo: Rimas. Edición de José Luis Cano). Madrid: Cátedra, 1977, pág. 78).

Y cada vez (o casi, pero en muchas ocasiones), cuando, como he dicho, he sacado el móvil y tomado la foto de rigor, incluso el vídeo de rigor, he aprovechado para, también —aunque esto lo he hecho menos veces—, grabar verbalmente una improvisada variación sobre la rima becqueriana (siempre pensada musicalmente: ritmo, melodía…), una estrofa en la que, respetando los dos primeros versos del autor romántico, añado, de manera más o menos improvisada, los dos últimos, siempre referidos a las mierdas.

Pero ahora, escribiendo sobre ello, no me apetece —me puede la pereza—, buscar entre mis grabaciones (tengo demasiados recordatorios de voz sin organizar, entre ellos —también sin orden—, los referidos a las golondrinas). Así que he preferido elaborar otra vez los versos tercero y cuarto de una nueva estrofa, tratando, como en las ocasiones anteriores, de respetar —rima asonante, cómputo silábico…—, a la vez que divergir de la idea de la obra original, la de Gustavo Adolfo Bécquer.

Así que… última variación… por el momento, pues no creo que acabe siendo la definitiva.

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y las mierdas que siembran en tu acera,

sí, también volverán.

G. A. Bécquer y P. Abellán

 

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