Hace
ya bastantes años que dejaste la sanidad privada (te refieres a la que podías tener
acceso debido al privilegio de pertenecer a MUFACE), y te pasaste a la pública,
siendo muy consciente en todo momento —sueles decir que nunca lo has dudado— de
las ventajas y desventajas de cada una de ellas, y pensando que aquella que
supone un negocio no puede ser tan buena, tan eficiente realmente, y, sobre
todo, tan ética, como la que supone un desinteresado servicio público auténtico.
Tu
propia experiencia y la información más o menos seria que has ido recopilando
de aquí y de allá a lo largo del tiempo, ha ido apuntalándote en la idea de que
estás en lo cierto, de que has elegido y vas por buen camino, por el mejor de
los dos aquí tratados; la última noticia que te confirma en lo pensado al
respecto te la encontraste —hace un mes de esto— desarrollada tras este, para ti,
llamativo titular de prensa:
«Los
hospitales privatizados sacrifican calidad por costes: reducen personal y
priorizan a los pacientes “rentables”» (Ramírez, Begoña P. InfoLibre,
17-03-2024).
«Lógico»,
te dijiste entonces, y te repites ahora al concluir de nuevo —un mes después— su enésima relectura, justamente un poco antes de la inesperada aportación al asunto de la magnífica viñeta de El Roto que publica hoy El País:
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