Me acuerdo de que, siendo un joven adolescente, tenía
en mi horizonte, para cuando comenzara a trabajar, la meta de ganar quince mil
pesetas mensuales. Entonces me parecía que quince mil pesetas al mes (un
billete de quinientas pesetas cada día, redondeaba mi mente) era una cantidad
muy respetable, quizás porque había leído en algún sitio —algo así permanece en
mi recuerdo— que eso mismo era lo que ganaba entonces un marine estadounidense,
cuando aquí en nuestro país un maestro de escuela (muchos todavía recordamos aquello
de «pasar más hambre que un maestro de escuela») no llegaría, ni mucho menos, a
la mitad.
Comparativamente, visto con ojos de ahora me parece
una ridiculez, pues hoy esa cantidad de quince mil pesetas supondría unas
ganancias —y redondeo de nuevo— de noventa euros mensuales —tres diarios—, muy alejadas,
alejadísimas, de lo que le proporciona su pensión a aquel
mismo maestro.
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