SECCIONES

viernes, 13 de diciembre de 2019

Sensibilidad

Algo apurao de tiempo, llego a la sección de cardiología del Hospital Reina Sofía, guardo una pequeña cola ante el blanco mostrador y —¡uff, a tiempo, menos mal!— me presento ante una de las administrativas que hay tras él, una desangelada mujer, grande y gorda, que, con lentitud y desgana, nos va atendiendo a quienes estamos en la cola de las citas. Le entrego mis papeles, los mira, me mira…
—Pase por ahí y siéntese —me dice, de un humor algo agrio.
—¿Me llamarán? —le pregunto con prudencia, algo amohinao.
—¡Madre mía, no sé cómo tengo que decir las cosas! —masculla la avinagrada señora por lo bajini, sin contestarme directamente, mientras se vuelve para dejar mi cita sobre uno de los montones de papeles que, sobre un mueble, tras ella, esperan ser despachados.   

Me giro, abandono la cola para que avance y sea atendido el siguiente y, mientras con la mirada busco un sitio donde sentarme, pienso: «¿mala educación?, ¿grosería?, ¿carencia de profesionalidad? ¿falta de gusto por el trabajo bien hecho?…», aunque, finalmente, me inclino por un término que puede englobar y ser la causa de todo esto: «insensibilidad». Sí, insensibilidad, ese es el achaque que achaco a la individua; es lo que pienso mientras me siento y me dispongo a tomar nota de lo recién vivido para que no se me difuminen los detalles en la mollera.

[…] Tropiezas con alguien en la acera, pides perdón y no te contesta; al pronto lo atribuyes a mala educación, pero enseguida adviertes que no ha notado siquiera tu contacto; no es mala educación, es algo previo y más irremediable: falta de la sensibilidad que se necesitaría para poder tener buena o mala educación. (Sánchez Ferlosio, Rafael: Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Barcelona: Destino, 1993, pág. 151).


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