SECCIONES

viernes, 29 de septiembre de 2017

Mejor, de mimbre

Claramente podemos apreciar que la escritura —en música, notación— cumple una doble función. Por un lado sirve para preservar del peligro del olvido, ya que protege con anticipación y resguarda del daño que pueden ocasionar la pérdida, la modificación y el deterioro que, desde luego, se dan en la transmisión oral. Y por otro lado sirve para difundir, pues a través de ella se propagan, se divulgan, conocimientos, ideas, sentimientos, noticias...
En los tiempos del Gregoriano, la escritura musical andaba aún en pañales. Tan incipiente y rudimentaria era que resultaba insuficiente (por poco precisa: en altura, en duración...) para quienes tenían que aprender el repertorio; y como resultaba insuficiente se necesitaba de todo tipo de ayudas mnemotécnicas, como el gesto del director del coro —quironomía o quironimia—, y, además, de algún otro empujón más «estimulante», más fuerte, como el proporcionado por unas adecuadas cimbreantes varas de mimbre aplicadas con «sabia» mano.
Un «custumal» del siglo XI, libro de reglamentos para el monasterio cluniacense de San Benigno, en Dijon (más tarde catedral), nos dice que «en los nocturnos, si los niños cometen alguna falta en la salmodia o en otro canto, bien por quedarse dormidos o por alguna transgresión semejante, no debe producirse demora alguna, sino que se los despojará del hábito y del capuchón y se los golpeará, cuando sólo tengan puesta la camisa, con cimbreantes y lisas varas de mimbre, adecuadas para ese propósito especial». (Robertson, A. y Stevens, D. (directores), 1966: Historia General de la música (3 Vols), Madrid, Istmo–Alpuerto).

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