Recuerdo con cierta nostalgia el
cine de mi infancia y adolescencia. De pequeño me gustaban sobre todo las
películas del oeste, y me acuerdo de la importancia que tenía en ellas ser el
más rápido a la hora de sacar el revólver, de la
necesidad de desenfundar velocísimamente para sobrevivir. Y no se me olvida,
no, lo que entonces me atraían un par de revólveres con sus correspondientes
cartucheras en un cinturón canana.
Retienen mis neuronas
nítidamente la imagen del par de colts del 45 que, siendo niños, lució un año
—se los trajeron o mandaron de Venezuela, o los trajo él, no lo sé— Antonio el
Venezolano. ¡Menudas pistolas! —ya digo, todavía las tengo en la
cabeza—; parecían auténticos revólveres de pistolero profesional, como los que
usaban los personajes de las pelis que tanto me gustaban.
También me acuerdo del follón
que montábamos en el cine, pataleando en los escalones-asientos de madera del
gallinero, situado detrás y
por encima del nivel del anfiteatro, cuando en la película llegaban los «buenos»
para salvar in extremis a la chica o
a alguno de los compañeros del «valiente», que estaban en peligro:
parecía que se iba a venir abajo el cine entero.
Igualmente me gustaban, mucho
también, las películas de romanos —griegos, persas, romanos, cartagineses...— y
sus, envidiados por todos los niños, forzudos (Maciste, Hércules, Sansón…). ¡Vaya musculatura! —recuerden,
por ejemplo, al culturista Steve Reeves—
¡Menudos cuerpos! ¡¿Y los de sus mujeres, las protagonistas de esas
películas?!... con sus peplums y mini peplums, que, además, cuando montaban a
caballo, dejaban mucho más explícitamente al aire los muslos y lucían unas
piernas que alteraban muchísimo al removido personal masculino. En el gallinero
del cine era donde más se notaba eso, pues comenzaba el atareo en las zonas
bajas de algunas cinturas.
Entonces, aunque estaba
prohibido, se fumaba en el cine. Fácilmente se podía comprobar mirando desde la
oscuridad de los asientos las abundantes volutas de humo enredadas en el foco de
luz que salía de la cabina de proyección y llegaba hasta la pantalla, un mágico
y maravilloso haz luminoso que transportaba los personajes de las películas. Y
si estabas fumando y se acercaba el acomodador lo solucionabas escondiendo o
apagando con rapidez el cigarro; aunque, créanme, no siempre salía bien; si te
pillaban... podían... incluso echarte a la calle.
Cuentan al respecto que,
estimulado por algunas de esas escenas «entonces verdes» de una película de la
época, un mozo hormonalmente revolucionado, en el gallinero del Cine La Cadena, andaba bastante
distraído dándose un masaje de desahogo. De pronto —él no lo vio llegar— se le
acerca el acomodador con la linterna encendida y, creyendo que el joven está
fumando, dirige el foco de luz hacia la mano en la que cree que sujeta el
cigarro; el mozo, que no tiene tiempo para más, oculta rápidamente la mercancía
bajo las manos. Manolo, que así se llama el acomodador, le dice que apague el
cigarro. El mozo, tapando como puede «el asunto», contesta, tratando de ser
convincente e implorando comprensión: «¡Manolo...
que no es un cigarro!»; pero Manolo, incrédulo, insiste e insiste hasta
que, tras repetidas demandas y amenazas, el mozo suelta lo que desde luego no
es un cigarro y —según los más atrevidos en la narración de la aventura— le da,
con lo que no es un cigarro, un golpetazo a la linterna, que, arrebatada de las
manos del acomodador, sale volando por el aire.
Yo, hasta no hace mucho, había
creído que esta anécdota del «cigarro» era una leyenda urbana más, mitad
mentira y mitad embuste, pero no hace mucho he tenido la ocasión, en una comida
que hacemos anualmente los jóvenes de aquella época, ahora ya bastante menos
jóvenes, digo que he tenido la ocasión de preguntarle al individuo al que
siempre he oído achacar la anécdota, y él mismo me la ha confirmado.
—¿Así que es verdad —le
pregunté, ya en los postres, con el carajillo en la mano— lo que se cuenta de
ti, lo del cigarro, en el cine?
—Sí —me contestó,
sonriendo y asintiendo a la vez con la cabeza lentamente— totalmente cierto.
Desde entonces,
cuando me lo encuentro muy de vez en cuando por el pueblo, le suelo recordar: «¡Manolo...
que no es un cigarro!». Y él, buena persona, un hombre sano, me dedica una
sonrisa cómplice.
Así que ya lo saben: es verdad, ocurrió, y no era un
cigarro.
Hola Pepe,leyendo la anécdota que relatas me viene a la memoria el comentario que puse en mi muro del Facebook sobre la maravillosa y genial pelicula "CINEMA PARADISO".El cine que aparece en esta cinta,perfectamente podría haber sido el cine "LA CADENA" el cual por supuesto recuerdo con nostalgia y cariño.Cine en el que pasé mi infancia y juventud y del que podría contar infinidad de aventuras.Un saludo Pepe.Paco Gonzalez Soto
ResponderEliminar12 de abril de 2014 · Editado ·
OBRA MAESTRA Película recomendable a todo el público en general,pero muy especialmente a esa generación en la cual me incluyo,que cuando eras crio y llegaba el domingo,las únicas opciones de ocio a las que podiamos acceder eran los billares y fútbolines o el cine(sobre todo si vivías en un pueblo de los tantos de España,pequeños,pero eso sí,con billares y cine...) .Cines con programa doble dónde:fijo, una era del oeste , después vinieron las de kárate y posteriormente las del destape.Esta película es un sentimiento de nostalgia puro y duro,además de una reflexión sobre el pasado, presente y posible futuro del cine.Cinema paradiso es una película de sensaciones,de seres humanos, de amor eterno,de amistad....Yo creo que entonces valorábamos más las cosas. Estoy seguro que esta película traerá infinidad de recuerdos a esta generación que menciono. Pd. DEMASIADAS PLAYS STATIONS
Fragmento de la crónica de Paco Umbral:
Quizá el cine no había escrito nunca su autobiografía y la escribieron los italianos aún con recursos del neorrealismo,gracia narrativa de todo el cine italiano y acertando al optar por escribir esta historia con limitaciones aldeanas en lugar de hacerlo con el desborde y el desmadre que lo hubiera hecho una productora de hollywood,excesiva en mármoles,estrellas,oro,plata y mitos personales.Cinema Paradiso es una autobiografía modesta y sentida,donde el cine se explica a sí mismo como no lo había hecho nunca.
El instrumento narrativo de Cinema Paradiso es un cine de pueblo con su proyectista manual y su niño fascinado por la imagen.Un cine de domingo,un milagro de cine que sólo nos cuenta la historia de unas gentes que van al cine.Ahora bien,al cine a fumar,alborotar,amarse,a pelearse e incluso a ver una película......
Gracias, Francisco, por el comentario; estoy de acuerdo —sintonizo— contigo. «Cinema Paradiso» es una de mis películas favoritas, una bellísima historia de amor al cine. Como tú y Umbral ya decís bastante, solo quiero añadir la inolvidable música de Ennio Morricone que la «acompaña».
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