No es infrecuente la respuesta
«graciosa» del individuo de turno cuando le dices que tocas la
flauta dulce; es fácil que te conteste, preguntándote a su vez, que
«por qué no la salada», o algo por el estilo. Y si en vez de decir
que tocas la flauta dulce, solamente dices flauta, sin el adjetivo,
el mismo tipo de individuo te puede preguntar, también
«graciosamente», simulando extrañeza: «¿¡la de Bartolo!?», o,
lo que casi es lo mismo: «¿¡con un agujero solo!?».
Escribo esto recordando que
hace poco, finalizando el verano pasado, en la tertulia, Eustaquio y
yo, con la coña pertinente, habíamos acordado —no sé cómo
llegamos a este tema— que para el próximo día de reunión
llevaríamos él la armónica y yo la flauta para interpretar algunas
melodías y dedicárselas a los amigos presentes.
Así que para el día
siguiente de tertulia yo había preparado —quería mostrar un poco
de diversidad en tamaños y maderas— media docena de flautas en una
mochila, aunque llegado el momento solo utilicé dos: una soprano de
madera de boj y una contralto de palisandro.
Llegó la ocasión, pasamos el
rato, tocamos algunas melodías, terminamos, recogí y metí en la
mochila las flautas y otros menesteres para la ocasión, y... ya me
iba cuando un cliente del bar en cuya terraza nos juntamos, ajeno
totalmente a la tertulia, no sé cómo fue, quizás había estado
observando de lejos, me preguntó por lo que llevaba en la mochila;
le dije que al hombro llevaba algo para mí muy importante: flautas,
unas cuantas, y añadí, para justificar su importancia, que eran de
diferentes valiosas maderas, que me habían costado una buena pasta y
que...; en vano traté de seguir dándole explicaciones, pues no me
escuchaba; poco después de oír la palabra «flauta» me interrumpió
preguntándome y haciéndome un guiño cómplice, con la sonrisa
bobalicona del
que se maneja a
base de tópicos: «¿¡pero... de un agujero solo!?».
En casos así, la gente «fina»
contesta, aunque sea mentalmente, también con frases hechas, como la
que afirma que es inútil echar margaritas a los cerdos, o aquella
otra que dice que no está hecha la miel para la boca del asno. Pero
a mí, algo más tosco, me vino a la cabeza —y estuve a punto de
abocárselo: me quedé con las ganas— algo así como «¿y tú...,
además de comer y cagar, qué más haces?».
Hay mucha gente, una cantidad
mayor de la que solemos considerar como normal, que ha venido —la
han traído— a este mundo a cumplir con lo básico solamente:
comer, cagar, dormir y, como decían mis amigos de Moratalla en mis
tiempos de estudiante universitario, «el macho a la hembra». Dicho
más seriamente, esas personas realizan, como seres vivos que son, y
por supuesto que a su rudimentaria manera, lo que en biología
llamamos funciones vitales: nutrición —que incluye la
respiración—, reproducción y relación. Yo, para que rime,
prefiero decir: «comer, cagar y... poco más».
No debiste quedarte con las ganas Pepe,se lo deberías haber dicho y además haciendole un guiño a tu blog,la mejor manera de haberselo dicho habría sido "abonico"....que es en este caso como más jode.Saludos.
ResponderEliminarSí, Francisco, me pasé de «abonico».
EliminarGracias y saludos.