Para apoyar mis actividades lúdico-musicales suelo defender que el niño es puro juego, que juego y niño son una misma cosa. El niño juega
siempre, y pierde las ganas de jugar solo si está realmente enfermo, con fiebre. Acabo
de comprobarlo esta semana pasada en unos días en que mi nieta Paula ha estado acatarrada.
Voy a pasar la tarde con ella. Cuando llego la encuentro sentada en su silleta y apenas despliega la energía necesaria para llamarme: abuelo Pepe, abuelo Pepe, repite incesantemente en voz muy baja, pero apenas se mueve ni sonríe: ninguna manifestación de alegría. La tomo con mucho cuidado, la beso y la observo: tiene las manos y la cara muy calientes, marcadas ojeras dibujadas bajo los ojos vidriosos, tose y está muy mocosa, mocos que yo limpio muy suavemente con una toallita de vez en cuando. Está mal.
Su madre me proporciona un antitérmico para que se lo dé yo porque con ella se niega a abrir la boca. Y… ¡Sorpresa! Paula se lo toma ejemplarmente; a la media hora la fiebre ha bajado e inmediatamente se nota porque comienza el movimiento, la actividad incesante, aunque quizás no con la energía de otros días, pero actividad al fin y al cabo. Paula vuelve a ser Paula; inicia los viajes al rincón donde tiene los juguetes y me va trayendo —uno tras otro— algunos para que juegue con ella.
Últimamente le hace tilín la plastilina y con ella hacemos —su abuelo practica con paciencia para adquirir pericia— bolitas de distintos tamaños y otras sencillas figuras elaboradas con moldes —una estrella, la luna, distintos animales…—, que ella, ordenadamente, va colocando encima del mueble sobre el que se apoya la tele.
A Paula le encanta llevar en los bolsillos de una suave y preciosa bata rosa toda clase de pequeños objetos: infantiles cogedores del pelo con figuritas, unos cuantos chupachups y piruletas —que, por cierto, pocas veces la veo comer—, las bolitas y figuras de plastilina antes mencionadas... ¡Ah!, y algunas monedas. Hay que ver el trajín que lleva con esas cositas, pasándolas continuamente de sus bolsillos a un pequeño bolso redondo con cremallera que le regaló su abuela Toñi, y de este a sus bolsillos o, de nuevo, a la exposición que monta en el mueble de la tele.
Paula con su bata rosa
Llega la hora y me voy más tranquilo.
Abuelazo!
ResponderEliminarAbuelo: m. Dícese del sujeto que se entusiasma con los pequeños juegos de sus descendientes en segunda generación, preocupándose por el mínimo estornudo de los mismos.
ResponderEliminarUn abrazo, Pepe.