SECCIONES

viernes, 17 de julio de 2020

Arrimao

Una de las cosas buenas que tiene el hacer en solitario tu ejercicio físico diario andando por las calles del pueblo es que a menudo te encuentras en ellas con personas con las que, si quieres, y a veces sin quererlo, te detienes e intercambias unas palabras.
En esta ocasión —corre, ligerico, el año 2015— me encuentro con Pepe el Torero; nos saludamos, le pregunto que cómo anda de salud y me responde que de salud… regular tirando a bien, pero de ánimo… a ratos.
—Es que tengo muchos años ya —me dice, y añade, articulando despacio cada sílaba, mientras levanta la cabeza y eleva las cejas para abrir más los ojos—: o-chen-ta y u-no.
—Pues no los aparentas —respondo.
—Mis días buenos ya han pasao —sigue, apenando el gesto.
—Yo te veo bastante bien para los años que tienes —le digo para animar la conversación.
—¿Qué edad tienes tú? —me pregunta entonces.
—Sesenta y cuatro.
—Pues… te quedan… —hace sus cálculos, acompañándose con un gesto de rotación de su mano derecha bien abierta— arrimao a diez buenos —me dice mientras amaga una sonrisa de pillo.
Ha pasado ya un tiempo desde aquel pronóstico del Torero, y, de vez en cuando, cada día más cercana la edad límite de mis años buenos según sus cálculos (con la esperanza de llegar bien a esas fechas y de poder pedir prórroga cuando las alcance), me acuerdo de aquella conversación.


viernes, 10 de julio de 2020

Almorranas imperiales

Creo que fue recién publicado, hace ya una docena de años, cuando leí el libro de historia novelada (así he leído que era calificado) El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala, y en él me encontré con alguna información sorpresiva para mí, como la de que Carlos I (Carlos Primero de España y Quinto de Alemania se decía en mis años de bachiller) no pudo haber estado presente en la batalla de Mühlberg, simplemente porque se encontraba entonces (y no sé si con algún otro impedimento) reposando en una litera «lleno de gota y almorranas», que no le habrían permitido mantenerse tan erguido sobre la silla del caballo como lo pintó el grandísimo Tiziano en un cuadro muy importante en Historia del Arte: Carlos V en la Batalla de Mühlberg, un título que da por sentado que el emperador estuvo, y tan chulo, en dicha contienda. 
Después de mirar bien el cuadro, léase lo que escribió Gala refiriéndose al emperador:
Su apariencia era desastrosa: bajo, de piernas estevadas, con un prognatismo que le mantenía la boca abierta permanentemente, y hablando un alemán mínimo y titubeante. Por supuesto, Tiziano, al que Carlos respetaba y admiraba hasta darle el título de conde, dignificó por lo menos, y aun embelleció cuanto pudo, a aquel hombre. En el caso de Mühlberg no sólo hizo eso, sino que lo trasladó de la litera donde reposaba lleno de gota y almorranas a un piafante caballo. (Gala, Antonio: El pedestal de las estatuas. Barcelona: Planeta, 2007, pág. 175).
Entresijos de la Historia, me da por pensar.

viernes, 3 de julio de 2020

Notas altas

«Es importante que a la facultad de Educación se entre con notas altas», leo que dice Isabel Celaá, ministra de Educación y Formación Profesional (El País, 23-02-2020), en una entrevista de la que la prensa destaca su pretensión de mejorar la formación de los maestros.
A la admirable profesión de docente, por su enorme importancia social, deberían acceder con gozo los aspirantes más dotados y los mejor preparados para ejercerla: los mejores estudiantes. Nuestros gobernantes de cada momento deberían arbitrar más y mejores medios para que así fuera. ¿Cómo? Pues preparando bien a sus futuros maestros, estimulando después su valoración social, mimándolos en su trabajo, mejorando sus condiciones laborales, pagándoles unos generosos sueldos, exigiéndoles una labor seria y una dedicación esmerada... y ello para que todos los posibles aspirantes —incluidos, sobre todo, los más dotados y con más vocación— se sientan atraídos, muy interesados por esa maravillosa labor de docente, para que todos los estudiantes quieran ser maestros, buenos maestros, muy buenos maestros.