SECCIONES

viernes, 11 de octubre de 2024

Pulpa

Me acuerdo muy bien de los sacos de pulpa que había apilados en aquel almacén tan grande, y tan aparentemente desorganizado, de la tienda de mi padre; recuerdo perfectamente el color grisáceo de dicho producto, su aspecto un poco granulado, su tacto…; le comento estos recuerdos a mi hermana, en la visita semanal que suelo hacerle, y me responde que ella se acuerda de lo que le costaba meter la pala para extraer la pulpa del saco que la contenía.

Muy especialmente, resalta en mi memoria lo poco que, pese al tamaño que tenían, pesaban aquellos sacos, pues eran muy grandes; que yo sepa… los más grandes que se manejaban en el comercio de entonces; no en vano se solía decir, de alguien a quien se consideraba más o menos adinerado, que guardaba el dinero en sacos destinados a la pulpa: «¡si ese guarda los billetes en sacos de la pulpa!», he oído decir, y con el tiempo también he dicho yo, muchas veces.

Ahora, curioso como soy para estas cosas, como nunca lo fui en mis años jóvenes, indago sobre qué es la pulpa en realidad, pues lo he ignorado hasta hoy mismo, y, cómo no, lo primero que hago es buscar el vocablo «pulpa» en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua; y, a la vista del resultado, deduzco que, de las cinco acepciones que me muestra, la última es la que me interesa:

pulpa

Del lat. pulpa.

5. f. En la industria azucarera, residuo de la remolacha después de extraer el jugo azucarado, y que sirve para piensos.

Así es la vida, la mía por lo menos, me digo: a la vejez… viruelas; ha tenido que pasar una eternidad (más de sesenta años —cerca de setenta— desde que veía aquellos sacos de pulpa en el almacén de la tienda de mi padre), para que me interese por la identidad de este producto y, en consecuencia, para que me entere de lo que verdaderamente es y para qué se utilizaba: «nunca es tarde», pienso: bienvenidos, pues, tanto el nuevo conocimiento adquirido como el recuerdo añorálgico —perdón por el palabro— de aquellas imágenes de mi infancia, adolescencia y juventud.


viernes, 4 de octubre de 2024

Sobre conclusiones

Casi cuarenta años de magisterio dejan en uno —desde luego que en mí lo han hecho— una huella indeleble; quizás por ello, todavía, pasado ya bastante tiempo desde mi jubilación, ando de nuevo, la enésima vez, dando vueltas en mi cabeza a la importancia de la formación en la vida de una persona, al impagable valor de una buena educación (es muy importante, desde mi punto de vista, que esta sea globalizadora, totalizadora: una educación para la vida), y téngase en cuenta que una buena formación, una buena educación, implica una también buena información.

No hace mucho que escribía aquí mismo sobre la conclusión a la que había llegado unos días antes leyendo La Babilonia, 1580, una novela en la que, ya en sus primeras páginas, reflexionaba sobre las pocas salidas —entre ellas la de prostituta y la de monja— que tenían las mujeres jóvenes y pobres en la España de finales del siglo dieciséis para eludir la miseria. Poco después, también aquí, contaba la conclusión a la que llegaba un político catalán cuando, viajando en un ferri, miraba a un grupo de jóvenes, marroquíes según él.

Bien, pues, dándole vueltas a estos asuntos, he llegado ahora a una reflexión en la que, haciendo una acrobática pirueta con doble tirabuzón, extraigo una conclusión sobre las conclusiones, así en general, una idea que he ido rumiando en el caletre estas últimas mañanas —ya unas cuantas— mientras caminaba mi actual hora diaria.

Y tal conclusión sobre conclusiones me dice que, al margen de ideas y razonamientos más o menos interesados, más o menos ocultos, y también más o menos inconfesables, una persona con una buena formación (y cuanto más inteligente sea, mejor) saca «sus» propias conclusiones de lo que ve, de lo que escucha, de lo que lee…: de lo que vive; y otra, esta menos formada (y cuanto menos inteligente sea, peor) también saca «sus» propias conclusiones.

Pero estoy seguro de que las extraídas por esta última (aunque ambas lo hayan sido de una misma información, incluso de una misma fuente) difícilmente serán las mismas o parecidas a las de la primera, y, además, se me figura que habrán de ser menos acertadas y, por ello, me parecen de menos confianza; y cuando digo esto no estoy pensando en el respeto, cierto que muchas veces dudoso, que pueda merecer quien las emite, pues creo que hay que tratar de entender a cada persona y tener en cuenta su naturaleza, su situación…: sus circunstancias.

Así que… lo tengo claro: a mayor y mejor información, mayor y mejor formación; también, ¡cómo no!, mayores y mejores conclusiones que extraer de la realidad, y, por ende, más y mejores medios y maneras de enfrentarse a los distintos avatares que nos depara la vida.*

Y precisamente ahora, relacionado con lo que escribo, acude a mi cabeza la cantidad —también la índole— de noticias falsas, de bulos… de embustes, de verdaderos disparates que, en la actualidad, circulan constantemente por ahí con asombrosa fluidez (se trata de conclusiones mal sacadas, cuando no motivadas por la mala fe, lo que aún es peor): por guásap, por féisbuc, por youtub…, incluso por medios de comunicación —prensa, radio y televisión— que se las dan de serios y objetivos.



* ¡Cuidado!, cuando me refiero a una mayor o menor formación, no estoy pensando en un mayor o menor número de títulos y diplomas enmarcados y colgados en la pared.