SECCIONES

viernes, 10 de mayo de 2024

Perseverancia

Para hacer acopio de una buena colección, de lo que sea (de antiguos prospectos de películas de cine, de ceniceros, de ediciones distintas del Quijote en cada uno de los muchos idiomas posibles…), son necesarios, además de que la suerte te acompañe en la localización y adquisición de los muchísimos elementos que acabas acumulando, la perseverancia, el tesón… el empeño en conseguir lo perseguido.

Como muestra de lo que quiero decir, traigo aquí un párrafo de uno de los últimos libros que he leído —acabado recientemente—, un fragmento que me parece muy interesante, sobre todo por curioso, por original… por peculiar. Pertenece a una obra autobiográfica de Oliver Sacks, famoso neurólogo y escritor, fallecido no hace tanto, una obra —El tío Tungsteno— en la que el autor nos cuenta su amor por la química durante su infancia y adolescencia: cómo va adquiriendo con mucha ilusión sus conocimientos, cómo va realizando sus experimentos, y muchas anécdotas —personales, familiares, científicas…—, algunas de ellas muy sabrosas, como la que expongo a continuación:

Pero mi colección preferida era la de billetes de autobús. En aquella época, siempre que uno cogía el autobús en Londres le daban una cartulina oblonga de color en la que había letras y números. Después de que un día me dieran un O 16 Y un S 32 (mis iniciales, y también los símbolos del oxígeno y el azufre, y añadidos a éstos, por un feliz azar, sus masas atómicas) decidí iniciar una colección de billetes de autobús «químicos», para comprobar cuántos de los noventa y dos elementos podía conseguir. Tuve una suerte extraordinaria, o eso me pareció (aunque todo era obra del azar), pues los billetes aumentaron rápidamente, y pronto tuve la colección completa (el W 184, el tungsteno, me proporcionó una satisfacción especial, en parte porque era la inicial de mi segundo nombre [Wolf]). Desde luego, había algunos muy difíciles: el cloro poseía la irritante masa atómica de 35,5, que no era un número entero, pero, imperturbable, recogí un Cl 355 y le añadí un diminuto punto con tinta. Los elementos de una sola letra eran más fáciles de conseguir: pronto tuve un H 1, un B 11, un C 12, un N 14 Y un F 19, además del originario O 16. Cuando me di cuenta de que los números atómicos eran aún más importantes que las masas atómicas, empecé también a coleccionarlos. Al final disponía de todos los elementos conocidos, del H 1 al U 92. Cada elemento quedó para mí indisolublemente asociado a un número, y cada número a un elemento. Me encantaba llevar encima mi pequeña colección de billetes de autobús químicos; me daba la sensación de poseer, en el espacio de quince centímetros cúbicos, todo el universo, sus componentes básicos, en mi bolsillo. (Sacks, Oliver: El tío Tungsteno, Barcelona: Anagrama, 2020, págs. 81-82).

 

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