SECCIONES

viernes, 31 de mayo de 2024

Antes de cenar

«El compadre», que así se referían y continúan refiriéndose a él los miembros de la familia de Toñi (en realidad, él y su mujer —«la comadre»— habían sido padrinos de bodas de los padres de mi suegro, y de ahí el apelativo de «compadres»), era todo un personaje, al que recuerdo rebosante siempre de buen carácter y mejor humor. Hablando de las escaseces que había pasado en sus años de infancia, solía contar con mucha gracia que, siendo niño, en su casa se acostaban todas las noches «un rato antes de cenar».

 

viernes, 24 de mayo de 2024

Difusión

Recientemente (y emparejados —por lo menos aquí— por la muerte), han fallecido en un intervalo muy corto de tiempo dos «fenómenos» de las letras: el filólogo español Francisco Rico y el novelista estadounidense Paul Auster.

La difusión, en los distintos medios de comunicación, de la muerte del segundo, un escritor muy destacado en el mundo reciente de la narrativa, si bien no llega —¡faltaría más!— a la que tendría un jugador de fútbol de su misma categoría (como bien pudieran ser Cristiano Ronaldo, Mesi, Mbappé…), sí podemos considerarla aceptable: ninguna sorpresa, pues el eco obtenido ha sido el esperado —por lo menos, por mí— debido a la cantidad y calidad de medios que la han divulgado (lo normal en estos casos).

Pero la difusión del fallecimiento de Francisco Rico (también —y por desgracia, añadiría yo— normal para el caso de que se trata y la cultura del país en que vivimos) creo que ha tenido un eco muy escaso, sobre todo si se tiene en cuenta la enorme categoría del filólogo: «un maestro, […] un titán de la filología, […] una cita indispensable en las clases universitarias sobre cultura, historia y literatura», según escribió Lola Pons Rodríguez recientemente en las páginas de El País (04-05-2024); como botón de muestra de su importancia, valga de ejemplo que Rico ha sido el responsable, entre otras muchas obras, de la edición del Quijote de la Real Academia Española de la Lengua.

 

viernes, 17 de mayo de 2024

Quitar, distraer… enajenar

Hace ya bastantes años que, en alto y bien a la vista, colocada en una de las puertas del mueble-librería que hay situado frente a mi mesa de estudio, se puede ver una amarillenta postal en la que, en letras mayúsculas de distintos tamaños, un cartel pide la excomunión «contra cualesquiera personas que quitaren, distraxeren, o de otro qualquier modo enagenaren algún libro, pergamino o papel de esta biblioteca…», refiriéndose, el original, no a la de mis libros, partituras y demás, sino a la Biblioteca de la Universidad de Salamanca.

Copia en escala de grises

Pero, que yo sepa, el deseo de máxima condena, el de terribles y mayores males para quien de cualquier modo enajenare algún libro (bien por robarlo o bien por pedirlo prestado y no devolverlo), se encuentra en una advertencia que hay en la biblioteca del monasterio de San Pedro en Barcelona.

Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe en la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre. (Manguel, Alberto: Una historia de la lectura. Madrid: Alianza Editorial, 2020, págs. 458-459).

Quizás no tanto, pero algunos retortijones de tripas de vez en cuando, a modo de recordatorio, sí les deseo yo a quienes me han pedido algún libro, partitura, disco… (más aún si es importante para mí, y así suelen serlo los que recomiendo y presto) y con el tiempo se lo han apropiado de manera consciente y descarada.