Son imágenes
que me suelen venir a la cabeza sobre todo en días como los festivos que
acabamos de dejar atrás, fechas de excesivas comilonas con exagerada abundancia
de alimentos de todo tipo sobre manteles que celebran una Navidad muchas veces mal
entendida, unas fiestas concebidas —y planificadas, además— con poca inteligencia
(gasto desmesurado aun sin necesidad, atracones e indigestiones poco saludables,
mucho consumo de alcohol…), con unas mesas llenas de carne, pescado, marisco, turrones
y dulces, amén de todo tipo de bebidas, unas menos recomendables que otras: cerveza,
vino, cava…
Bueno… pues… más
de una vez en días como estos pasados, quizás debido al contraste entre
situaciones, me han venido a la cabeza (no está mal recordarlo aunque a algunos
nos pellizque un poco la conciencia) algunas imágenes de otros tiempos no tan
lejanos en que se pasaba muncha hambre
en nuestro pueblo, en nuestra región, en nuestro país. (Aquí, mucha gente
utilizaba, y alguna utiliza todavía, las palabras muncho y muncha, y sus
plurales, quizás —pongámosle un poco de humor— porque se les queda pequeño,
corto, el significado de las más correctas «mucho», «mucha» y sus plurales; es
como si las primeras indicaran una mayor cantidad: «muncho es más que mucho», dicen algunos).
Era frecuente
en aquellos años oír hablar de la terrible guerra pasada, la guerra civil, muy
cercana entonces en el tiempo, y de la por aquellas fechas aún más reciente y
también terrible postguerra —para algunos, peor que la guerra—, una postguerra presente
todavía aunque ya algo menos en aquellos días de mi infancia.
Aunque no era mi caso, el de mi
familia, pues en mi casa no pasamos hambre, escuchaba en aquellos años hablar
de la que mucha gente había pasado y de la que todavía entonces, años después,
muchos seguían pasando. En el pueblo se palpaba, y se hablaba a menudo, aunque
en pasado, de algo que denotaba la necesidad extrema, de algo que nunca vi pero
estaba presente en el ambiente: las cartillas de racionamiento, que, ya digo,
no llegué a conocer físicamente porque fueron suprimidas poco después de nacer
yo, cuando comenzaron tiempos algo «mejores» para los adalides de la cruzada.
Muchas veces vi a niños del
pueblo merendar a mi alrededor una rebanada de pan a la que habían echado sus
mayores un chorro de vino y, con suerte, espolvoreado por encima un poco de
azúcar; recuerdo, incluso, haber envidiado el consumo de este alimento alcohólico
tan frecuente para muchos de aquellos chiquillos de entonces; se podría pensar
ahora que era una manera de doparlos para matar el hambre, camuflando así la gazuza
reinante.
Refiriéndose a las hambrunas sufridas en los años de la
guerra civil y en el período inmediatamente posterior a ella, bastante tiempo
después escuché contar a Antonio el
Brujo, a lo bruto pero con un toque de gracejo especial y con gran aparato
de gestos que adornaban la narración, que, para matar el hambre que pasaba su
familia, su maere solía cocer en una
olla hierbajos arrecogíos de aquí y de allá, de la huerta y del campo.
Hago un alto para aclarar cómo se
pronunciaba y se pronuncia aquí la palabra «maere»; se articula en dos sílabas:
«mae-re», diptongando «mae».
Pues... bien, él, Antoñín, niño espabilao y hambriento
de aquellas terribles guerra y posguerra, merodeaba por allí, cerca de la olla donde
se cocían los hierbajos, sin perderla de vista, esperando con impaciencia mal
disimulada la ocasión que evitara algún manotazo disuasorio, y anhelando el
momento en que su madre se descuidara y/o se alejara; entonces, cuando esto último
ocurría, rápido, muy rápido, el zagal metía la mano en la olla, sacaba un puñao
de hierba, por muy caliente que estuviera, se lo echaba a la boca y... (al
llegar este momento en la narración, Antonio hacía una pequeña pausa mientras añadía
el gesto de limpiarse bruscamente la boca con el dorso de la mano derecha) …«salía rumiando como un cherro».
La palabra «cherro» no aparece en el diccionario
de la Real Academia; sin embargo sí la encontramos en los de las hablas de
Murcia. En Vocabulario del dialecto murciano,
de Justo García Soriano, poco se nos aclara; dice: cherro, rra. M. y f.
(Aféresis de becerro y becerra.) Novillo. (En el N.O. de la
región, chirro, rra.) Y nos cita un par de versos de José Frutos Baeza (Desde Churra a la Azacaya, pág. 70):
«Ya no me dan armonía
ni la burra ni la cherra»
En
Diccionario del habla de Yecla, de
Miguel Ortuño Palao y Carmen Ortín Marco, he encontrado algo más, aunque
todavía insuficiente, impreciso: cherro. (Quizá mozárabe, aféresis de
becerro). M. Novillo, becerro, ternero recental.- Murcia, Alicante y Andalucía.
Sí
que concreta más Diego Ruiz Marín (Vocabulario
de las Hablas Murcianas), para quien un cherro es un becerro que no ha
cumplido un año. Pero si miramos en el diccionario de la Real Academia Española
encontramos que un becerro es una «cría de la vaca hasta que cumple uno o dos
años o poco más». Así que… ¿en qué quedamos: un año, dos, poco más?
Sigo indagando y encuentro, en Murcia de la A a la Z, de Antonio Martínez
Cerezo, que «Llámase en Murcia “cherra” a la vaca joven que no ha conocido
macho, no teniendo, por ende, ni crías ni leche. Cuando tal estado asuma,
dejará de ser “cherra” para pasar a ser denominada vaca». Y mi pregunta ahora
es ¿y a qué edad debe conocer macho?
Resumiendo
para terminar, un cherro —cherra en femenino— es como se llamaba —y en algunos lugares se llama todavía—,
aquí en la huerta de Murcia a un ternero joven, pero no sabemos con precisión
hasta qué edad se denominaba así al animal. He preguntado a algunas de las personas
mayores del pueblo por si me aclaraban algo más sobre esto pero no he podido
sacar conclusiones que afinen más que lo descubierto en los libros. Así que,
concluyo, un cherro es un becerro, un
ternero joven.
Bueno…
como sabemos, eso sí con seguridad, que un cherro es un rumiante («rumiando
como un cherro», dijo el Brujo en su relato),
nos podemos hacer una idea visual clara de… (además del hambre imperial que se
pasaba en aquellos años) …de cómo salía Antoñín, nuestro personaje, con la boca llena y rebosante de hierba «sustraída» de
la olla que preparaba su maere.