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en
LA CALLE, REVISTA DE SANTOMERA, N.º 159
/ OCTUBRE
2016
Vino como profesor al único instituto que había entonces en el
pueblo, el centro educativo donde ha trabajado hasta
su jubilación como catedrático. Llegó, en 1977, a Santomera, que
lo valora, que lo quiere, que aprecia su excelente trabajo
pedagógico. Nuestro personaje es de Quintanar
del Rey (Cuenca), su pueblo de
nacimiento y crianza, donde la gente que lo conoce desde niño
le llama, todavía, Ramoncito, según he podido comprobar no
hace tanto. Es Ramón Ballesteros Denia.
Su imagen —cuerpo delgado, cara alargada, andares y movimientos muy
personales, un tanto desgarbados...—, de ida al instituto o de
vuelta, la he visto muchas veces, bastante cargada —sin cartera,
mochila o bolso alguno— con libros, papeles, discos, cintas de
vídeo... aparentemente en desorden, bajo un brazo que apenas puede
abarcarlos.
Un poco más “reconocío”
Reflexivo, equilibrado, moderado, temperamental, apasionado,
ecologista, ahorrativo...; es un buen conversador, interesado por el
mundo que lo rodea, por su marcha, su conservación y las políticas
que lo gobiernan, y defiende con buenos argumentos y muy
pedagógicamente sus bien documentadas ideas. Su muletilla favorita,
bastante repetida cuando te cuenta algo, es “¿sabes?”, con la
segunda sílaba entonada, así me lo parece, un poco más aguda que
la primera, y con esa “ese” sonora —aunque fonéticamente
sorda— de su hablar todavía manchego.
¿Inclinaciones?: las disciplinas de su especialidad: Geografía,
Historia, Historia del Arte; sobre todo, creo, la
Historia y su enseñanza, y, relacionadas con ella, las demás;
también la Literatura (Clarín y La Regenta, Galdós y
Fortunata y Jacinta: dos obras que, contagiado por su
entusiasmo, he leído no hace muchos años), el Cine y, a
destacar —con todas estas disciplinas en unión—,
las salidas pedagógicas con sus alumnos —auténticos y
aprovechados “viajes de estudios”; nada de limitarse a ir a la
nieve— previamente preparadas, explicadas en clase y avaladas por
un muy trabajado dosier elaborado por él mismo con tiempo,
paciencia y mucho conocimiento.
De sus intereses deportivos —futbolísticos exclusivamente—
destaca una gran pasión, que él reconoce irracional, por el
Atlético de Madrid: es un
sufridor, dice. En la práctica deportiva lo vi —y mereció la
pena—, bastante más joven, jugar al futbito: un espectáculo. Y si
lo observan explicando las jugadas, tanto algunas de las que ha visto
—en vivo, en televisión— como las realizadas por él en su
juventud, disfrutarán de una magnífica experiencia: se dobla hacia
atrás desde la cintura y simula parar el balón con el pecho, lo
baja imaginariamente y lo recoge con el pie, gira en un escorzo
imposible y, casi cayéndose, avanza...: ya digo, un verdadero gozo.
Primero por la derecha
agachado
En la comida, frugal; con el vino, sin pasarse, generoso; él dice,
con una pronunciación, ya lo he dicho, todavía castellana que
contrasta con la nuestra, que “hay que catar todos los caldos”.
Le gusta la lectura de la prensa diaria. Nos ha contado muchas veces
que ya leía el ABC en el taller de sastre que su padre tenía
en Quintanar. Yo lo conozco “de siempre” como lector de El
País, desde su fundación, periódico que hasta no hace mucho
compraba —estuvo suscrito— en papel. Últimamente se informa en
una tableta, pero con las limitaciones
de un paupérrimo usuario de las nuevas tecnologías, de las que
pasa, de las que vive casi al margen y de las que hace un uso de
eterno principiante: se le olvida pronto lo poco aprendido en
determinadas ocasiones y... vuelta a empezar.
No utiliza notas en el móvil, tableta u
ordenador: pasa de calendarios, agendas electrónicas, recordatorios
con avisos...; pero lleva siempre encima algún trocito de papel y un
muy diminuto lápiz —tres o cuatro centímetros: debe caber en el
monedero— para apuntar, con letra también muy pequeña pero buena,
clara, caligráfica, cualquier recordatorio que necesite. Tras una
buena comida en un local sencillo, acompañada con vino de la casa,
Ramón puede sorprenderte sacando el microlápiz para, en el
mantel de papel de la mesa, hacerte un esquema de su bien urdida
argumentación.
Igualmente toma apuntes en el libro de turno, el que esté leyendo;
lo hace ordenadamente, en las páginas en blanco del final, con esa
miniatura de lápiz y con esa miniletra caligráfica: números
de páginas, citas, reflexiones…: los aspectos que le interesan en
cada momento de la lectura.
Tiene fama —bien ganada, y confirmada por Elena, su mujer—
de supremo despistado, hasta lo increíble. Es sabido en su entorno
de conocidos que en las carreras de orientación, deporte en el que
estuvo participando durante bastante tiempo, era frecuente tener que
esperarlo al llegar la hora final y haber terminado todos los
participantes su recorrido, porque nuestro personaje se había
“despistado” en el camino y todavía no había llegado. Elena
cuenta, y Ramón corrobora, que en uno de sus viajes él bajó del
coche para repostar combustible en una estación de servicio, y al
volver a entrar al vehículo lo hizo por
la puerta de atrás en vez de utilizar la del conductor, y ¡claro,
allí no estaba el volante! Otro día va de visita turística con un
grupo de amigos, que, conociéndolo, lo colocan en el centro de la
caravana de vehículos para que no se pierda durante el trayecto; él,
llegado a un cruce de carreteras, sale en dirección contraria a la
que han tomado los que le preceden para marcarle el camino. Y así.
Un día
que salimos a comer
Son interesantes y muy significativas pedagógicamente las anécdotas
que quienes lo conocen le adjudican en la realización de su trabajo
diario: dando clase. Podías entrar al aula donde estaba enseñando
Historia del Arte, explicando el Gótico, y encontrarte a todos los
alumnos, brazos elevados, “sosteniendo” las paredes de la clase
para que no se cayeran: haciendo de arcos arbotantes. O, en una clase
de Geografía, podías ver a esos mismos alumnos empujando unas mesas
contra otras para ver cómo responden los distintos materiales de la
corteza terrestre a las fuerzas endógenas, a las distintas presiones
a que están sometidos, tratando de comprobar sus efectos: en este
caso, la formación de fallas. Como ven, pedagogía en estado puro.
Como premio, lo he dicho al principio, el reconocimiento del pueblo:
padres, alumnos —muchos de los cuales consideran a Ramón el mejor
profesor que tuvieron en el instituto— y, también, autoridades
municipales —algunos exalumnos incluidos—, que el año pasado lo
eligieron pregonero de las fiestas.
Sí, un personaje muy importante: necesario.