Son
las ocho y media de un reciente sábado por la mañana cuando salgo a dar un
paseo con mi hijo Antonio; y en la conversación que mantenemos mientras
caminamos, una de las cosas que me dice es que ayer tarde, cuando volvía del
trabajo, en «La ventana», el programa de radio de la cadena ser,
estuvo escuchando a un invitado, no sabe si colaborador habitual del espacio,
un filósofo del que tampoco recuerda el nombre, que, entre otras cosas, vino a
decir que no es lo mismo «la buena vida» que «la vida buena».
Pronto,
padre e hijo, que de inmediato nos pusimos manos a la obra, distinguimos,
separamos, enfrentamos… los matices de cada una de estas expresiones, y ya desde
el principio ambos nos manifestamos claramente de acuerdo con la afirmación del
filósofo.
Acabando la conversación sobre el tema, concluimos que las dos expresiones —la
de «buena vida» y la de «vida buena»—, realmente, resultan antagónicas,
contrarias en sus significados, distintas por lo menos, ya que la primera lleva
consigo un dejarse llevar por el deseo inmediato, por la rápida satisfacción, a
la ligera, de las apetencias que van surgiendo…: por el obrar hedonista, en
definitiva; mientras que la segunda, la de la «vida buena», lleva consigo todo lo
contrario: la contención, la reflexión, el razonamiento, la realización del
deseo calculada, pensada, comedida …: para obrar bien…, concienzudamente, para
hacerlo mejor.