SECCIONES

viernes, 28 de marzo de 2025

Tarás Bulba

Viernes, 21 de marzo de 2025. Presentación, programada para las 19:30 horas, en el salón de actos del Ayuntamiento del pueblo, de las VI jornadas de Patrimonio Santomera. Unos pocos días antes, el presidente de esta asociación, aprovechando que me pide colaborar en las mismas, me invita a que asista hoy también, aunque no intervenga; al día siguiente, sábado, participo en un coloquio sobre Escribir en Santomera, en una mesa integrada por escritores (no sé si debería de haber entrecomillado esta última palabra).

Se retrasa el comienzo del acto, y, mientras espero, veo delante de mí, como a unos tres metros de distancia, de pie, a Fernando González ‘Nando el Tristán’, nuestro panochista, del que fui compañero de estudios en la adolescencia.

Le hago señas alzando el brazo, pero no se da cuenta; entonces, me levanto del asiento, voy hacia él, llego a su lado y, ahora sí, me ve, nos saludamos y nos damos un sentido abrazo; inmediatamente —lo primeriquio de nuestra breve conversación—, me pregunta si me acuerdo de que, cuando íbamos a la academia del pueblo —el instituto aún estaba por llegar—, con doce o trece años —probablemente en segundo de bachiller—, nuestro preparador, Juan López, nos llevó a Murcia, para visitar una librería, en la que acabamos comprando los que para ambos (supongo que para la mayoría, si no para todos los compañeros) fueron nuestros primeros libros «de lectura». (Los «de texto», para las clases y el estudio diario, eran comprados al comienzo de cada curso en la Librería González Palencia, situada detrás, a unos pocos metros, del cine Rex.)

Me sorprendo al saber que mi excompañero de estudios se acuerda (me lo dice: soy yo el que ahora no la recuerdo) de la obra que él compró; y todavía me sorprendo más cuando pronuncia el título de la que asegura que compré yo: Tarás Bulba, que, ipso facto, se transforma en mi mente —y aparece junto al apellido del autor: Gogol—, en «Tarás Bulba y Nochebuena», tal y como ha invernado durante mucho tiempo en algún rincón de mi memoria.

Y es que en aquel volumen de la Colección Austral aparecían juntos en la portada los dos títulos antedichos, pertenecientes, ambos —como supe después— a sendas narraciones de Nikolai Gogol.

Recuérdese, Colección Austral, de Espasa Calpe: libros de bolsillo con sobrecubiertas de distinto color —azul, amarillo, marrón, rojo, verde…— según el tema tratado en los mismos: novela, teatro, historia…).

Fernando, bien formado en el conocimiento del panocho, dotado de capacidad creativa y sentido del humor sobrantes, se encuentra en el acto porque va a intervenir en él, recitando —pronto compruebo que para regocijo y diversión de los asistentes al mismo— Un repasiquio por las letras, una buena muestra de su talento creador, de su buen gusto y de su gracia en el recitado panocho: de su hacer, en definitiva.

En el repasiquio, con su brillantez habitual (términos, entonación, pausas, inflexiones…), hace mención, entre otras cosas, a aquel lejano viaje que hicimos unos pocos bachilleres del pueblo, bajo la tutela de nuestro profesor, a la Librería General de Murcia, allá por los mil novecientos sesenta y pocos del siglo pasado. También, poco después —y me da gusto su escucha—, dice Fernando ‘el Marquina’ (este es su apodo, que coincide con su segundo apellido) que ha visitado recientemente el blog Abonico, y me nombra como su autor. Ya digo, un placer. Gracias, Fernando.

Bueno…, aunque lo haya dejado para el final, a él se lo dije en cuanto me preguntó si me acordaba del viaje a la librería murciana; y es que resulta que yo tengo escrito un artículo —de los muchos que se me van acumulando sin publicar— sobre aquella peculiar visita «librera» que tan fijamente ha quedado en nuestras cabezas.

 

viernes, 21 de marzo de 2025

La covacha

A vueltas otra vez con los recuerdos de la infancia. En la salita de la casa de mis padres, bajo el primer tramo de la escalera que de la habitación subía a la planta en la que estaban los dormitorios, había una covacha, cerrada con obra, a la que se accedía por una pequeña puerta colocada en la parte más alta del triángulo rectángulo que formaba su fachada, justo casi debajo del descanso de la escalera.

El término «covacha» (de cueva → covacha) me recuerda que en Murcia, en la calle Trapería, había —no sé si todavía seguirá allí, quizás dedicado a otros menesteres— un diminuto establecimiento de prensa de unos poquísimos metros cuadrados, llamado La covachuela, donde se podía encontrar gran variedad de periódicos, revistas, incluso algunos libros. Me acuerdo de haber comprado en él algunas veces la revista Triunfo en los primeros años de los muchos en que fui lector de la misma.

En aquella oscura covacha de la casa de mis padres —no había bombilla alguna en su interior—, siendo niño, me gustaba entrar, mejor con una linterna en la mano, y curiosear detenidamente, entreteniéndome con algunos de los objetos que había dentro, bastantes de ellos, trastos abandonados y, sobre todo, ropa.

Recuerdo concretamente que aquel era el sitio habitual de la costura de mi madre, un recipiente portátil, voluminoso pero poco pesado, elaborado artesanalmente con cañas trenzadas, entretejidas, como un gran cesto, con dos pequeñas asas en su borde superior para un mejor asimiento; y en aquella costura —junto a algunas prendas de ropa: falda, calcetín, pantalón…—,  había siempre dedales, cajitas con botones, imperdibles, agujas, alfileres, corchetes, carretes de hilo de distintos colores, además de una cinta métrica amarilla y, lo que más llamaba mi atención, un huevo de madera para zurcir medias y calcetines.

 

viernes, 14 de marzo de 2025

La almazara de Vicente Medina

Me encuentro hablando, hace no mucho, con un amigo (asiduo lector de Abonico: me lo dice de vez en cuando) sobre los recuerdos que conservo de los productos de la tienda de mi padre sobre los que escribí en el blog unos meses atrás —pulpa, piñuelo y granillo—, y, estando detallándole algunas cosas del segundo de ellos, y también del lugar donde se obtenía —la almazara—, me pregunta que por qué había incluido en el artículo sobre esta última solo un fragmento y no el poema completo de Vicente Medina. Le respondo que no lo utilicé entero, entre otras razones, porque no quería que el escrito me quedara demasiado extenso, para no ahuyentar a quienes me leen, pero que eso se podía solucionar poniéndolo ahora íntegro, y añadí que, como me  parecía una buena idea, lo haría, que lo trasladaría al blog, argumentándole que me parece un texto muy adecuado para conocer —entre otras cosas, como su preciosa escritura del habla local de la época— las condiciones de pobreza en las que malvivía la gente humilde en la huerta de Murcia allá por los años en que escribía el gran poeta de Archena.

Y eso es lo que hago ahora, escribir aquí el texto completo de «La almazara», esperando que guste, y aun sabiendo que aquellos que mejor lo podrían entender, los que tienen ya una edad avanzada, son quienes, precisamente por su edad y por su escasa, cuando no nula, formación en las nuevas tecnologías, no pueden acceder a él en internet.

La almazara

Tan bonica eres, que pienso

que has nacío pa ser reina…

¡y vienes a la almazara

a buscar almazareta!...

Esta copla canta un mozo

al par que guía la récua,

que en sárrias a la almazara

la oliva lleva…

Al läo de la almazara

está, con el agua negra

y con sus ojos de aceite,

la balsa de las agüeras.

Van a parar a esa balsa

las escurrimbres o sea

lo que se viene a llamar

alpechín o almazareta.

Ande se cría la oliva

hay pobres de tal pobreza,

que el aceite

no lo prueban…

Pa alumbrarse y calentarse,

la noche entera

que pasan haciendo lía,

broza del esparto queman…

Ahogándose y con los ojos

llorando de la humarëa…

¿El aceite pa alumbrarse?

¡Ya pa comer lo quisieran!

Hay ricos que pa hacer güertos,

arrancan las oliveras…

y las compran otros ricos

pa hacer leña…

Hay pobres

que ya que entrar les cosientan

a algún bancal de panizo

por un capazo de cepas.

De otros pobres,

cuando ya el invierno aprieta,

las mujeres y las hijas

van a por almazareta.

A la orilla de la balsa

de la almazara, se sientan

y van ras en ras del agua

pasando la mano abierta.

En la palma de la mano

el aceite se les pega

hecho ojos, y así lo escurren

en las ollicas que llevan.

Es de pobres

ir a espigar en la siega…

¡pero es más de pobres-pobres

el ir por almazareta!

          *

Me daba a mí gusto ver

el trajín de la almazara:

las récuas trayendo oliva

con herpiles y con sárrias…

Adentro los alhorines

en ande se descargaba,

los cuáles se iban llenando

por tanda:

Aquí la negra,                                          

allí la de cornicabra,

en unos la muy maüra

y en otros la que aguantaba…

Luego el molino:

su mula mansa

y la piedra como un zompo

que la oliva machacaba.

Dempués la prensa y sus vigas

tan grandes que me pasmaban

y escurriendo los cofïnes

el aceite y las aguazas…

Del piñuelo que salía

de la prensa, se llenaban

camaranchones

y cámbaras…

A la lumbre siempre había

una gran caldera de agua

y, en ves de leña, piñuelo

quemaban.

Ardía como la pólvora

el piñuelo y siempre estaba,

de la cocina en las losas,

el fuego hecho un pan de brasas…

Noche y día

la almazara

sin descanso

trebajaba…

Iban el aceite límpio

echándolo en las tenajas

o en pellejos pa llevárselo

o, ya más puro, en las zafras.

Y los hombres

que haciendo aceite velaban,

solían hacer tostones

por las mañanas…

Al ir pa la escuela,

a mí me llamaban:

«¡Toma, Vicentico!»

y una galpá me echaban.

Ya el sol altico, se vían

las mujeres y muchachas

venir por almazareta

a la almazara…

Ya el sol altico venían:

era un puro yelo el agua

y arrecías

las manos se les queäban…

El mozo aquel de la récua,

entonces, a la muchacha,

mirándola condolío,

la coplica le soltaba:

Tan bonica eres, que pienso

que has nacío pa ser reina…

¡y vienes a la almazara

a buscar almazareta!...

Medina, Vicente: Aires murcianos.

Murcia, Academia Alfonso X el Sabio,

1981, págs. 293-297.