SECCIONES

viernes, 18 de julio de 2025

Polimatía

 Me pregunta mi hijo Antonio si conozco el vocablo «polímata». Le digo que no, que vagamente puedo deducir algo de él debido al prefijo «poli» que aprecio en el mismo, pero que no sé qué significa exactamente dicho término.

Entonces me lo dice: polímata es la persona que tiene conocimientos, en absoluto superficiales, que abarcan diversos campos del saber, y añade que Leonardo da Vinci fue un ejemplo claro, prototípico, de polímata. También me dice que en internet es fácil encontrar muchos nombres, claros ejemplos de personas polímatas.

Como me interesa el tema, busco por mi cuenta, y, además de ahondar en el concepto, pronto doy con una larga lista de personas polímatas famosas, como: Leonardo da Vinci», Aristóteles, Galileo Galilei, Isaac Newton, Avicena y Bertrand Russell, por nombrar solo unos pocos «ejemplares».

Y, como observo la ausencia casi total de representantes del género femenino en la lista obtenida, de las que solo aparece un nombre, a continuación busco también, ahora específicamente, mujeres polímatas, y pronto aparecen en la pantalla del ordenador; entre ellas solo conozco unas cuantas, cuyos nombres ofrezco a continuación: Hildegarda de Bingen, Hypatia de Alejandría, Hedy Lamarr (curiosidad: es la actriz que interpreta al personaje femenino de voz ridícula en Cantando bajo la lluvia), Marie Curie y Maria Montessori.

En fin… otros vocablos para incorporar a mis alforjas.

Polimatía

Del gr. πολυμαθία polymathía.

1.     f. Sabiduría que abarca conocimientos diversos.

Polímata

Del lat. mod. polymathes 'que sabe mucho', y este del gr. πολυμαθής polymathḗs.

1. m. y f. Persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas.

(Diccionario de la Real Academia Española)

 

viernes, 11 de julio de 2025

Muy buenas

Antonio es un panadero del pueblo que, además de pan, elabora dulces de tipo tradicional (monas, pastelillos de cabello de ángel, mantecados, tortas de pascua, torta de chicharrones…), unos dulces que, en solitario —lo veo a menudo trabajando, siempre solo—, elabora en su obrador, situado a unos muy pocos metros del local donde se venden dichos productos.

Cuando, en mi caminata matutina, paso por la calle y miro hacia el interior del obrador de Antonio lo veo atareado, centrado en la elaboración de sus dulces; y a menudo pienso que es una suerte tener un trabajo así, desarrollándolo a tu ritmo, tú solo, sin depender de nadie, sin jefe…; y más aún si te gusta lo que haces, como le ocurre a él, pues se lo he comentado recientemente y me ha dicho que sí, que tiene la suerte de que le gusta mucho su trabajo.

Esta mañana, después de pasar la ITV del coche, decido dar un paseo por el pueblo, evitando en lo posible los rayos de sol, en una hora en que ya resultan peligrosos. A los pocos minutos, voy por la calle donde Antonio tiene su obrador, y, unos treinta metros antes de llegar a su puerta, lo veo venir de frente, en dirección al establecimiento donde son vendidos los dulces, con una llanda de monas —deduzco que recién hechas, recién sacadas del horno— en las manos.

Por cierto, la palabra «llanda», como tantas otras que me resultan familiares de toda la vida, no aparece en el diccionario de la Real Academia Española, ni en el María Moliner, al que acudo inmediatamente después, aunque sí la encuentro —como tenía por seguro antes de la consulta— en el de Diego Ruiz Marín (Vocabulario de las Hablas Murcianas. El español hablado en Murcia. Murcia, Diego Marín, 2007).

llanda. f. Bandeja de hojalata, con rebordes, para meter al horno bollería y viandas.

A lo que iba: En la calle, Antonio y yo nos vemos, recíprocamente, venir de frente, y, cuando se encuentra a mi altura, cruzamos nuestras miradas y me dice:

—¡Buenas!

—¡Muy buenas! —le respondo, devolviéndole el saludo.

—Y calenticas —me contesta para terminar, creyendo que con mi «¡muy buenas!», en vez de devolverle el saludo, me he referido a las monas que lleva en la llanda.

Cosas chocantes de la comunicación en el lenguaje oral, pienso, y pronto me viene a la mente el término «anfibología», y, ¡claro!, nada más llegar a casa, vuelvo a echar mano del diccionario de la RAE.

anfibología. 1. f. Sentido equívoco que presenta una palabra o una expresión en un determinado contexto.

Sin.: equívoco, ambigüedad.

Ant.: claridad, precisión.

(Diccionario de la Real Academia Española)

Después, se me ocurre que, al final de mi caminata (como colofón: pensando ya en que voy a sentarme a escribir este artículo), puedo pasar por el local donde se venden los productos de Antonio y comprar una mona; y eso hago, entro en el mismo, se la pido a la chica que atiende el mostrador y le señalo la que más me gusta de aspecto —tostadica— de entre las que hay en la llanda que acaba de llegar, pues quiero comprobar lo de «muy buenas», a pesar de que la mona no aparece en la lista de mis dulces favoritos; de paso, aprovecho y pido también un pastelillo de cabello de ángel para Toñi, que le gustan mucho.

Y, una vez más, tiene lugar la magia de la asociación de ideas, gracias a la cual me viene a la memoria un sketch de Tip y Coll en el que ambos representan —no recuerdo qué papel interpreta cada uno— a un frutero y a un cliente que entra en la frutería del primero para comprar peras (lo reproduzco de memoria).

El comprador dice:

—Buenas, ¿tiene usted peras?

El frutero contesta:

—Muy buenas.

Y el cliente, de nuevo:

—Muy buenas, ¿tiene usted peras?

Lo dicho: cosas del lenguaje, de la comunicación.


viernes, 4 de julio de 2025

Las oscuras golondrinas

Para Paula y Ángela, mis nietas. 

Cuando cada año los rayos solares comienzan su periodo más peligroso para nuestras pieles, cuando el calor empieza a dejarse sentir notablemente en las mismas, incluso antes, busco afanosamente, en mis paseos diarios, la sombra de los edificios del pueblo y evito el deambular por las afueras. Y, así, un día tras otro, con pocas variaciones, hago el mismo recorrido o uno parecido. Si se quiere, llámese a esto miedo exagerado a un probable tumor cancerígeno de piel, o llámese prudencia, o llámese sensatez…: llámese lo que se prefiera.

Y en mi itinerario callejero, con cierta frecuencia, me paro a observar un trozo de acera (siempre el mismo, correspondiente a una vivienda que parece abandonada), un trecho de baldosa de unos pocos metros de longitud bien cargado de excrementos, de mierdas alineadas (el fenómeno se da también en otros lugares de la localidad, pero es esta acera, la más enmierdada, la que atrae mi atención, y, por ello, la que más visito).

He aprovechado para utilizar el término «baldosa» porque me ha venido al recuerdo que, tradicionalmente, aquí, en la huerta de Murcia, dicho vocablo —también «bal×losa»—, se utiliza como sinónimo de acera; para corroborarlo, busco en el diccionario de Diego Ruiz Marín (Vocabulario de las Hablas Murcianas. Murcia: Diego Marín, 2007), donde aparece: «baldosa. f. 2 «Acera, orilla pavimentada de la calle, para peatones».

 
El lugar de los hechos

Ya en la primera ocasión, pronto identifiqué a las causantes del esturreo excrementicio: solo tuve que mirar para arriba, divisar en lo alto el alero del tejado de la casa que acota el fragmento de acera, y comprobar que aparecía plagado de nidos de golondrinas; fue entonces cuando se me ocurrió escribir sobre el asunto.

Este fenómeno (el mismo todos los años, por las mimas fechas, en el mismo sitio) lo vengo observando desde hace mucho tiempo, fotografiándolo y grabando sobre la marcha —verbalmente, en la grabadora del móvil— algunas de mis ocurrencias jocoso-poéticas sobre él; incluso, hace unos años, llegué a desplazarme hasta allí con mis nietas para que pudieran disfrutar del panorama (ya se sabe lo que a la chiquillería le gustan estos temas escatológicos). Y digo «ocurrencias jocoso-poéticas» refiriéndome a que, ya desde la primera ocasión en que vi las mierdas de golondrina invadiendo el trozo de acera junto a la casa de marras, una y otra vez me ha ido viniendo a la cabeza la archiconocida rima de Bécquer que dice:

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Bécquer, Gustavo Adolfo: Rimas. Edición de José Luis Cano). Madrid: Cátedra, 1977, pág. 78).

Y cada vez (o casi, pero en muchas ocasiones), cuando, como he dicho, he sacado el móvil y tomado la foto de rigor, incluso el vídeo de rigor, he aprovechado para, también —aunque esto lo he hecho menos veces—, grabar verbalmente una improvisada variación sobre la rima becqueriana (siempre pensada musicalmente: ritmo, melodía…), una estrofa en la que, respetando los dos primeros versos del autor romántico, añado, de manera más o menos improvisada, los dos últimos, siempre referidos a las mierdas.

Pero ahora, escribiendo sobre ello, no me apetece —me puede la pereza—, buscar entre mis grabaciones (tengo demasiados recordatorios de voz sin organizar, entre ellos —también sin orden—, los referidos a las golondrinas). Así que he preferido elaborar otra vez los versos tercero y cuarto de una nueva estrofa, tratando, como en las ocasiones anteriores, de respetar —rima asonante, cómputo silábico…—, a la vez que divergir de la idea de la obra original, la de Gustavo Adolfo Bécquer.

Así que… última variación… por el momento, pues no creo que acabe siendo la definitiva.

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y las mierdas que siembran en tu acera,

sí, también volverán.

G. A. Bécquer y P. Abellán