Una de
las cosas buenas que tiene el hacer en solitario tu ejercicio físico diario
andando por las calles del pueblo es que a menudo te encuentras en ellas con
personas con las que, si quieres, y a veces sin quererlo, te detienes e
intercambias unas palabras.
En esta ocasión
—corre, ligerico, el año 2015— me
encuentro con Pepe el Torero; nos
saludamos, le pregunto que cómo anda de salud y me responde que de salud…
regular tirando a bien, pero de ánimo… a ratos.
—Es que tengo muchos
años ya —me dice, y añade, articulando despacio cada sílaba, mientras levanta
la cabeza y eleva las cejas para abrir más los ojos—: o-chen-ta y u-no.
—Pues no los
aparentas —respondo.
—Mis días buenos ya
han pasao —sigue, apenando el gesto.
—Yo te veo bastante
bien para los años que tienes —le digo para animar la conversación.
—¿Qué edad tienes
tú? —me pregunta entonces.
—Sesenta y cuatro.
—Pues… te quedan… —hace
sus cálculos, acompañándose con un gesto de rotación de su mano derecha bien abierta— arrimao a diez buenos —me dice mientras
amaga una sonrisa de pillo.
Ha
pasado ya un tiempo desde aquel pronóstico del Torero, y, de vez en cuando, cada día más cercana la edad límite de
mis años buenos según sus cálculos (con la esperanza de llegar bien a esas
fechas y de poder pedir prórroga cuando las alcance), me acuerdo de aquella
conversación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario