A los señores Codina les mandaron una criada de la agencia.
—¿Cómo
te llamas?
—Coné.
—¿Coné?
¡Qué nombre más raro!
—Coné
Martínez Ucedo.
—¿Y
qué santa o virgen es ésa?
—Pues
no lo sé.
—A
ver, ¿en qué fecha celebras tu santo?
—Tampoco
lo sé.
—¿Lleva
tu nombre alguna hache intercalada?
—Yo no
sé lo que es eso.
—¿Lleva
acento en la e?
—¿Por
qué me preguntan ustedes esas cosas?
—¿Es
corriente ese nombre en tu pueblo?
—No.
—¿Sólo
tú te llamas así?
—Eso
creo.
Los
señores Codina discutieron entre sí cómo debía escribirse ese nombre y en un
papel pusieron: Coné, Cohné, Conhé, y se lo enseñaron a la chica, pero ésta no
sabía nada.
Los
señores Codina presumieron ante sus amistades de criada con nombre exótico.
—Tenemos
una muchacha que no adivinaríais nunca cómo se llama.
—Se
llama Coné.
—¿Y
cómo se escribe eso?
—Ése
es el problema.
—¿Pero
es nombre de santo, santa, virgen? ¿Acaso es nombre extranjero?
—Ese
es el misterio.
Con el
tiempo ese misterio se desveló. Fue cuando la chica se casó y se pidieron los papeles.
Se llamaba Eulalia Martínez Ucedo. Resulta que cuando su padre la llevó a
bautizar dijo:
—Quiero
que le pongan de nombre Aulalia. A lo que el cura replicó:
—Aulalia
no; con e. Y su padre:
—Bueno.
Como usted mande. Coné. Y luego, los del pueblo:
—¿Qué
nombre le habéis puesto a la chiquilla?
—Coné.
—¿Coné?
—Sí.
Lo ha dicho el cura.
Francisco
Candel (1925-2007)