En
la huerta de Murcia llamamos peo al pedo, y en una clasificación que podemos denominar tradicional
encontramos que los hay de diversas especies. Tenemos, entre los que suenan, el
cuesco (el ruidoso en general), el de
monja (pequeñito), el de albañil
(fuerte y seco) y el esjarrao (largo y ruidoso); y entre los «silenciosos», encontramos el
follón (follá, si lo queremos en
femenino, y follonazo si preferimos el
aumentativo), además de la pava, la yema, la bufa..., dependiendo de la zona.
También he oído hace ya muchos años expresiones como la
referida a alguien que es considerado «más
tonto, o tonta, que una chorrá de peos» (alguien de quien se piensa
que lo es —tonto— de remate), o aquella que quiere indicar que una mujer es muy
bruta diciendo que «se baja las bragas
a peos», expresión que en el
colmo de la exageración decía: «eres más bruta que la tía menganica, que se bajaba las bragas a peos y se las subía a regüel•los».
regüel•lo
→ regüeldo = eructo
Además, aquí se
utiliza la palabra
peoputa
(‘pedo de puta’) para expresar la ínfima calidad de algo, su poca validez;
realmente, la expresión correcta lleva una preposición delante, es una locución
adverbial: a peoputa. Cuando
decimos que algo está a peoputa queremos indicar que está tirado de precio.
a
peoputa. loc adv. A pedo de puta. Muy barato. (Diego
Ruiz Marín, Vocabulario de las hablas murcianas. Diego Marín, 2007).
También he encontrado en el
diccionario de Ruiz Marín la expresión peoburra con el mismo significado:
de precio tirado. Pero nunca había visto ni oído, ni imaginado siquiera, esta
expresión o alguna otra parecida referida a los gases expelidos por alguien
para mí tan admirado como un violinista; nunca hasta que leí El profesor, de Frank McCourt,
Maeva Ediciones, 2008, pág. 181, donde encontré lo
que sigue (la negrita es mía):
Llevo
diez años ejerciendo la enseñanza, tengo treinta y ocho años, y si debiera
evaluarme a mí mismo diría: estás dando de ti lo que puedes. Hay profesores
que enseñan y les importa un pedo de violinista lo que piensen de ellos sus
alumnos. El temario es rey. Estos profesores son poderosos. Dominan sus
aulas con una personalidad respaldada por la gran amenaza: la del bolígrafo
rojo que escribe en el boletín de notas el temido suspenso. Lo que dan a
entender a sus alumnos es: «Soy vuestro profesor, no vuestro orientador, ni
vuestro confidente, ni vuestro padre. Enseño una asignatura: la tomáis o la
dejáis».
Por
cierto, nunca me ha importado un pedo de violinista, ni de puta, ni de burra,
lo que mis alumnos piensen de mí; todo lo contrario: siempre me ha importado
mucho.