Ahora que está en candelero, que
tanto se habla de «libertad» —de manifestación, de expresión…—, me vienen a la
cabeza unas palabras que escribió Patricio Peñalver en eldiario.es de la
Región de Murcia (18-04-2021):
«No
hay que confundir libertad de expresión con libertad de rebuznar»
Acabada
la película Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristaráin, leo entre los
créditos lo siguiente: «Maquinista → Modesto Diminuto», y
pienso en la buena conjunción de nombre y apellido, y la supongo debida a que
un señor que se apellida «Diminuto» tiene un hijo y le gasta la broma —le hace
la faena, se podría pensar— de ponerle por nombre «Modesto». Después se me ocurre
que podría haber sido peor para el hijo, por ejemplo, si hubiera acabado
llamándose Máximo Diminuto: puro contraste.
¿Humor?
¿Malicia? ¿Pedagogía?...
¿Y
la película?: recomendable; bien interpretada por Federico Luppi, José
Sacristán y Cecilia Roth entre otros. Buen cine. Del que a mí me gusta. Cuenta
la vida de un matrimonio argentino de activistas sociales —Luppi y Roth— que,
alejados de la capital, viven con su hijo en una comunidad campesina a la que
llega un geólogo español —Sacristán— contratado por el cacique local para, en
apariencia, buscar petróleo, pero cuya finalidad real representa una seria
amenaza para los campesinos de la zona.
Callejeando
por el pueblo como casi todas las mañanas, me encuentro con un grupo de hombres
(son cinco o seis, no más, y a todos los conozco) que, con cierta frecuencia
(en mi caminar, me los encuentro de vez en cuando, sobre todo cuando hace buen
tiempo), forma su pequeña tertulia, en la calle (algunos de ellos sentados en
sillas, otros de pie), en la puerta de la casa de uno de ellos.
«Buenos
días», saludo; «buenos días», van respondiendo; y, mientras me alejo, escucho
—supongo que creen que ya no los puedo oír— cómo uno de ellos hace un
comentario sobre mí: que si siempre estoy andando, que si me recorro
diariamente todo el pueblo…; y otro del corro, a quien identifico
auditivamente por el timbre de su voz, dice, contestando al primero y
refiriéndose también a mí: «sí, se va a morir más sano que’l copón».
De nuevo, la misma asociación
de ideas. Me ocurre de vez en cuando con la Talidomida; concretamente… cada vez
que leo, escucho, veo… cualquier información referida a víctimas de este fármaco,
me viene de inmediato a la mente la imagen de Thomas Quasthoff.
La
talidomida,comercializada entre 1958 y 1963 como sedante y calmante de náuseas
en los tres primeros meses de embarazo, provocó miles de nacimientos de bebés
con focomelia, caracterizada por la carencia o excesiva cortedad de las
extremidades.
Es automático: el
leer, o escuchar, la palabra «talidomida» y venirme a la cabeza la imagen —siempre
la misma— de Thomas Quasthoff, un magnífico cantante alemán (enorme
barítono —bajo-barítono, leo en algunos medios—, y no por su tamaño físico, que
no llega a metro y medio) a quien la focomelia ocasionada por tan aciago
medicamento no logró impedir que se
convirtiese en uno de los grandes del canto a pesar de las dificultades que
tuvo que vencer para ello.
Quasthoff
comenzó a estudiar música a los diez años, y tres más tarde se presentó a la
prueba de admisión en el conservatorio de Hannover, pero fue rechazado por su
minusvalía física; la razón que le dieron fue que debido a ella no podía cursar
piano complementario; así que abandonó la idea del conservatorio y estudió
canto y teoría e historia de la música con profesores particulares.
También estudió
derecho, fue locutor de radio, completó ingresos cantando jazz en locales
nocturnos y pronto ganó sus primeros premios, por lo que aumentaron los
contratos para recitales y conciertos. Después dejó la radio y comenzó a
trabajar como profesor en la cátedra de estudios vocales de la Escuela de
Música de la Universidad de Detmold, además de continuar con sus intervenciones
en el escenario, en el que trabajó con grandes orquestas y directores, sobre
todo en conciertos y recitales.
Está
claro para cualquiera que haya escuchado a Thomas Quasthoff que posee una voz
sorprendentemente maravillosa y que ha tenido un entrenamiento previo
excelente" (Fischer-Dieskau,
Dietrich, filomusica.com, consultada el 07-11-2020).
Para que se
pueda apreciar bien —ver y escuchar— cómo canta este extraordinario artista, he
preparado un vídeo en el que interpreta un aria de Papageno, conocido personaje
de La flauta mágica, una de las óperas más famosas, si no la que más, de
Wolfgang Amadeus Mozart.