—El palurdismo es una enfermedad muy
extendida, una verdadera plaga.
—¡¿Aquí?!
—Sí.
—¡¿En la
actualidad?!
—Sí.
—¡¿El paludismo?!
—No, el paludismo no:
el palurdismo, te falta una «r».
—¿Y eso?
—Pues… está muy claro; lo repito y te lo
aclaro para evitar malentendidos: el paludismo no, el palurdismo, de palurdo, en sus
significados de tosco, ignorante, maleducado, zafio…, es una enfermedad muy
extendida, una verdadera plaga en la actualidad.
Huerta
de Murcia. Primeras décadas del siglo xx.
Un entierro. Carroza fúnebre tirada por cuatro caballos. Al paso de la carroza,
una vecina sale a la verea, levanta aspaventosamente los brazos y grita,
con fuerza y bastante entonación, casi cantando:
¡Anda con Diooos, buena mujeeer
—pequeña pausa, aprovechada para tomar aire—, contri más ricos, más
animales: la tia Josefa, dos, y tú, cuatro!
Debía
ser muy pequeño la primera vez que lo escuché, pero lo recuerdo con muchísima claridad,
pues lo volvería a escuchar en distintas ocasiones, idénticamente repetido a lo
largo del tiempo. Mi madre describía esta escena de vez en cuando,
representando teatralmente a la vecina que salía a la vereda y gritaba su
mensaje dirigiéndose a la carroza fúnebre; imitaba, en una inmejorable dramatización,
la voz de la mujer —volumen y entonación— y los gestos, levantando unas veces
un solo brazo, y otras, las más de ellas, los dos.
Después,
mi madre lo explicaba con sencillez: «contri
más ricos, más animales» no quería decir, insistía, que cuanto más dinero
tuviesen las personas, su grado de animalidad —de bestialidad— fuera más alto;
la mujer que sale al camino de la huerta para ver pasar la carroza fúnebre del
entierro, en su breve discurso —aclaraba mi madre con pretendida pedagogía—, lo
que hace es establecer una relación entre el nivel económico de la persona
difunta y la cantidad de caballos que el carro fúnebre lleva en el tiro, los que se puede
permitir.
Ahora,
con el tiempo transcurrido, pienso que la otra interpretación, la de más grado
de animalidad cuanto más ricos, también podría tener sentido.
El menor de los hermanos Marcello que
tratamos, Benedetto, es el que realmente me resulta más familiar, sobre todo porque
compuso, entre otras muchísimas obras, una docena de sonatas para flauta de
pico y bajo continuo, de un nivel técnico no muy exigente, bastantes de las
cuales he tocado muchas veces para mi disfrute:
XII
sonate a flauto solo con il suo Basso Continuo per Violocello o Cembalo,
op. 2.
Benedetto Marcello es autor, también, del
panfleto satírico Teatro alla moda, un ameno documento —irónico,
humorístico— publicado anónimamente en 1720 y reimpreso frecuentemente, que
retrata la vida teatral de su tiempo: un valioso testimonio, una
importante contribución a la historia de la ópera.
BENEDICTUS MARCELLO
PATRITIUS VENETUS
(Atribuído a Nazario Nazari)
He elegido para que escuchen el segundo
movimiento de la Sonata nº 1 en Fa Mayor,laprimera de las doce
reseñadas antes. Es un Allegro con esbozos fugados, donde el
bajo de acompañamiento —atención al fagot— imita algunos motivos rítmicos de la
voz principal, la flauta. El intérprete solista es el austriaco René Clemencic —de estilo ya superado: actualmente
casi nonagenario—, otro
pionero de la flauta de pico (el mes pasado escuchamos a Frans Brüggen), fundador y director de un grupo mítico, el Clemencic
Consort.
De Clemencic conservo desde hace muchos años unos
cuantos LPs y algún CD. Recuerdo que el primer disco que tuve de él me
impresionó mucho debido a la cantidad de flautas —ahora no me parecen tantas—
que aparecen en su portada. (Utilizó veintiuna en la grabación.)
¡Ah!, una observación: para la interpretación
no utiliza Clemencic una flauta de pico contralto, como es habitual; lo hace
con una sopranino, la diminuta de la familia (más pequeña que la soprano, la
escolar que todos conocemos), por eso suena tan aguda la melodía.
Como estoy jubilado, le propongo a un amigo,
todavía maestro en activo, que salgamos a la calle con su grupo de alumnos
libreta en mano para preguntar, a modo de encuesta, a las personas que nos
vayamos encontrando a nuestro paso, si les suena el nombre de Marcelo,
si saben quién es. Lo hacemos y… ¿sorpresas?: pocas, no crean.
Como esto no es un tratado académico no nos vamos a detener en
estadísticas, pero sí podemos ofrecer un resumen:
·Algunas, personas, pocas, bastante mayores, de
ambos géneros, se acuerdan del galán cinematográfico Marcello Mastroianni.
·Una gran mayoría de gente perteneciente al
género femenino no tiene ni idea de quién puede ser o haber sido ese tal
Marcelo por el que preguntamos; a alguna chica le suena a futbolista,
baloncestista... deportista como mínimo, y cree eso porque algún familiar suyo
—marido, padre, hermano, novio...— es aficionado a “esas cosas”, sí, ya saben,
al fútbol y todo eso.
·Algún individuo, que aparenta más formación,
bromea diciendo que el ángel de la guarda del anterior ministro de interior se
llama Marcelo.
·Sin embargo, casi todos los individuos
pertenecientes al género masculino, independientemente de su edad, lo tienen
claro y contestan rotundamente, con seguridad, que ¡cómo no lo van a conocer!,
que se trata del defensa lateral izquierdo del Real Madrid, a lo que muchos suelen añadir algo por el estilo de¡menudo
jugador!
·Nadie conoce —lógicamente— a más marcelos.
¿Qué otro u otros marcelos deberían ser conocidos?, se preguntará más de uno;
pregunta que yo aprovecho —me lo ponen fácil— para mi aporte marcelero, musical como es lógico.
Se trata de dos compositores, quizás solo famosos
para un reducido grupo de gente. Para no meter la pata, busco en mis libros por
si hay más de dos, pero no, solo encuentro dos músicos, italianos, con el
apellido Marcello (ahora con dos
“eles”, pero se pronuncia una sola como alargada, aunque es cierto que la sílaba
“ce” tampoco se pronuncia como la nuestra: es italiano).
Recuerden cómo en La dolce
vita la despampanante Anita
Ekberg, metida en el agua
de la Fontana de Trevi, llama a Marcello Mastroianni, alargando la “ele” o, parecido,
pronunciando las dos “eles” por separado: ¡Marchel·lo!.
Los compositores a los que me refiero son los
venecianos Alessandro Marcello (1669-1747)y Benedetto Marcello (1686-1739), hermanos, y conocidos, quiero
suponer, por los amantes de la música barroca.
El mayor, Alessandro, fue contemporáneo casi
exacto de Bach. Como sus hermanos, aprendió violín con su padre; también se
interesó por las matemáticas y la astronomía.
Alessandro Marcello
(Wikipedia)
Su obra más famosa, y
razón por la que lo creo el más conocido de los dos hermanos, es un admirable Concierto
en re menor para oboe y cuerda (oboe, 2 violines, viola y continuo), que
transcribió para clave Johann Sebastian Bach (BWV 974); se trata de un
concierto que fue erróneamente atribuido a su hermano Benedetto, y, con anterioridad, a Vivaldi; una obra que en el último tercio del siglo pasado se popularizó gracias a la
utilización de su cautivador segundo movimiento en la película Anónimo
veneciano (1970), ópera prima del director italiano —también actor y guionista— Enrico Maria Salerno. (Me dice mi hijo
Antonio que una amiga suya, profesora de oboe, se decidió por dicho instrumento tras
ver esta película.)
Ese cautivador segundo movimiento es el extraordinario
Adagio que les pongo a continuación para concluir esta
primera cita marcelera. La
versión —mi favorita— es la de la Camerata Köln, y el oboista que
interpreta tan maravillosamente esta genial melodía con un oboe barroco —escuchen
con mucha atención y ajústense los cinturones— es Hans-Peter Westermann.