Unos días atrás recordaba yo que hace muchos años circulaba en este país un chiste referente a un par de políticos. Los personajes de la
historia en cuestión son Don Gerifalte,
de profesión ministro, y Don Agradecido,
su secretario. Ambos tienen que visitar en un mismo día una escuela pública y
después una cárcel.
En el primero de los casos, tras escuchar las quejas y
peticiones del director del centro, Don Gerifalte se despacha rápido, pasa
evasivamente de puntillas al mencionar los problemas que acaba de escuchar y
deja a su subordinado para que haga un par de promesas de cosas sin importancia
que, además, le dice a él en un aparte, ya verán después lo que hacen, si las
cumplen o no.
En el segundo caso, ya en el establecimiento penitenciario, y
también tras escuchar las quejas y peticiones del director, Don Gerifalte se lo
toma más en serio y promete, él personalmente, resolverlas todas y, además, conseguir
para el centro todos los adelantos y comodidades imaginables e inimaginables. Don
Agradecido, su subordinado, sorprendido, le dice, por lo bajines:
—Pero jefe, ¿¡en la escuela… tan poco, y aquí… tanto!?
A lo que Don Gerifalte contesta, también por lo bajines:
—¿Hay alguna posibilidad de que nosotros volvamos a ser
escolares, de que acabemos en la escuela?
—No.
—¿Y en la cárcel?
—¡¡¡!!!
Esto es lo que me vino a la cabeza al leer en InfoLibre (03-11-2014) este titular de prensa:
¿Tendrá esa cárcel todos los adelantos y comodidades imaginables?