Creo que fue
recién publicado, hace ya una docena de años, cuando leí el libro de historia
novelada (así he leído que era calificado) El pedestal de las estatuas,
de Antonio Gala, y en él me encontré con alguna información sorpresiva para mí,
como la de que Carlos I (Carlos Primero de España y Quinto de Alemania se
decía en mis años de bachiller) no pudo haber estado presente en la batalla de
Mühlberg, simplemente porque se encontraba entonces (y no sé si con algún otro
impedimento) reposando en una litera «lleno de gota y almorranas», que no le
habrían permitido mantenerse tan erguido sobre la silla del caballo como lo
pintó el grandísimo Tiziano en un cuadro muy importante en Historia del Arte: Carlos V en la Batalla de Mühlberg, un
título que da por sentado que el emperador estuvo, y tan chulo, en dicha
contienda.
Después de
mirar bien el cuadro, léase lo que escribió Gala refiriéndose al emperador:
Su apariencia
era desastrosa: bajo, de piernas estevadas, con un
prognatismo que le mantenía la boca abierta permanentemente, y hablando un
alemán mínimo y titubeante. Por supuesto, Tiziano, al que Carlos respetaba y
admiraba hasta darle el título de conde, dignificó por lo menos, y aun
embelleció cuanto pudo, a aquel hombre. En el caso de Mühlberg no sólo hizo eso, sino que lo trasladó de la litera donde reposaba lleno de
gota y almorranas a un piafante caballo. (Gala,
Antonio: El pedestal de las estatuas.
Barcelona: Planeta, 2007, pág. 175).
Entresijos de
la Historia, me da por pensar.
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