Cuando le preguntaban en la
escuela:
—A ver… ¿sabes el nombre
de la espada del Cid?
Él,
tratando de poner cara de espabilado, se ponía de pie como mandaban
los cánones y contestaba (lo había leído —se
lo había estudiado—
en Yo
soy español, de
Agustín
Serrano de Haro,
que, ahora lo sabe, ¡menudo historiador! ¡vaya rigurosidad!):
—El Cid Campeador tenía dos espadas: la Colada y la Tizona —era su respuesta inmediata.
Y,
aunque solo le habían preguntado eso, continuaba y añadía como un papagayo todo
lo que había empollado sobre el Cid, como que… «Se pasó la vida peleando y siempre
ganaba», que «Los moros le temían tanto que apenas veían su caballo echaban a
correr llenos de miedo [...]», y que «[…] amaba mucho a su patria y a su rey,
pero sobre todo amaba mucho a su Dios.»
Y el maestro le decía:
—Muy bien, puedes sentarte.
Y se sentaba, más ancho que largo, un poco más
pesado que cuando se había puesto de pie: había engordado.
***
Empezaré por
recomendar a los aficionados a la Historia, y también a los estudiosos de la misma —en este
caso, concretamente, la de nuestro país—, el libro del que he tomado
la información base para este artículo: La
invención del pasado, de Miguel–Anxo Murado, para que vean cómo nuestro
conocimiento de lo acontecido en el pasado no es tan completo y preciso como
solemos pensar, para que sepan cómo nos la han empantillao muchos «contadores» de esta tan seria disciplina.
En la portada del
libro aparece una fotografía tomada hace más de medio siglo en el rodaje de El Cid (Anthony Mann, 1960), película en
la que se supone que Charlton Heston utiliza la espada del mítico Campeador; en la foto podemos ver a
Heston, vestido de Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje que protagoniza,
mostrándole la espada Tizona al
entonces nonagenario D. Ramón Menéndez Pidal, erudito de la historia y la filología
españolas.
Bueno... pues... esa Tizona que aparece en la foto no es la auténtica del Cid, ni siquiera una copia de la
auténtica; es una imitación de una supuesta auténtica que estaba expuesta en el
Museo del Ejército, que había sido tan solo una de varias candidatas a
originales —tres o cuatro— entre las que, por necesidades de credibilidad, se
eligió una, aunque sin criterio alguno de rigurosidad: podía haber sido otra la
ganadora.
La espada elegida
tiene una historia chunga;
su último propietario privado, el marqués de Falces aseguraba que a él le había
llegado a través de una cadena de regalos que se originaba en las hijas del Cid
y pasaba por el rey Fernando el Católico, quien se la habría regalado a uno de
los antepasados del marqués. Y aquí nos encontramos un primer problema, dice
Miguel-Anxo Murado: en realidad el Cid no tuvo ninguna hija, tuvo un hijo. Doña
Sol y Doña Elvira son una creación literaria, una de las muchas invenciones del
Poema de Mío Cid.
Y por otro lado,
afirma el mismo autor, la espada lo dice todo: por su tipología, su forma, sus
adornos y sus dimensiones, estamos ante una manufactura del siglo XVI; y lo más
interesante es que quien entonces la fabricó, la falsificó envejeciéndola a
conciencia, tratando de hacerla históricamente creíble. Sin embargo, ya
Menéndez Pidal se dio cuenta de que le querían dar gato por liebre, pues la
reconoció como una falsificación, a pesar de lo cual, y cuesta creerlo, aunque
los especialistas sabían la verdad, durante décadas la espada se siguió
exhibiendo como la auténtica Tizona
del Cid.
Cuando, tras la
década de los setenta del siglo pasado, la escuela nacionalista —españolista— entró
en crisis, apenas se tocó el asunto de la Tizona, no se vio la necesidad de
revisar estas «inocentes tradiciones»; además, los medios de comunicación,
muchos de ellos la voz de su amo..., pues ya se sabe, lo que diga el que manda,
sobre todo si el que manda es de los nuestros.
Después, bajo el
gobierno de José María Aznar se puso en marcha una operación de
renacionalización que abarcó diversos ámbitos, entre ellos el de la Historia,
donde se alentó la creación de una escuela revisionista con eco favorable en
bastantes medios de comunicación, sobre todo en los públicos, en poder del
gobierno; se trataba de revisar las historias regionales y formar un ciudadano
más patriota, más español.
Fue en este
contexto cuando la Tizona se declaró, en 2002, bien de interés cultural
mediante un real decreto, con un informe técnico avalado por una universidad
española sobre la autenticidad de la espada; según el informe la hoja de la
espada «habría sido forjada en al siglo XI».
La supuesta Tizona, legendaria espada del Cid, depositada en el Museo de Burgos. EFE
Sin embargo,
distintos estudios posteriores concluyeron que «no existían datos fiables para
identificar esta espada como la auténtica del Cid»; además, criticaron que se
hubiera datado la hoja en el siglo XI; la llevaron al XV, y la empuñadura, al
XVI o XVII. Su valor quedó tasado en unos seis o siete mil euros.
Expertos del
Patrimonio Nacional, cuya Real Armería posee una de las mejores colecciones de
armas antiguas del mundo junto con las de Londres y Viena, de la Real Academia
de la Historia, del Museo Arqueológico Nacional y del Museo de Armas de Ginebra
bajo la dirección del español José Godoy, una de las máximas figuras de esta
disciplina, son concordes sin excepción en calificar la espada de «falso
histórico» y fijan su precio entre 1,5 y 15 millones de pesetas. Sus informes
datan la hoja en el siglo XV y la empuñadura en el XVI o XVII.
Del mismo parecer era el
coronel Oscar Kolombatovich, [...] seguramente el mejor especialista en armas
blancas [...] Escribió en varias ocasiones sobre este "falso
histórico" sin que nadie pudiera contradecirle. [...]
A pesar de todo
esto, en 2007 el gobierno de Castilla y León, sin ninguna prueba rigurosa de su
existencia, apelando a «la tradición histórica», compró la espada por más de un
millón y medio de euros.
Así que la Tizona,
la más famosa de las dos espadas que la tradición literaria atribuye al Cid
Campeador, es falsa. Como dice Ignacio Escolar (El Cid y la
falsa Tizona, 06-01-2013, el Periódico):
«tiene el mismo valor histórico que el sable láser de Luke Skywalker o que la Excalibur del rey Arturo».
¿A quién le
extraña?