«Todos llevamos un idiota
dentro», dijo en San Sebastián hace años el actor norteamericano de cine
—también productor y director— John
Malkovich en una entrevista para el periódico El País (22-9-2008).
Ya entonces su declaración no me
extrañó, porque eso, que todos llevamos un idiota dentro, yo ya lo sabía de antes,
y lo sabía porque también convivo con un idiota en mi interior; y ojalá mi
convivencia fuera solo con un idiota, ¡qué más quisiera! Yo lo hago —malamente:
malconvivo— con otros muchos y muy
variados «individuos», algunos de ellos, desde luego, indeseables, muy
molestos. Así que «¡y yo... más!»: la bolica
del mundo.
Hay
en mí un imbécil, y necesito aprovecharme de sus fallos. (Paul Valéry, citado por Ignacio
Vidal Folch en Lo que cuenta es la
ilusión, Destino, pág. 202).
Unas veces más y otras menos, durante
toda mi vida he llevado dentro, y llevo todavía (a veces asoman la patita por
debajo de la puerta), distintos personajillos que procuro mantener a raya en la
oscuridad de mi interior más profundo; así que he luchado y aún lucho con un
ingenuo, un miedoso,
un hipócrita, un intransigente, un aprovechao,
un vanidoso, un cobarde, un intolerante, un racista, un mezquino, un tacaño, un
abusón, un perezoso, un maniático perfeccionista...
[...]
Eso revelaba al hombre decente que había en su interior y que de vez en cuando
se imponía al golfo, al cínico, al vividor. (Ignacio Martínez de Pisón: Derecho
natural, Seix Barral, 2017, pág. 286).
Y no soy el único. Estoy
convencido de que todos, a lo largo de nuestras vidas, «llevamos», coexistiendo
en nuestro interior en más o menos medida y en distintos tipos de equilibrio,
«individuos» de todo tipo, o de
muchos tipos, capaces de lo bueno y de lo malo (de lo más sublime y de lo más
perverso, dirían Les Luthiers), y
creo que hay que esforzarse y luchar para que lo bueno (el personaje bueno o la
parcela que de él haya en nosotros) se imponga. Y, por otro lado, no hay que
dejar salir (o permitirlo mínimamente en el peor de los casos, y dependiendo de
en qué
asuntos y circunstancias) lo «indeseable» —lo vergonzoso, lo indigno, lo detestable…—, aunque
a veces parezca justificado y trate, irresistiblemente, de controlarnos,
dejándonos después, tras la faena y por mucho tiempo, incluso para siempre (por
lo menos es lo que a mí me ocurre), un terrible mal cuerpo, en un estado
lamentable.
Cómo explicar, si no, todos y
cada uno de nuestros pensamientos, actitudes y hechos en todos y cada uno de
los momentos de nuestra vida.
Todos
vivimos con pensamientos oscuros, con fantasías, con deseos… (Naomi Watson, Público, 05-07-2017).
Después de leer tu texto Pepe me viene a la mente "la historia de los dos lobos", esa lucha interior que todos llevamos a lo largo de nuestra vida.
ResponderEliminarDOS LOBOS
Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla
que ocurre en el interior de las personas.
Él dijo, "Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros".
"Uno es Malvado - Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.
"El otro es Bueno - Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad,
benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.
El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo:
“¿Qué lobo gana?”
El viejo Cherokee respondió: "Aquél al que tú alimentes."
Un abrazo.
Bonita historia la de los dos lobos, Paco, me ha gustado esa forma tan sencilla de exponer la idea del gilipollas dentro.
EliminarGracias.
Un abrazo.